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Por qué se puso de moda en Rusia que hombres y mujeres usen bigotes postizos
MOSCU.- Un grupo de veinteañeros sacuden un subte moscovita al ritmo de Katiusha, una canción soviética de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Las calles son una fiesta y hasta hay hombres con banderas rusas colgadas de los postes de luz. En el estadio, en las calles y en los canales de televisión hay dos cosas en común: la locura mundialista que despertó la selección local y los bigotes. Hombres y mujeres llevan su bigote negro. El mejor homenaje posible al hombre que inspira a la federación: Stanislav Cherchesov.
El entrenador del seleccionado ruso es el gestor deportivo que se destaca por su filosofía de ganar a cualquier costo. No entiende otra manera de dirigir. Es alguien que reniega de ese espíritu olímpico. "Juego siempre a todo o nada, juego a ganar. Eso de la participación es un consuelo, no es para mi", dice Cherchesov, de 54 años, exarquero del Spartak y del seleccionado de la URSS, la Comunidad de Estados Independientes y de Rusia, hasta su retiro en 2002. Cherchesov pasó por todas las etapas críticas del desmembramiento de la Unión Soviética hasta hoy y sus vínculos políticos, su cercanía con el presidente Vladimir Putin, es conocida por todos. Nadie que se haga un nombre en el deporte ruso atraviesa la vida sin contactos políticos.
El técnico ruso se convirtió en un personaje a quien el Mundial le quitó esa imagen de duro. Tiene aspecto de profesor de educación física severo, pero el bigote que lo identifica se transformó en un fetiche y un registro divertido para la gente. Los bigotes de Cherchesov se venden como parte del cotillón que usan los hinchas rusos para ir a la cancha.
El entrenador hizo de un equipo sin relieve un grupo de leales convencidos de que no tienen límites ("No busco armar familias, sino dirigir gente que me responda", suele destacar). Los jugadores ofrecen más de lo que son. Juegan más de lo que pueden. El orden, la paciencia y la disciplina táctica maniataron a España. Le quitaron atractivo a un partido, pero Rusia no está diseñada para satisfacer eso. Las goleadas de la primera etapa contra Arabia Saudita y Egipto fueron libertades que se tomó. Esta vez el equipo no animó un partido de fútbol contra España. Tuvo una misión y la cumplió. España jamás entendió de qué se trataba el asunto.
Ayer, la atmósfera del Luzhniki construyó un laberinto del cual solamente Cherchesov conocía la salida. El plan era seguir con posibilidades en los 90 minutos. Subir el clima de tensión si se jugaban los 120 minutos. Dominar la escena con la definición en la tanda de penales. El camino de la supervivencia se fue transformando de a poco en una alteración del manejo del poder: cuánto más pasaba el tiempo, menos impacto tenía el entramado español. El equipo de Fernando Hierro batió un récord: hizo 1006 pases en los 120 minutos. Una posesión de casi el 80 por ciento. Lo único que hizo fue atragantarse con la pelota. "En Rusia tenemos un dicho que sostiene que si uno trabaja duro puede llegar a ser Dios...", había dicho Cherchesov antes del partido. Y todos acá creen que Dios usa bigotes.
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