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Querer y no poder: cuando el golf se transforma en una película de terror
El sudafricano Ernie Els firmó 9 golpes en el primer capítulo, después de seis putts; un arranque fatídico, que derivó en un score final de 80 (8 sobre el par) y una historia de vida que va más allá de los problemas en el green
AUGUSTA.- El golf muchas veces duele, produce escozor. Dan ganas de taparse los ojos, como en una película de terror con escenas no aptas para impresionables. Amante del cine, lo que le sucedió a Ernie Els es el colapso más grande en la historia de los Majors dentro del green. Es difícil recordar algo igual. Ese quíntuple bogey en el hoyo 1 del Masters fue una pesadilla para el sudafricano, pero también para los cientos de espectadores que lo estaban siguiendo detrás de las sogas. "Ya basta, por Dios", parecían suplicar todos, pero no por lo patético del espectáculo, sino por él, por ese grandulón sudafricano que es uno de los jugadores más queribles del circuito.
"Es inexplicable", comentó luego Els, que en ese hoyo inaugural tiraba para par desde menos de un metro e ingresó de pronto en un laberinto de equívocos, con distancias de menos de 60 centímetros. Fue curioso porque el hoyo simulaba tener un polo magnético que desviaba la pelota a propósito. Entre la impotencia y la resignación, creía que lo que le ocurría no podía ser cierto y buscó embocarla moviendo el palo con una sola mano, el típico gesto del golfista que da por hecho que la va a meter. Y allí también erró. Sus compañeros de juego, Jason Day y Matt Kuchar, miraban atónitos a ese luchador de 46 años que lo único que hacía era fallar y abrir los brazos como diciendo "¡No puede ser! ¿Qué pasa?". Los caddies tampoco podían entenderlo.
Esto es lo último que uno quisiera hacer en una cancha de golf, por eso es difícil explicar qué pasó por mi mente, pero amo este juego y hay que tener respeto por el torneo
Cuando se habla de grandes errores en torneos de Grand Slam, la referencia inmediata es Jean Van de Velde y sus desventuras en el agua en el British Open de 1999. Pero quizás no sea atinado comparar lo de Big Easy con las peripecias de aquel francés de botamangas alzadas, cuya consagración se le escurrió de las manos. Aquello se dio en un momento definitorio, en cambio esta comedia de enredos surgió en el capítulo 1 de la primera vuelta. Además, Van de Velde cometió un error estratégico, mientras que este campeón de cuatro Majors (dos US Open y dos British Open) luchó contra una imposibilidad manifiesta de embocar, mezcla de error técnico con desenfoque tras la acumulación de fallos. Y si hay una cancha que castiga alrededor de la bandera, es Augusta National, con sus caídas invisibles y pelotas que aceleran o frenan imprevistamente.
Els firmó 9 golpes en ese hoyo inicial par 4, después de deambular de un lado para otro con seis putts. Significó el recordatorio de los problemas que viene arrastrando desde hace unos cuantos meses: los famosos "yips", algo así como los golpes histéricos con el putter. Son esos manotazos que llevan a la equivocación en distancias que, normalmente, nadie falla. Es esa incapacidad del jugador de controlar el golpe o movimiento del putter; las manos hacen lo que quieren, se disocian de la mente y el resto del cuerpo, y es ahí cuando el jugador entra en la desesperación. La cabeza explota. Hace poco, Els creía haber encontrado soluciones después de un cambio de putter y de grip, pero el fantasma sobre el green volvió en la semana menos apropiada para este contemporáneo de Ángel Cabrera.
Nunca pudo enderezar la nave en la vuelta. Y para que el asunto fuera más doloroso aún, en el hoyo 18 erró un último putt muy accesible, para un total de 80 (+8) que lo deja casi al margen de la contienda.
"Esto es lo último que uno quisiera hacer en una cancha de golf, por eso es difícil explicar qué pasó por mi mente, pero amo este juego y hay que tener respeto por el torneo", balbuceaba luego Els, con la mirada perdida en el horizonte, mientras los rayos del sol le pegaban directo a los ojos allí, en la fachada del Club House. Muchos jugadores podrían considerar este episodio como un verdadero drama, pero el sudafricano –más allá de la frustración en caliente- entiende cuáles son los temas más importantes.
Su vida dio un giro a partir del diagnóstico de autismo de su hijo Ben. Junto con su mujer, Liezl, tuvo que acomodarse a una nueva y difícil realidad familiar. "Se siente lástima de uno mismo", llegó a decir entonces. Pero asimilado el impacto, Ernie emprendió una misión que continúa hoy: estableció la Els for Autism Foundation, un centro modelo para chicos autistas con un programa educativo para pacientes de 3 a 21 años e impulsó la creación de un equipo de médicos y un departamento de investigación donde se buscan los posibles tratamientos. Els vive el golf a flor de piel, aunque sabe que los padecimientos en la cancha son sólo circunstanciales.
gs/jt
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