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Pablo Mana, “el combatiente de la foto con la bandera inglesa” que trabaja con Adolfo Cambiaso
Estuvo en el desembarco en Malvinas, el 2 de abril de 1982, y quedó inmortalizado con una imagen de la revista Gente
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“Me la llevo de recuerdo”, pensó aquella mañana fría en Malvinas. Rompió el cofre de la casa del gobernador Rex Masterman Hunt, tomó la bandera británica y salió con ella debajo del brazo. Con naturalidad, en una jornada de sensaciones y vivencias imborrables. Tres días después, en plena madrugada del 5 de abril, se bajó del ómnibus que lo traía de Bahía Blanca y empezó a caminar desde la terminal de su Vicuña Mackenna natal, en Córdoba, hasta el hogar. Apenas divisaba una luz en medio de la oscuridad: la del kiosko de Miguel Rava. Se acercó y vio una foto de la revista Gente, desplegada. No sabía bien por qué, pero la imagen le resultaba familiar. Había un soldado. Y una leyenda: “Nuestro Pablito Mana en Malvinas”. Un frío le recorrió el cuerpo. Llegó a la casa, despertó a la madre, que se largó a llorar porque no lo esperaba y tampoco sabía de él. Compartieron un abrazo eterno. Pablito tenía 19 años. Era el chico de la foto que recorrió el mundo el día de la toma de Malvinas, el 2 de abril de 1982. Una experiencia que lo marcó.
Quien lo ve hoy a Pablo Mana, ya con 60 años, difícilmente lo relacione con aquella imagen. Personaje pintoresco si los hay, gran contador de historias en noches de asado y confraternidad en Cañuelas, Mana fue hasta hace un año uno de los asistentes del mejor polista del mundo: Adolfo Cambiaso , que tenía apenas 6 años cuando se produjo la toma de Malvinas. Se conocieron hace más de 20 años en Córdoba, donde el crack tiene su campo, en Washington. Hasta que un día recibió la invitación de Adolfito: “Quiero que me organices todo el polo en La Dolfina durante la temporada de alto handicap”. Desde entonces, allá por 2011, entre septiembre y diciembre de 2017, Mana vivió en Cañuelas. Armaba las prácticas, distribuía jugadores, repartía camisetas, tomaba los tiempos en los partidos. Todo lo que se refiere al organigrama de polo pasaba por sus dominios. “La idea es que todos se diviertan y la pasen bien”, explicaba. Se lo solía ver en un carrito de golf, al costado de las canchas, muchas veces tomando mate con Cambiaso. “Eramos los que más polo veíamos en el año en La Dolfina”, cuenta. No sólo veían prácticas: también seguían juntos de cerca la evolución de los caballos. Los nuevos, los intermedios. ¿Y qué pasaba cuando se jugaban los Abiertos de la Triple Corona? “Iba a los palenques y desde ahí miraba los partidos. Pero no trabajaba con los petiseros. Eso sí, si necesitaban una mano en algo, al primero al que recurrían era a mí, y yo encantado de colaborar con ellos”, aclara. Hace dos años, Mana volvió a La Dolfina para trabajar ahora con Poroto Cambiaso, el hijo de Adolfito.
Muchos son los que conocen a Mana, pero no todos saben de su otra historia, la de ex combatiente que participó del desembarco. “No soy de chapear con eso. El que supone que me la paso hablando de la guerra, se equivoca”, dice. Y menos que menos pueden relacionarlo con aquel adolescente de la foto con la bandera británica. ¿Y Cambiaso cómo lo toma? “Adolfito sabe que estuve en Malvinas, pero no hablamos del tema. Mirá que a veces hacíamos viajes de 600 kilómetros en auto, solos y tomando mate, y ni salía la palabra Malvinas”, señala Mana, que vive en Vicuña Mackenna, ciudad del sur de Córdoba con unos 12.000 habitantes. Casado con Paola Casanova, tiene 4 hijos: Augusto, Mateo, Pilar y Santos. ¿La curiosidad? Los tres varones se dedicaron al fútbol: Augusto y Santos jugaron en San Martín de Vicuña Mackenna, mientras que Mateo estaba en las inferiores de Talleres y vive en Córdoba. “Vaya a saber porqué jugaron todos al fútbol, qué habrá en la genética. Lo que sí, no tienen ni idea de lo que es una cola de caballo. Menos mal que no me salieron poleros, con la plata que cuesta ¡Zafé!”, admite, risueño.
Cómo fueron aquellos días
Malvinas forma parte de su vida. Fueron semanas y experiencias muy intensas. “Tenía 19 -relata- y estaba haciendo la conscripción en la Armada. Me quedaban seis meses. Era asistente del capitán Roberto Roscoe, que oficiaba de traductor en ese momento. Me llevaba a todas las reuniones y yo percibía que algo se estaba gestando. No sabía si era con los chilenos por el Beagle o qué. Un día lo agarré y le dije: “Sé que algo va a pasar. Yo también quiero ir, sea lo que sea’. Roscoe me contestó: ‘Quedate tranquilo que vas a ser el primero en acompañarme’. Y fue así nomás. Salimos de la base naval de Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca, en el buque Cabo San Antonio. Éramos unos 800. Fueron 5 o 6 días de viaje, cerca de la costa, hasta enfilar hacia las islas. ¡Nunca la pasé tan mal! ¡Lo que se movía ese barco! No podíamos comer ni un caramelo. Hasta que el almirante Carlos Büsser nos juntó a todos antes de llegar y nos contó cuál era la misión que íbamos a cumplir. Fue una arenga muy especial, a tal punto que nos olvidamos de que el mar estaba picadísimo”.
-Y cuando te dicen qué es lo que van a hacer, ¿cuál fue tu sensación?
-En esa época, a los 19 años, uno se cree que es inmortal. ¡Yo estaba feliz! En el momento no sentís absolutamente nada. Después tomás conciencia. Hoy, con 57 años, no sé si no estaría corriendo para que no me maten. No recuerdo haber sentido nada. Estaba contento, con ganas de bajar y cumplir la misión. Creo que nos pasaba lo mismo a los 800 que desembarcamos.
Mana recuerda cada instante de esa madrugada del 2 de abril, hace 40 años. “Nos dividieron en dos grupos. Uno fue a tomar la casa del gobernador; el otro, el destacamento de los Royal Marines, que fue de fácil captura porque todos se habían ido a cuidar la casa. Fueron 3 horas de tiroteo. En esa acción es donde cae el capitán Pedro Giacchino. Llegamos a verlo vivo, antes de que lo trasladaran al hospital, donde falleció. Tomamos la casa. Los ingleses se rindieron y cesó el fuego. Y ahí viene toda la historia de la bandera”.
-¿Cómo fue? ¿Quién te sacó la foto?
-Entramos en la casa junto con el teniente Tudury. Había una puerta, cerrada. Detrás se escuchaban voces. La abrimos de una patada y adentro nos encontramos con tres soldados ingleses comunicándose con Londres por un radio. Los tomamos prisioneros. Empecé a mirar más en detalle la oficina del gobernador y encontré en un cofre la bandera inglesa que iba a ser izada ese día. ¡No les dimos tiempo porque llegamos antes! Rompí el cofre y la saqué. Ahí fue cuando pensé “me la llevo de recuerdo”. Cuando salí, y de esto me enteré después, había un fotógrafo argentino que me sacó esa foto desde lejos. Fue una foto histórica. Pero yo no tenía ni idea hasta que no volví a mi pueblo y la vi en aquel kiosko en Vicuña, de madrugada.
El fotógrafo era Rafael Wollmann. Trabajaba para varios medios argentinos. Nos encontramos mucho tiempo después, en Pinamar, durante unas vacaciones. Se acordaba de la foto, pero obvio que ni me reconocía. Me mandó el original. Fue un lindo reencuentro, con anécdotas de aquellos tiempos, de nuestras vidas.
-Estuviste en el desembarco, en la toma, a los tres días volviste a Vicuña Mackenna. ¿Nunca regresaste a las Malvinas, al combate?
-No, como infantes de marina, estuvimos el 2 de abril en la toma. Allá quedó el ejército. Volvimos a tierra en un Hércules. Semanas después nos llevaron de vuelta a Río Grande, pero ya no pudimos cruzar a Malvinas. Estaba todo bloqueado. Y ahí nos quedamos hasta el final.
-Cuarenta años después, ¿qué mirada tenés de la guerra?
-Soy feliz por haber vivido parte de la historia. Pasaron muchas cosas después. Se mezcló todo lo que había sido Malvinas con la represión, con los desaparecidos. ¡Nada que ver! La guerra nunca es buena, eso está claro. Y es tremendo lo que viene a continuación: murieron muchos más después de la guerra, por factores psicológicos, que en las islas durante el combate. Además del rechazo y de la discriminación que se sufre. Ir a buscar un trabajo aclarando que estuviste en la guerra era un factor determinante para que te bocharan. ¡Un disparate! Hace unos años, noté un mayor respeto y acercamiento al ex combatiente en los actos patrios. En cada desfile por las ciudades y los pueblos sentimos el afecto de la gente.
Su relación con Cambiaso
Aunque no estuvo relacionado directamente con los caballos, Pablo Mana sabía bien de qué se trataba el tema. Su padre, Enrique, comercializaba equinos. Estaba conectado con el reconocido jugador, criador y exportador Eduardo Moore. Pero antes de vincularse de lleno con esta actividad, Pablo probó con los estudios. "Volví de la colimba -dice- y me puse a estudiar Ciencias Económicas, en Río Cuarto. Por mi personalidad, siempre fui bastante querido y de relacionarme fácil con la gente. No me fue muy bien en la carrera porque tenía más amigos de la calle y de la noche que de los libros (risas). Así que pegué la vuelta. Y un día lo conocí a Adolfito".
Por consejo de Gonzalo Pieres, su mentor en el ingreso en el polo de alta competencia y quien ya tenía un campo en la zona, Cambiaso adquirió un predio en el pueblo de Washington, a unos 30 kilómetros de Vicuña Mackenna. Es el lugar donde está el club que participó en la Triple Corona, liderado por Facundo Sola. Fue en 1997. “Le vendí un mulo para su campo y ahí empezó la relación. Lo veía más en el verano, ya que Cambiaso ama Washington. Es, te diría, su lugar en el mundo, allí donde pasa las fiestas con su familia y tiene la cría de caballos. Yo organizaba sus prácticas en el club, algunas exhibiciones, hasta que me ofreció venir para Cañuelas. Ahí paso entre tres y cuatro meses que son muy lindos. Estar en el día a día con estos jugadores que no paran de ganar títulos es algo impresionante”.
-Viviste la mejor era de La Dolfina, justo cuando se formó este equipo con Cambiaso, Stirling, Mac Donough y Nero.
-Sí, y la verdad es que no dejaron de sorprenderme. Mirá, con Cambiaso hablamos hace un tiempo de que iba a clonar caballos y todos pensábamos que estaba loco. Nos decía: ”Yo les voy a demostrar que se puede y mi sueño sería tener un palenque de Cuarteteras”. Y resulta que hoy lo logró. Veías jugar a La Dolfina y uno creía que con todo lo que han ganado los últimos años, iban a aflojar. El flaco sigue haciendo historia. ¿Qué se puede decir?
-¿Y cuándo largue Adolfito, qué?
-En algún momento se va a retirar, es así. Ojalá lo estire lo más que se pueda. Ahora lo hará con Poroto. Otra historia.
Hace unos años, Mana decía como ilusión y humorada: “Por ahí seguimos teniendo laburo todos con Poroto”. Se cumplió: hoy trabaja con Poroto, que ya debutó el año pasado en Palermo. Aquella vez, también le preguntamos qué proyección le veía al hijo de Adolfito...
-¿Y Poroto qué proyección tiene?
-¿Vos sabés que tengo miedo de que sea un clon? Es crack. En serio. ¡Es tan parecido a él! Ya jugó torneos grandes y en buena forma. Con Adolfito lo seguíamos de cerca en cada práctica. Tuvimos muchas charlas sobre el futuro de Poroto. Él sabe que el hijo es bueno. Pero es lógico que piense y te diga: “Yo no puedo meterle presión porque no sé si va a tener la cabeza de crack”. Y es real: hay una gran cantidad de jugadores que lo tienen todo, pero después no llegan. Pero que le tiene fichas puestas, le tiene. Poroto es bueno en serio.
Hoy, Pablo Mana siente muchas sensaciones, como cada 2 de abril. Imposible no viajar en el tiempo. ¡El también fue uno de los Héroes de Malvinas!
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