La policía qatarí tiene ojos en todos lados; desde que un extranjero pisa el aeropuerto debe saber que lo que haga será vigilado
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DOHA.- Qatar, el pequeño emirato petrolífero que organizará el Mundial 2022 es un país de reglas. El más de millón y medio de fanáticos que esperan que llegue allí durante el mes de partidos tendrá que adaptarse a sus usos y costumbres. El mundo árabe, conservador y rígido por tradición, tendrá su primer mundial desde el próximo 21 de noviembre. ¿Qué se puede hacer y qué no en uno de los países más vigilados del mundo?
La policía qatarí tiene ojos en todos lados. Depende del Ministerio del Interior y es la encargada de la seguridad en este territorio que equivale a la mitad de la provincia de Tucumán. Desde que un extranjero pisa el aeropuerto de Hamed, la puerta internacional del país, debe saber que lo que haga será vigilado. Los qataríes son celosos de su mobiliario urbano: tirar basura en un camino equivale a una multa de 6800 dólares. Y arrojar una toallita de papel, una lata de gaseosa vacía o escupir en la vía pública acarrea una multa de 137 dólares.
“Acá todo está tipificado. Hay reglas que cumplir. Tal vez, demasiadas”, dice Mohammad, un chofer que gana 2000 dólares por semana trabajando para diversas aplicaciones online. Su padre sirvió como bombero y trabajó toda su vida para el gobierno qatarí. Sabe de lo que habla. Tener la ciudadanía del país anfitrión del Mundial le valió conseguir entradas a un precio preferencial. Adquirió para todas las instancias, menos para la final. “Si no llega Qatar, me encantaría que lo haga Argentina. Aquí hay muchos fanáticos de Lionel Messi”, cuenta. Y saluda con aliento para el equipo que dirige Lionel Scaloni.
Obligaciones
Las obligaciones de los turistas empiezan desde el mismísimo momento en que se pisa territorio qatarí. Mientras dure la pandemia del coronavirus tendrán que mostrar un PCR negativo antes de poder embarcarse a Doha, capital del emirato. Y tener descargada en su celular una aplicación llamada Ehteraz, que obliga a tener prendido el Bluetooth del aparato. Mediante el programa, las autoridades sanitarias qataríes rastrean la ubicación de la persona en tiempo real y pueden saber si tuvo contacto estrecho con algún positivo de la enfermedad. Todos los testeos que realiza el país se cargan a una nube virtual en internet. Y el programa identifica a quienes pudieron contagiarse por contacto estrecho de un caso positivo.
Además de las cámaras y los domos omnipresentes, todos los edificios de la administración pública y hoteles de las cadenas internacionales cuentan con detectores de metales. Quienes se hospeden allí tendrán que acostumbrarse a ser escaneados y a tener sus efectos personales controlados cada vez que entran y salen de su lugar de hospedaje. Está previsto, incluso, que los controles sean aún más estrictos durante el mes del Mundial.
¿Y la religión? Los occidentales no están obligados a rezar cuando escuchen el sonido que convoque a las oraciones. En los shoppings, los estadios y otros grandes edificios hay incluso salas de rezo para hombres y para mujeres. Como ambos sexos no pueden mezclarse, las dependencias están separadas. Y siempre, sin excepción, hay que dejar el calzado afuera del recinto. ¿La razón? Evitar que la alfombra sobre la que se ora quede contaminada por los restos de basura que hubiera en las suelas de los zapatos.
Respeto
Los qataríes, en su mayoría musulmanes, respetan el Islam a rajatabla, por lo que es común ver a los hombres de la familia adelante y las mujeres detrás. Ellos, con su atuendo típico; ellas, con la cara al descubierto. Y esta es una diferencia con países más ortodoxos como Afganistán: allí ni siquiera se les ve la cara a las mujeres. Un único elemento distingue las vestimentas de las mujeres: la cartera. Es el accesorio predilecto.
La religión musulmana no está acostumbrada ni al contacto en público entre hombres y mujeres, ni a las expresiones de cariño entre las personas. Por eso los parques de Doha tienen todos una especie de decálogo de reglas que deben cumplir quienes los usen. Son públicos, por lo que no hay que pagar. Pero quien no respete esos mandamientos se expone a una detención. Entre ellas figuran no usar bicicletas grandes, no arrojar basura, no hacer fuegos, no arrancar las flores, no fumar, jugar al fútbol en los lugares destinados para ese fin, no pasar música a través de grandes parlantes y usar ropa respetable. Es decir, están prohibidas tanto las musculosas para los hombres como las bikinis para las mujeres.
Algo parecido ocurre en los shoppings: están prohibidas las muestras de afecto en público. No se puede consumir alcohol en el interior ni fumar y tampoco se puede ingresar con mascotas. Todavía se exige, además, la distancia social entre las personas. Eso sí, este último ítem no está tan controlado como cuando la pandemia del coronavirus hacía estragos en la población mundial.
Esa prohibición que rige para el contacto interpersonal llevó a pensar que cualquier pareja que se atreviera a darse un beso en público podría ser incluso deportada. O que el país organizador del Mundial detendría a integrantes de las minorías LGBT+ durante el torneo. En los lugares más concurridos de la capital qatarí pueden verse personas caminando de la mano. Menos que en el mundo occidental, es cierto. Pero de a poco las costumbres comienzan a cambiar. Y las rigideces, a derretirse. Lo mismo ocurre con los colectivos homosexuales que denunciaron persecuciones. Ante la consulta sobre qué ocurrirá durante la cita ecuménica, el comité organizador remite a las leyes del emirato. Y aclara que habrá que apegarse a lo que dicen las normas. “Si uno va a una casa ajena tiene que acatar lo que dicen sus dueños. Esto es lo mismo”, aseguran. De todas formas, nadie en Qatar quiere que el país sea noticia por la eventual deportación de una pareja de homosexuales.
La ingesta de bebidas alcohólicas durante el Mundial es casi una cuestión de Estado. La presencia de una conocida marca de cerveza estadounidense en el portfolio de sponsors de la competencia hace que prohibir su comercialización conspire contra el mismísimo negocio. Así, y a falta de comunicación oficial, habrá venta en los alrededores de los estadios, aunque no en el interior de los coliseos deportivos. Quienes no tengan entradas y vayan a los Fan Fests reservados para los hinchas también podrán adquirir allí sus bebidas alcohólicas. En los bares y hoteles con licencia (pagan un cánon anual al gobierno para poder expender vinos, cervezas y bebidas blancas) el consumo estará permitido las 24 horas.
En rigor, el acceso al alcohol en Qatar no es fácil. Una pinta de cerveza costaba cerca de 8 dólares durante el último Mundial de Clubes. Y los precios se mantendrán o incluso podrían elevarse durante el mundial. Los hinchas que estén acostumbrados a comprar bebidas alcohólicas en los supermercados se llevarán un chasco monumental. Se acercarán a las góndolas y verán que hay botellas variopintas. Parecen ser de bebidas espirituosas o incluso de vino. Pero apenas parecen. Más allá de una leyenda en árabe, los envases tienen una leyenda en inglés: “Alcohol free” (“sin alcohol”, en inglés). Quien los compre esperando el efecto del alcohol debe saber que estará pagando por un placebo.
Sexo
¿Y el sexo? Otro rumor dio la vuelta al mundo: el sexo extramatrimonial sería castigado con hasta siete años de prisión. La pregunta, entonces, sería cómo harían para comprobar el acto, por un lado. Y, por el otro, para corroborar que fuera una pareja sin papeles. ¿Irían a las habitaciones de los hoteles inspeccionando intimidades ajenas? “A los organizadores de Qatar 2022 no les interesa la vida privada de los aficionados. No irán a las habitaciones de hotel pidiendo certificado de matrimonio. Muchas personas han reservado ya alojamiento compartido y en ningún momento se les ha solicitado ninguna comprobación nupcial. Todo el mundo será bienvenido”, aseguran fuentes cercanas a los responsables del torneo.
La verdad del Mundial, sin embargo, no estará ni en los shoppings, ni en las plazas, ni en los Fan Fests ni, mucho menos, en las habitaciones de hotel. La suerte de los 32 equipos participantes se dirimirá en los ocho estadios que albergarán los partidos. Todos esos recintos deportivos estarán vigilados en tiempo real desde el Centro de Comando Aspire, donde trabajan 75 personas de diversas nacionalidades monitoreando lo que sucede en las canchas y sus accesos. La cantidad de información que se procesa allí es monstruosa: se almacenan datos de 15.000 cámaras de TV de los últimos 120 días. “Si ocurrió algo en ese lapso de tiempo podemos encontrarlo sin ningún problema”, aseguran en ese centro, plagado de monitores, y que fue probado durante la última Copa Árabe, disputada en 2021.
“Tuvimos algunos incidentes relacionados con el comportamiento de los hinchas y prestamos soporte a las agencias de seguridad desde aquí”, cuentan sus responsables. Si durante el Mundial llega a haber algún problema con los accesos de los hinchas, las pantallas del centro de comando lo detectarán en tiempo real y enviarán un mensaje a los responsables de la organización que se encuentren más cerca del incidente. Se trabajará de manera proactiva y teniendo en cuenta “valores-umbral”. Por ejemplo, si el flujo de gente que quiere acceder a un estadio por una puerta supera determinado valor se encenderá una alarma. Y eso gatillará otras acciones, como avisarles a los encargados, o abrir algún otro lugar para que los hinchas puedan ingresar más rápido.
“Hasta el rincón más chiquito de cada estadio está vigilado. Tenemos cámaras de altísima definición mirando hacia las áreas de espectadores. Podemos hacer zoom con mucha claridad e identificar a los simpatizantes mediante reconocimiento facial”, se jactan los responsables del control de la seguridad en el Mundial. Así, una vez que se individualice a quienes realicen actos de violencia, el Ministerio del Interior qatarí podría cancelar la Hayya Card, que es una especie de Fan Id. Funciona como visa de ingreso y también permite acceder al transporte gratuito a los estadios durante los días de partido. Sin ella es imposible, los violentos no tendrán más Mundial.
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