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El pavimento ardía al amanecer del miércoles 19 de diciembre de 2001 en Avellaneda, esa primera porción del sur del conurbano bonaerense. Miles de hinchas de Racing llevaban más de 20 horas de cola para sacar entradas para el partido del domingo siguiente, ante Vélez, en Liniers. La espera, en rigor, era más larga: llevaba 35 años.
La mejor manera de combatir el insomnio y los nervios por la definición era esa: estar al lado de la cancha, acompañados entre hinchas, calculando cuántos minutos faltaban para que abrieran las boleterías y cuántas personas tenían delante sobre la calle Italia. La misión no era sencilla. No sólo porque todos querían estar la tarde en que Racing podía volver a gritar campeón. Lo material también pesaba.
Las populares costaban 12 pesos. Las plateas, 50, 60 y 80 según la ubicación. Desde el 2 de diciembre, justo el día que Racing empató 1 a 1 con River y la vuelta olímpica empezó a tomar carrera, que el ministro de economía Domingo Felipe Cavallo había anunciado el congelamiento de las cuentas bancarias y sólo permitía retirar 250 pesos por semana. No había plata.
Las boleterías abrieron antes de lo previsto. Apenas pasaban las 9 de la mañana. El plantel, bajo las órdenes de Reinaldo Merlo, a esa hora comenzaba con la práctica dentro del Cilindro. Entre la desesperación de los hinchas y la desorganización, la venta fue un caos. La cola se transformó en pogo. En menos de dos horas se entregaron las casi 30.000 entradas que había cedido Vélez. La mayoría se fue con el boleto a la felicidad bien guardado en su bolsillo. Algunos masticando bronca: el día que parecía que nunca iba a llegar ya estaba cerca, pero muchos no iban a poder estar.
Del otro lado del estadio Presidente Perón el calor de diciembre se sentía incluso más pesado. Un movimiento de desocupados cortaba la subida al Puente Pueyrredón. Sobre la avenida Pavón, se concentraban decenas de personas en la puerta del supermercado Carrefour para pedir comida. Comenzaban los saqueos en todo el país. Aquella jornada del 19 de diciembre, con el ruido de las cacerolas como cortina musical, terminaría con la renuncia de Cavallo y con el presidente Fernando De la Rúa dictando una figura que resultaba desconocida para más de una generación: el Estado de Sitio.
Con Estado de Sitio no había fecha de fútbol. No había Racing Campeón.
“No llegué a la Plaza esa noche, pero sí tuve ganas de ir a curiosear. Estaba viendo la tele -cuenta Martín Vitali, lateral derecho de aquel equipo- y cuando vi que la gente se empezaba a juntar me dieron ganas de acercarme. Agarré por la 25 de Mayo y bajé por Entre Ríos, cerca del Congreso. No llevé cacerola ni nada, pero anduve por ahí. Interesado, movilizado. Como jugadores de Primera no estábamos en una mala situación económica. No era un drama personal. Pero a mis amigos, a mi viejo, a mis hermanos sí les tocaba de cerca. Era un quilombo bravo, con mucha angustia porque la incertidumbre era total”.
Vitali, que algunas horas después tenía que presentarse a entrenar, dice que recuerda los “sentimientos encontrados” de esa noche. “Uno creía comprender lo que estaba pasando. Pero también estaba el egoísmo de saber que estábamos cerca de conseguir algo importantísimo, por lo que habíamos luchado mucho. Para nosotros lo más importante pasaba a ser que nos dejen jugar”. Era una sensación mayoritaria entre el plantel. Y también entre los hinchas.
Durante más de tres décadas se había alimentado un mito popular que indicaba que en Argentina cualquier cosa era posible, menos que Racing fuese campeón. Cuando a la Academia sólo le faltaba un punto para consagrarse en el Apertura 2001, el país estallaba. Aún antes de aquel diciembre, el 2001 ya se había anunciado como un año especial. Para el mundo, con la caída de las Torres Gemelas. Para el país, con índices récord de pobreza y desocupación tras una década de vigencia de la Ley de Convertibilidad, con una deuda externa que asfixiaba.
Y también para Racing: tras vivir su propio caos institucional -deuda, quiebra, amenaza de cierre- el fútbol del club quedaba gerenciado por Blanquiceleste S.A, una figura que se empezaba a imponer durante esos años. El técnico que eligió Blanquiceleste fue Mostaza Merlo. Desde el último título local, en 1966, habían pasado 50 hombres por el banco académico hasta la llegada de Merlo. Algunos forman parte del fútbol argentino: Diego Maradona, Humberto Grondona, Juan Carlos Lorenzo, Omar Pastoriza, Osvaldo Zubeldía, Alfio Basile. Ninguno había logrado cortar la racha.
“Racing seduce a cualquier entrenador. Uno acá busca la gloria. Ojalá se me de. Por la calle algunos me dicen en qué lío me metí. Otros me piden Racing campeón. Y otros, que lo saque del descenso”, había dicho Merlo en su presentación, el 10 de enero, en el Hindú Club. Todavía no había inventado el ‘paso a paso’. Faltaba mucho para que la vuelta olímpica fuese una posibilidad.
Represión y renuncia
El jueves 20 de diciembre Merlo dirigió la práctica, aún convencido de que el partido se jugaría. Al otro día el plantel debía quedar concentrado, porque la costumbre de Mostaza era que las concentraciones duraran 48 horas en ese torneo. En los alrededores de Plaza de Mayo, mientras tanto, el ruido metálico de las cacerolas ya sonaba a plomo: se había desatado una represión feroz que terminó con 39 muertos en todo el país. Antes de las 19, De la Rúa presentó su renuncia. Argentina ya no tenía presidente ni vice, porque el racinguista Carlos “Chacho” Álvarez había dejado su cargo el año anterior. A las 19:10 se supo que la fecha estaba suspendida. La definición del Apertura 2001 pasaba para el primer fin de semana de febrero de 2002. “Esta situación me pone muy triste, muy mal. Hay gente muerta… El fútbol es secundario si el país está en llamas”, decía por esas horas Merlo a LA NACIÓN.
Para el viernes 21, ya con el presidente provisional del Senado, Ramón Puerta, a cargo del Poder Ejecutivo, el clima era otro. Al plantel no le cayó bien la suspensión. A los hinchas tampoco. “Eran días tremendos. Yo lo vivía con mucha ansiedad. Era un chico de 20 años que entendía la situación del país, pero estaba enfocado en Racing. Estábamos a un partido de algo enorme, después de 35 años, siendo hincha y jugador del club. Ahora puede sonar fácil decirlo, pero en ese momento con la tensión que había, febrero quedaba muy lejos”, recuerda Diego Milito, delantero en aquel equipo, un juvenil que asomaba aún lejos del aura de ídolo.
“En el fútbol no sabés lo que va a pasar mañana, imaginate si te hablan de acá a dos meses. Y más en ese contexto”, refuerza René “Polaco” Daulte, el histórico ayudante de Merlo. La espera había durado 35 años. En los corazones racinguistas no quedaba tiempo para más postergaciones.
El partido, entonces, pasó a ser otro: que Racing juegue. La primera jornada de Puerta como presidente cerró con una manifestación de hinchas frente a la puerta de Futbolistas Argentinos Agremiados. Los cantos le apuntaban a Sergio Marchi, quien había asegurado que había que parar la pelota porque en el país no estaban dadas las condiciones para jugar al fútbol.
Puerta ironiza que en sus tres días de presidencia tomó tres decisiones importantes: convocar a la Asamblea Legislativa como marca la Ley de Acefalía, su renuncia y la firma del decreto que establecía que el 27 de diciembre se jugaría Vélez-Racing y River-Rosario Central para definir el torneo. Para llegar a esa resolución, incluso en medio de ese caos institucional, hubo mucha rosca política.
Como cuenta el periodista Alejandro Wall en el maravilloso libro Academia, Carajo, uno de los actores principales fue Mauricio Macri, amigo personal de Puerta, de los pocos que lo visitó en la Casa Rosada en esas 72 horas de mando. Habían sido compañeros en la carrera de Ingeniería Civil de la Universidad Católica Argentina. Entre varios pedidos, Macri llevaba el mandato de su amigo Fernando Marín: “Hacé algo por Racing”.
El sábado 22 de diciembre se realizó la Asamblea Legislativa que eligió al puntano Adolfo Rodríguez Saá como presidente de la Nación. A la mañana, en Casa Rosada, hubo otra reunión importante: Puerta junto al Ministro de Interior, Miguel Ángel Toma, y a Rubén Santos, el Jefe de la Policía Federal, recibieron a Marín, a Julio Humberto Grondona y al presidente de Vélez, Eduardo Mousseaud.
Para Puerta la escena de la definición de un campeonato de fútbol podía dar una imagen alegre en medio de tanto caos. Una suerte de imagen normalizadora. Incluso si se trataba de Racing campeón. Ya estaba escrito: el jueves 27 de diciembre, justo una semana después de la renuncia de De la Rúa, se definía el torneo.
Deseo de Navidad
Hinchas, jugadores y cuerpo técnico levantaron sus copas en la noche del 24 de diciembre con un solo deseo. Fue una Navidad apagada en todo el país, con el peso aún reciente de las escenas de violencia y desesperación. “Yo la recuerdo como una Nochebuena diferente, muy tranquila porque la cabeza estaba puesta en qué iba a pasar el 27 en la cancha de Vélez. Y además porque al otro día quedábamos concentrados”, cuenta Milito.
Los futbolistas, Merlo y Daulte fueron llegando pasado el mediodía al hotel Imperial. Esos días de tensión, de angustia, de incertidumbre terminaron de darle forma a una identidad grupal que se había cocinado a fuego lento durante todo el semestre. “Si no hubiéramos tenido un buen grupo humano no habríamos conseguido semejante logro. No éramos íntimos amigos, pero sí buenas personas que teníamos un objetivo común. Y el cariño lo seguimos manteniendo”, explica Vitali.
El exlateral ahora vive en Troncoso, una playa de Brasil a 30 kilómetros de Porto Seguro. No pudo estar en el asado del 15 de diciembre que hicieron los campeones, como todos los finales de año, para recordar aquel título. Daulte, instalado en Cariló, también se perdió el reencuentro. Un grupo de WhatsApp los mantiene en contacto diario.
Gustavo Campagnuolo; Gabriel Loeschbor, Francisco Maciel, Claudio Úbeda; Vitali, Gustavo Barros Schelotto, Adrián Bastía, Gerardo Bedoya; José Chatruc; Maximiliano Estévez y Milito, más las variantes de Carlos Arano, Alexander Viveros y Rafael Maceratessi fueron la base de aquel equipo. A excepción de Campagnuolo y Barros Schelotto, futbolistas que no habían sido campeones hasta ese 2001. Jugadores sin demasiado cartel que llevaron con templanza una mochila que pesaba 35 años de frustraciones.
“¿Viste cuando las piezas encajan justo? Se juntaron jugadores que congeniaron perfecto. Era muy difícil ganarle a ese equipo. Perdimos un partido solo, contra el Boca que fue campeón del mundo”, indica Daulte, compinche de Mostaza desde que se conocieron a los 13 años en inferiores de River. Primero compartieron el campo, luego el banco de suplentes. Ahora, con 71 años, se preparan para una nueva aventura en Defensores Unidos de Zárate.
“Con Mostaza nos repartimos los trabajos. Yo doy mi opinión, pero la decisión final es de él. Siempre tratamos de llegar a un acuerdo de a qué vamos a jugar cuando vemos el plantel. Cuando fueron llegando todos los jugadores en 2001 hicimos un amistoso contra Huracán en la cancha de Español. Nos dieron un baile bárbaro con Lucho González, Cuqui Silvera, Rolfi Montengro. Cuando volvíamos en el auto, me dijo: ‘Si no cambiamos de táctica, nos va ir como el culo’. Teníamos a los laterales que iban mucho. Y ahí apareció la línea de tres que usamos todo el torneo”.
La estatua de Mostaza Merlo todavía pasa sus días en el Cilindro de Avellaneda. Un grupo de hinchas, aún en ese contexto de estallido económico que había en Argentina, decidió hacer bronce el latiguillo que se repitió durante muchos años: que al técnico que saque campeón a Racing había que hacerle una estatua. Más allá de sus cábalas, su tono de voz particular, su melena dorada y los cuernitos que quedaron inmortalizados, los futbolistas ponen a Merlo al tope de la lista de méritos de aquel equipo.
“Fueron varios -dice Milito-. Primero, la unión. Segundo, el gran liderazgo de su entrenador. Supo transmitir experiencia y tranquilidad en un equipo que tenía muy pocos jugadores que habían pasado por la posibilidad de ganar. Aportó calma en los momentos de tensión. Era un equipo con un deseo muy grande, que se fue convenciendo de que se nos tenía que dar”. Relata Vitali: “Mostaza fue una esponja. Absorbió la presión a medida que el torneo avanzaba y seguíamos arriba. Nos manejó de una manera increíble esos nervios, que recién lo empezamos a sentir en los partidos finales, después de River”.
A Daulte, dos décadas después, se le entrecorta la voz de la emoción cuando recuerda lo que se vivió en ese Apertura 2001: “Yo tengo en la memoria cómo lo vivió la gente grande. Y todavía me emociono. A medida que empezamos a ganar, muchos se acercaban al club. Venían a pedir por favor que esta vez no se nos escape. El único partido que perdimos fue contra Boca, en la cancha de Boca. Al otro partido jugamos con Gimnasia. Y el micro no podía avanzar por la gente que había en los alrededores de la cancha. Había gente llorando, que nos lo pedía de rodillas. Me pongo en la piel de los jugadores y debe haber sido muy bravo”.
Pitada final
“Apoyá la pelota en el piso que esto se termina”, le dijo Gabriel Brazenas, el árbitro del partido, a Gustavo Campagnuolo.
El arquero fue el primero en saber que lo imposible existía: Racing era campeón. Se levantó luego de exagerar una falta de Federico Domínguez, acomodó la pelota en el césped del José Amalfitani y, mientras los fotógrafos ya invadían el campo de juego y los bomberos intentaban impedir que los hinchas pasaran los alambrados, pateó. La pelota hizo un viaje breve, apenas cruzó la mitad de la cancha. El reloj recién había pasado los 45 minutos del segundo tiempo. Brazenas ni alcanzó a marcar los minutos de adición. Y pitó el final. La consagración.
Para ese jueves 27 de diciembre el presidente de la Nación ya era Adolfo Rodríguez Saá. El partido se había suspendido por De la Rúa, se había reprogramado gracias a Puerta y jugado con Rodríguez Saá. En ese contexto la Academia dio la vuelta olímpica. “Me di cuenta de que Racing tenía que salir campeón sí o sí cuando vi a Grondona entrando en la Casa de Gobierno. Yo no me iba a hacer el héroe con todo lo que estaba pasando en el país, donde, además, todos querían que Racing fuera campeón, hasta los que no eran hinchas de Racing”, le contó el juez de línea Alberto Barrientos a Alejandro Wall en Academia, Carajo.
Barrientos, reconocido hincha de Racing, no marcó la posición adelantada de Gabriel Loeschbor cuando de palomita marcó el 1 a 0 inicial en Liniers, a los 8 minutos del segundo tiempo. El telebeam de Fútbol de Primera mostró que Loeschbor estaba más de un metro en offside. Aquella edición del programa fue inédita, no sólo porque el campeón era Racing: la fecha había tenido sólo dos partidos, el que se jugó en Liniers y el que se jugó en Núñez, una victoria por 6 a 1 de River ante Rosario Central.
Pero ya no importaban los resultados: el festejo se había desatado en Liniers, en Avellaneda, donde los hinchas llenaron el Cilindro para ver el partido en pantalla gigante y también en el Obelisco. Allí siete días antes la multitud transpiraba bronca y el aire olía a muerte por las balas policiales, ahora las sensaciones eran otras: alegría y desahogo. Los colores sí eran los mismos: el celeste y el blanco.
Para Daulte, hincha desde adolescente, el título del 2001 fue una doble revancha. Durante los festejos recordó los viajes en tren, subte y tren desde La Lucila a Avellaneda. Y también el viaje que no pudo ser, en 1967: el Polaco había comprado pasaje y entrada para cruzar a Montevideo, donde Racing definía la Copa Intercontinental ante el Celtic de Escocia. Se lo contó a los gritos a todos sus compañeros del plantel de Quinta de River. Y lo escuchó Osvaldo Diez, el entrenador:
“Si viaja no juega el domingo ni nunca más. O es jugador o hincha”. Daulte caminó desde el Monumental hasta el puerto. Mientras los hinchas subían al Vapor de la Carrera con bombos y banderas, el Polaco devolvió el ticket con lágrimas. Lo acompañaba Mostaza en silencio. “Yo soñaba con ser jugador de fútbol, pero era hincha de Racing”, dice hoy.
Aquella tarde en Vélez, sentado en silencio en uno de los pasillos del Amalfitani, lejos del festejo del vestuario, también sanó otro dolor de la pelota: “En esa cancha habíamos jugado la final con San Lorenzo del Nacional 72. Perdimos 1 a 0. Eso para mi fue terrible, porque River llevaba ya 15 años sin ser campeón. Me costó mucho recuperarme. Se me vino ese recuerdo, me senté tranquilo a pensar. Me agarró un poco más de algarabía cuando salimos de la cancha y fuimos al programa de (Marcelo) Tinelli”.
Si esos días de finales de 2001 cambiaron la historia del país, también le cambió la vida a muchos hinchas de Racing. Y a los jugadores que formaron parte de aquel plantel, que incluso tuvieron dos homenajes: a los tres días, en un amistoso ante Guaraní de Paraguay, y también catorce años después, cuando la Academia volvió a dar la vuelta y la firma Topper organizó el partido de los campeones 2001 vs campeones 2014. La gratitud para ellos se volvió eterna.
Hace unas semanas, en Koeru Sushi Nikkei, local de eventos y de venta de sushi de José Chatruc, en Palermo, se reunieron para celebrar los 20 años del título algunos de los jugadores. Además del anfitrión, estuvieron Diego Milito, Gustavo Campagnuolo, el Chanchi Estévez, Gustavo Barros Schelotto, Gastón Pezzutti, Carlos Arano, Fernando Marín (el único dirigente invitado), el médico Walter Mira y personal del departamento de prensa. Una noche de recuerdos y confraternidad.
“Fue un campeonato inolvidable. No fue algo sólo deportivo. Con ese título me di cuenta que el fútbol involucra cosas más profundas. Es una historia de amor, sentimientos familiares que estuvieron guardados muchos años. Nosotros festejamos, no nos teníamos que sentir culpables de la basura que hizo la clase política y que explotó por esos días”, indica Vitali, máximo asistidor en ese campeonato, que aún en Porto Seguro se cruza hinchas que le agradecen aquella alegría.
Vitali puntualiza en esas historias de amor: un adolescente de su barrio que transitaba un cuadro depresivo, con intenciones suicidas, al que aquel campeonato le sirvió para evitar un mal final; y una visita a un centro de rehabilitación donde estaba internado el hijo de una amiga de su madre, fanático de Racing: “Le llevé una camiseta a modo de aliento. Son cosas que uno en el momento las hace como si fueran parte de su trabajo, pero que con el tiempo te das cuenta que son movilizantes. Hace poco me crucé a la madre de ese chico, me agradeció y me dijo que salió adelante después de eso. El fútbol te brinda esa posibilidad de ayudar a la gente sin siquiera proponértelo”. Es una de las enseñanzas que le dejó aquel diciembre de 2001.
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