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Primero el dolor, después la alegría
Por Inés Capdevila LA NACION
En ninguna carrera falta jamás el corredor que, apenas empezada la competencia, pregunta, en voz alta: "Che, ¿falta mucho para terminar?". Es una muletilla, pero siempre hace reír. Más ayer que, cuando un corredor lanzó, a mi lado, la pregunta al aire faltaban unos 41,5 km para cruzar.
Claro que la risa se impuso porque no teníamos noción, al menos los debutantes como yo, de todos los kilómetros y los diferentes estados físicos y anímicos que nos esperaban. Una primera parte cómoda y sonriente y, una segunda parte, en la que las sensaciones excluyentes eran el dolor (de piernas, panza, pulmón...) y la incredulidad ("¿Quién nos habrá mandado a hacer esto?", vociferábamos varios).
El valor del esfuerzo y del dolor estaba en la dedicatoria impresa en la parte de atrás de las remeras de la carrera: "X mi viejo", "Por mis hijas", "Por los mineros chilenos". Estaban también las inscripciones de aquellos, que nos son pocos, para los que correr es un estado de ánimo: "Soy feliz".
Por mi parte, yo hice todo al revés de lo que indica el manual de una buena maratón. Corrí más rápido los primeros 21 km que los segundos; mantuve una silenciosa introspección en el tramo inicial y, sin poder abstraerme de los chistes malos de mis acompañantes, Juan y María, me dediqué a charlar en la parte final. Cuando apenas faltaban 2 kilómetros y mis piernas no paraban de entumecerse, empecé a inquietarme por lo que diría mi entrenador, Pablo Amasino, sobre mi tiempo: 15 minutos arriba del proyectado. Pero unos metros más allá, llegó el sostenido grito de aliento de Pablo y, a medida que la meta se delineaba en el fondo de Figueroa Alcorta, empecé a recordar los meses anteriores.
Como buena parte de los que estábamos ahí, para estos 42 km, había entrenado con frío, desde las 6 de la mañana, con sudestada. A veces, agotada y sin ganas... Me acordé por qué corro casi todos los días: por el placer y por la libertad del movimiento físico y mental. Y, con la llegada a centímetros, el dolor, en mi caso y en el de todos los que ayer cruzamos la meta, dio paso a un estallido de alegría.
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