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La Natividad, campeón de Palermo: con dos chicos y dos grandes en el equipo, los más emocionados son los de mil batallas, y tienen por qué
Facundo Pieres y Pablo Mac Donough, de 37 y 41 años, se conmovieron como pocas veces en la victoria que compartieron con los Barto y Camilo Castagnola, de 22 y 20
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En todo ese mar de euforia y emoción que son unos palenques ganadores de la final del Abierto de Palermo, los más tranquilos eran los muchachitos de 20 y 22 años. Esos dos de los tres chicos llamados a dominar quizás la próxima década del polo mundial, que festejaban, sí, pero se estremecían en conmoción interna. Los más grandes, los de 37 y 41 años, los de las mil finales como ésta encima, eran los más tocados.
La Natividad, la gran irrupción del polo en el último lustro, volvió a sentir el sabor de la gloria que todos quieren y que es para un solo equipo por año. Pero las historias envasadas en esa consagración ponían lágrimas e inconciencia a tanta sensación abrumadora. Para un polista, ganar la final del Argentino Abierto es ser campeón mundial. Pero si el vencido es La Dolfina, esa máquina que dominó este deporte con 15 consagraciones en Palermo en los últimos 22 torneos, el placer se incrementa. Y si el triunfo es claro, no sólo por un 13-10 en el tablero sino también por superioridad en el juego, tanto mejor. Hay más.
Si la victoria es hecha en casa, la satisfacción se ahonda, y eso estará llenando el espíritu de los Castagnola. Los que están en la cancha, que son el cerebral y potente Barto y el hábil y rapidísimo Camilo, y el que está fuera, Bartolomé, Lolo, el padre, que pensó todo esto hace muchos años y sigue siendo organizador de esta maravilla que construyeron en pocas temporadas.
Pero –se dijo– lo más conmovidos parecían los grandes. Porque si la coronación llega a los 41 años, después de un par de temporadas fuera de las finales tras ser protagonista grande durante 16, la satisfacción tiene que ser profunda. Así la vivió Pablo Mac Donough, en el día del cumpleaños de su padre, un hombre que vivió para el polo y murió por él, reconocido en el mundo. Y si cabe, un gusto extra por haber superado a los ex compañeros. No por una rivalidad –qué va–, sino por saberse competitivo habiendo salido de esa estructura que monopolizó el Argentino durante años y años. Y encima, una yapa no menor: el premio Gonzalo Heguy al jugador más valioso del partido más importante del año. A los 41 es posible, sí.
Pues a pesar de tantos sentimientos fuertes en La Natividad, el más sacudido por el corazón pareció ser Facundo Pieres, el otro jugadorazo de General Rodríguez invitado desde Cañuelas. Fue difícil tomar la decisión de abandonar al club de toda la vida, Ellerstina, y a sus propios hermanos y compañeros de miles de batallas –muchas más derrotas que las esperables–, para darse una oportunidad deportiva mayor. La de imponerse a ese sombra negrísima que en su carrera argentina fue –es– Adolfo Cambiaso, al cabo de 11 años. El dolor de dejar a los suyos fructificó, no fue en vano. Por eso las lágrimas en el podio, cuando a los 37, con los Castagnola creciendo exponencialmente, tal vez ya no fuera a tener muchas más posiblidad de levantar por cuarta vez la copa más deseada si no hubiera sido llamado por estos chicos prodigiosos.
Todo eso desató una victoria tan lucida como merecida, tan cambiante como sufrida, porque la final del Abierto de Palermo resultó un partidazo. El que se esperaba, con lujo técnico y estratégico, salvo porque le faltó un desenlace más cerrado, de posible chukker extra. También le faltaron algunos goles, porque 23 no son tantos, pero suele haber tanteadores flacos cuando no se cobra muchas infracciones. Y eso sucedió en la tarde plomiza de Libertador y Dorrego, donde las gotas que llegaban desde el cielo luego del mediodía hicieron temer una nueva postergación de la final. Aun con un par de patinadas inquietantes cerca de las plateas, la cancha, que estrenó césped este año, aguantó.
Entre los ingredientes que la hicieron una gran final estuvo el de los cambios de dominio en el tablero. Los chukkers impares eran de La Dolfina; los pares, de La Natividad. Recién en el quinto se mantuvo un ganador durante dos etapas seguidas.
Compacto de la victoria de La Natividad
Aguantó La Dolfina en un período inicial en que se vio superado; con su oficio de campeón revirtió sobre el cierre del chukker y quedó 2-1. Después se solazó con un rato de prevalencia en el desarrollo, pero la categoría de lo que había en la cancha –jugadores y caballos– hacía posible cualquier cambio brusco. Y La Natividad devolvió con una ráfaga a fines del cuarto: 7-6 arriba los de verde.
Habría sido un dato circunstancial si no fuera por dos factores: en una confrontación tan pareja, un gol de margen no es poco como para tranquilizar, y el antecedente de las segundas mitades de La Natividad en la temporada invitaba a los Castagnola y compañía al optimismo.
Hasta entonces, con más infracciones y con Camilo Castagnola tardíamente despertado –mediados del segundo chukker–, el equipo estaba lejos de su máximo potencial, y así y todo era bastante mejor, al menos en los números: 8 throw-ins contra 5, ¡15 tiros al arco contra 7!
Y faltaba esa segunda mitad, la de la posible oleada. El sexto chukker pareció confirmarla. La lluvia de Palermo fue ácida, verde: el 2-0 parcial puso en el tablero un 10-7 que a falta de dos chukkers se perfilaba como decisivo. Máxime frente a un rival que no reaccionaba, al que le costaba llevar la bocha en el taqueo corto.
Así como en la primera mitad Juan Martín Nero sostuvo al defensor del cetro, en el tramo final apareció el otro no Cambiaso del equipo para bancar el momento bravo. Hasta entonces discreto, David Stirling anunció que la cuestión no estaba terminada, que La Dolfina seguía siendo el campeón y que no quería entregar la corona. Pero el mejor era el que menos finales había jugado, el adolescente, Poroto Cambiaso. Le pegó a la bocha de todos lados (golazo para 9-10 con un palazo medio sesgado de unas 80 yardas), convirtió los penales, mantuvo en pie al conjunto. Con el 10 a 10 y siete minutos por jugar, Palermo parecía estar lo que es: abierto.
Y La Natividad siguió, y a La Dolfina le faltó combustible en el tanque. Perdió la fluidez, peleándose con la cancha y sin encontrar la táctica para superar la marca. Los de verde, encima, ofrecieron lujos y un rasgo que los distinguió en la temporada: contraataques. Así, de hecho, se cerró el partidazo. Poroto extravió una bocha díscola, Facundo Pieres corrió y la campana final lo encontró en pleno paso entre los mimbres. Logrando lo que había tardado más de una década. Fue otra natividad: la de un dream team que se bancó la marquesina.
Síntesis de La Natividad 13 vs. La Dolfina 10
- La Natividad: Facundo Pieres, 9; Camilo Castagnola, 10; Pablo Mac Donough, 10, y Bartolomé Castagnola (h.), 10. Total: 39.
- La Dolfina: Adolfo Cambiaso (h.), 10; David Stirling, 10; Adolfo Cambiaso (n.), 10, y Juan Martín Nero 10. Total: 40.
- Progresión: La Natividad, 1-2, 3-2, 4-5, 7-6, 8-7, 10-7, 10-10 y 13-10.
- Goleadores de La Natividad: Pieres, 3; C. Castagnola, 4 (1 de penal); Mac Donough, 3, y B. Castagnola, 3. De La Dolfina: Cambiaso (h.), 1; Stirling, 1; Cambiaso (n.), 7 (3 de penal), y Nero, 1.
- Jueces: Gastón Lucero y Guillermo Villanueva. Árbitro: José Ignacio Araya.
- Cancha: Nº 1 de Palermo.
- Trofeo Gonzalo Heguy al mejor jugador de la final: Pablo Mac Donough.
- Premio Javier Novillo Astrada al máximo goleador del campeonato: Camilo Castagnola, 38 tantos.
- Trofeo Revelación Rubén Sola: Lucas Monteverde (n.).
- Copa Fomento Equino al jugador mejor montado de la final: Bartolomé Castagnola (h.).
- Premio Gonzalo Tanoira al polista mejor montado del certamen: Bartolomé Castagnola (h.).
- Premio Juan Carlos Harriott (h.) al juego limpio: Adolfo Cambiaso (n.).
- Copa Lady Susan Townley al mejor ejemplar de la final: Cuartetera B06 Clon, utilizada por Adolfo Cambiaso (h.).
- Premio Asociación Argentina de Criadores de Caballos de Polo al mejor producto jugador Inscripto Raza Polo Argentino y Premio Sociedad Rural Argentina: Dolfina Roxy, montada por Adolfo Cambiaso (h.).
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