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Príncipe Felipe. Un fanático de las mollejas y su vínculo con los polistas argentinos
La intimidad de una relación muy estrecha: con quiénes jugó, los eventos sociales y los rasgos personales que todos destacan, como su simpatía y las ocurrencias
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Coincidencia total: el hombre desbordaba simpatía y sorprendía con sus ocurrencias. Rondando los 40, arrancaba suspiros femeninos en cada evento social del que participaba. Pero lejos de hacer sentir incómodos a sus acompañantes ocasionales, siempre les arrancaba una sonrisa. Quejándose de un caballo remolón que no se lanzaba a galopar con un spanglish intencional: “¡Come on, yegua prostituta!”. O sorprendido cada vez que terminaba los partidos de polo y veía a dos hermanos salir del vestuario con elegantes trajes negros: “Me han puesto de compañeros a un cura y un banquero. Eso sí, no sé cuál es cuál”. Servicial, como cuando en el castillo de Cowdray, en las afueras de Londres, argentinos e ingleses se animaban a un partido de fútbol justo en tiempos del Mundial de 1966, que se desarrollaba en Inglaterra. ¿Qué hacía él? ¡Oficiaba de alcanzapelotas!
Era el mismo personaje que se sentía incómodo cuando le mencionaban temas políticos y de soberanía, como el de las islas Malvinas, allá por los años sesenta: “Malvinas, Malvinas, qué cosa tienen todos con las Malvinas, viven preguntándome por las Malvinas. ¿Saben qué? Se las cambiamos por los Heguy y listo”, replicó, provocando las carcajadas de los periodistas. Y rápido de reflejos cuando lo invitaban a comer un asado y lo único que preguntaba era si ya habían comprado las “sweetbreads”, su gran debilidad y que conoció gracias a los argentinos. ¿Qué eran? Las mollejas.
El príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, fallecido el viernes 9 de abril a los 99 años, esposo de la reina Isabel II, y cuyo funeral será el sábado 17, tenía una larga y estrecha relación con los polistas argentinos. De hecho, fue un deporte que practicó y amó apasionadamente, tanto como a los caballos. Disciplina que supo practicar, jugando preferentemente como back, el último hombre, un puesto difícil y con mucha responsabilidad. No fue un superdotado, pero...
“Tenía 5 de handicap. No era un superdotado, medio brutón en la cancha, pero iba para adelante, le metía pata. Jugué con él y con Gonzalo Tanoira en Inglaterra en el 64 por Windsor. Después, a los dos años, vino a la Argentina y le ganamos raspando. Lo recuerdo como un tipo simpaticón. No era de hablar demasiado, pero algunas cosas preguntaba. Y en la cancha, cuando se mandaba alguna macana, siempre pedía perdón. Nunca se quejaba de los referís ni de sus compañeros. Después no lo volví a ver porque yo no era de viajar”, dice, desde Coronel Suárez, Juancarlitos Harriott, máximo ganador del Abierto de Palermo (20 veces), Olimpia de Oro en 1976 y uno de los mejores polistas de la historia.
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Uno de los cracks argentinos, Gonzalo Tanoira, jugó en varias ocasiones en el príncipe Felipe. Juntos ganaron la Copa de Oro en 1966, con el equipo de Windsor Park. Diez de handicap, integrante de los equipos de Mar del Plata y Coronel Suárez, entre otros, Tanoira también fue presidente de la Asociación Argentina de Polo, en cuyo ejercicio de funciones falleció en 2004. Su esposa, Luisa Miguens, que lo acompañó en muchos viajes por el mundo, recuerda especialmente al Príncipe y hasta diálogos con la reina Isabel II.
“Gonzalo era jovencito, acababa de hacer el servicio militar, cuando lo convocaron para jugar con Felipe. Recuerdo que le divertía llamarlo Speedy Gonzalo, por lo parecido que sonaba a la canción del famoso personaje mexicano del ratón veloz Speedy González, que por esos años causaba furor. Lo consideraba un velocista en la cancha y le resultaba más fácil decirle Speedy que Gonzalo”, cuenta Luisa, autora de una joya para los apasionados de este deporte: el libro “Pasión y Gloria, un siglo de polo argentino”, con imágenes de otros tiempos y un trabajo de recopilación e historias de enorme valor.
“Felipe tenía un increíble sentido del humor. Disfrutaba mucho de los eventos sociales y era un caballero. Cuando vino en el 62 a la Argentina jugaba al polo en la estancia La Concepción, en Lobos, invitado por los Blaquier. Después volvió en el 66. A medida que lo conocían, se daban cuenta de que lo que siempre buscaba era romper los momentos de incomodidad, romper el hielo como se dice. Su edecán, Gerald Lee, organizaba su agenda, deportiva y social, con Manuel Fernández Ocampo, entonces presidente de la Asociación Argentina de Polo. Las fiestas eran de no más de 50 personas. Las hubo en Barrio Parque, en Belgrano. Eso sí, cero fotos. Todo intimidad. Después, a Gonzalo y a Juancarlitos Harriott los invitó a su fiesta de 80, en junio de 2001. Estábamos en Francia y fuimos. Fue en Clarence House, la vieja casa de la madre de la reina. Era de smoking y sólo para hombres, mientras para las mujeres se organizó un desfile de modas. Juancarlitos no viajó, pero Gonzalo se reencontró con antiguos jugadores ingleses, americanos y australianos. La pasó genial”, rememora Miguens, arquitecta, madre de cinco hijos y una destacadísima emprendedora.
Y remata con el recuerdo del consejo que un día le dio la reina Isabel II, luego de un partido y en su carpa VIP. “Me hablaba de Speedy, que esto, que lo otro. Y de pronto me remarcó que los pantalones (breeches) no eran blancos, como lo son habitualmente, sino medio azulados. Y ahí me soltó con total naturalidad: ‘Mirá, te recomiendo que cuando los laves, los separes de las medias, porque si no te pasan estas cosas’. Y nos largamos a reír”.
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Juancarlitos Harriott describió al Felipe jugador y persona, pero, ¿qué tan competitivo era? Una buena descripción la brinda, desde Intendente Alvear, La Pampa, el legendario Alberto Pedro Heguy, 17 veces campeón del Argentino Abierto e integrante del célebre conjunto de Coronel Suárez. Que también jugó con el Príncipe en aquella visita de 1966, en el Abierto del Hurlingham Club.
“Se disputaba la Copa Sesquicentenario, donada por el Príncipe. Era un torneo de 30 goles. Nosotros jugábamos por Windsor, con él, mi hermano Horacio y Daniel González. Nos tocaba enfrentar en las semifinales al seleccionado inglés y a él lo habían dejado afuera. Nos juntó a los tres antes del partido y nos dejó bien en claro lo que quería en una frase: ‘Tengo un especial interés en ganar este partido’. Súper competitivo. Ganamos 15-5, así que quedó chocho. Después perdimos la final ahí nomás por un gol contra Hurlingham, que tenía a Juancarlitos y a tres promesas: Gonzalo Tanoira, Alfredo Harriott y Gastón Dorignac”, revive Alberto Pedro. “Le dábamos caballos y un día una yegua no le arrancaba. Ahí le tiró un ‘Come on yegua prostituta’. No podíamos parar de reírnos”, agrega Heguy. Imprevistamente mezclado en una cuestión de canje político-deportivo...
“Sí, fue muy divertida esa historia. Después de ganar esa semifinal, era tanta la euforia que tenía por haber derrotado a los ingleses y justo van y le preguntan... por Malvinas. Todavía estábamos lejos de imaginar un conflicto armado como el que se dio en 1982. Era 1966. Y se despachó con esa famosa frase de ‘Malvinas, Malvinas, se las cambiamos por los Heguy’. Una de sus clásicas humoradas para salir del paso y evitar que una conversación se saliera de los carriles normales”, enfatiza Alberto Pedro, que nunca supo qué rol les asignó Felipe a él y a su hermano en los cócteles post partido... “Se ve que nos vio como tipos muy serios. Salíamos con Horario del vestuario con trajes negros, corbata. Una vez, dos veces. A la tercera le preguntó a Daniel González: ‘¿Quién me puso a jugar con un cura y un banquero?’ Mientras, el Príncipe solía ponerse el sweater atado al cuello, como hacíamos nosotros. Le decíamos que se quería parecer a los argentinos”.
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Daniel González fue 7 veces campeón del Abierto de Palermo con Coronel Suárez, Santa Ana y Coronel Suárez II, 10 de handicap, coach y poseedor, según los expertos, de dos golpes de derecha, en virtud de su talento para llevar la bocha del lado del revés. Fue otro de los compañeros del Príncipe en el 66. Y con quien se reencontró años más tarde en Los Angeles, en un centro ecuestre. “Lo primero que me dijo fue lo bien que la había pasado en la Argentina”, aclaró González.
Que también tiene sus anécdotas con Felipe. “En ese torneo de 1966, por lesión de un polista, jugué también con los hermanos Torres Zavaleta. Perdimos y al día siguiente me prestaron caballos para la final. El referí, Tommy Hobson, famoso el hombre, se me acerca y me dice: ‘Daniel, usted no puede jugar esos caballos, sabe que está prohibido porque son de otro equipo. Lo voy a tener que sancionar’. Mientras me ponía las botas, le respondí: ‘¿Ah sí? Mire, ¿ve abajo de ese eucalipto, ahí (a unos 10 metros)? Ese amigo mío va a tener otros seis caballos de los Torres Zavaleta. Lo va a tener que sancionar también’. Robson suspiró y mientras se iba raudamente soltó un ‘No dije nada, no dije nada’. El amigo en cuestión era Felipe, claro”.
Y finalmente, recordó las temporadas en Inglaterra. “No lo podíamos creer. Se armaban partidos de fútbol, en una época caliente porque estaba el Mundial 66 de por medio, y el Príncipe no jugaba pero iba a buscar las pelotas como si fuera un ball boy. ¡Extraordinario! Aunque lo mejor era cuando lo invitábamos a los asados. Eran como para 100 personas. Le encantaban, por la comida y por la camaradería. Cada vez que le decíamos ‘Esta noche hay asado, ¿viene?’, su respuesta era una sola: ‘Voy si ya compraron las sweetbreads’. ¡Un fanático de las mollejas! Lo gracioso es que teníamos que ir a las carnicerías de la zona a pedir que nos las guardaran, porque allá las tiraban. Le encantaba el asado, pero su debilidad era esa: las mollejas”.
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En ocasión de la elaboración de su libro “Pasión y Gloria”, editado en 2008, el príncipe Felipe le envió una carta muy sentida a Luisa Miguens, en la que también recordaba especialmente a Gonzalo Tanoira. Algunos de sus párrafos son los siguientes:
“El resurgimiento del polo en Inglaterra después de la guerra fue poco menos que milagroso. En este caso, el milagro recibió una ayuda práctica considerable gracias al entusiasmo y la determinación del difunto Lord Cowdray. Sin duda, el siguiente factor más poderoso en el renacimiento, y de hecho en el actual alto nivel de polo en Gran Bretaña, fue la migración anual de jugadores y caballos desde Argentina. Eran las personas más agradables con las que jugar y aportaban un carácter muy especial y una atmósfera cosmopolita a las temporadas de polo. Un beneficio más directamente práctico era que vendían sus caballos en Inglaterra al final de la temporada”.
”Tuvimos la suerte de ver a algunos de los grandes jugadores, como los hermanos Alberdi, Charlie Menditeguy y Juan Cavanagh. En 1964, el equipo de Windsor Park consiguió convencer al incomparable Juan Carlos Harriott para que jugara con nosotros durante su luna de miel en Inglaterra. Ese mismo año también conseguimos el apoyo de un joven y muy prometedor jugador de 5 goles llamado Gonzalo Tanoira”.
”En 1966, tuve el enorme placer de unirme a un equipo de la Commonwealth británica que visitó Argentina para disputar un torneo internacional de 30 goles...Pude jugar con Horacio y Alberto Heguy y Daniel González. Este partido fue sin duda el punto culminante de mi carrera en el polo. Ese mismo año, volvimos a tener la suerte de que Gonzalo jugara con el equipo de Windsor Park, formado por Patrick Beresford, Tyrone Waterford y yo. Con su inestimable ayuda, conseguimos ganar la Gold Cup por 13 a 9 contra Cowdray Park”.
”Apodado Speedy por el Maharajá de Jaipur, no necesito decir nada sobre la habilidad de Gonzalo como jugador de polo, excepto que siempre me pareció un gran jugador de equipo, siempre tranquilo, alegre y nunca apurado: siempre en el lugar correcto en el momento adecuado, y con un agudo sentido táctico. Montaba muy bien y era una gran ayuda en la educación de los jóvenes caballos. Fuera del campo, hizo muchos amigos por su encanto y su buen carácter”.
”Sé que todos sus amigos de Inglaterra están conmocionados y entristecidos por su prematura muerte”.
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La relación del príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, con la Argentina fue muy estrecha a partir del polo. Aunque no se lo veía cada año junto a la reina Isabel II durante la entrega de los premios del torneo por la Queen’s Cup, allí en el Guards Polo Club, de Windsor, el club que fundó para desplegar su gran pasión deportiva. Por estos días, son muchos los que reviven cada una de sus ocurrencias; incluso, cuando adoptó la modalidad del polo en bicicleta, cuya idea tomó de un partido amistoso organizado por el recordado Marcos Uranga. Y quizás hasta lo recuerden con una sonrisa, saboreando alguna molleja en su honor.
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