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La Dolfina ensombrece a los contrarios hasta reducirlos a la mínima expresión
Con una gran actuación de Stirling, triunfó por 14-1 ante La Aguada-Las Monjitas y llegó a su 17a definición en 18 años; sólo se quedó fuera del partido decisivo en 2004
Siete días antes el número era el 100: La Dolfina, la Asociación de Polo y el público le festejaban a Adolfo Cambiaso su centenar de partidos en el Argentino Abierto. Esta vez, la cifra fue el 1: al equipo 1 del mundo, el que comanda el jugador número 1, le hicieron un gol. Uno solo. En ocho chukkers. Y de penal.
Eso ocurrió en la cancha... 1 de Palermo, y en una definición de zona que clasificó un finalista. O sea, en una virtual semifinal del mejor certamen de polo del planeta, uno de los dos equipos anotó un solo tanto en algo más de 52 minutos netos de juego. Y de bocha viva, ninguno.
La Dolfina 14 vs. La Aguada-Las Monjitas 1, de eso se trató. Para el ganador, el 17º pase a la final en 18 años. Para su oponente, una actuación que lo pone del lado indeseado de las estadísticas históricas: hay que remontarse 52 años, hasta 1965, para encontrar una goleada en el Abierto en la cual el perdedor consiguiera un único gol (Coronel Suárez 23 vs. La Espadaña 1). Eso permitió que, con apenas 14 tantos marcados, La Dolfina tuviera su más baja producción de ataque en el torneo y, aun así, ganara por 13, también su ventaja más corta. Así de abrumador fue su paso por la zona A, en la que resultó el único con diferencia de goles positiva en la tabla de posiciones.
Un abismo del que no son culpables Adolfo Cambiaso y compañía, claro. Aunque por lo que se vio ayer se debería hablar de David Stirling y compañía. Fue arrollador lo del uruguayo, con 6 de los 14 tantos de su conjunto, otras cinco jugadas de gol y un ritmo en el mediojuego que no dio respiro a los contrarios. Las palizas al rival de turno no le generan compasión al Nº 2; va a fondo desde el throw-in inicial hasta el último campanazo.
Lo padeció durante los 94 minutos brutos de partido La Aguada. Con Pelón a la cabeza, La Dolfina no dejó en paz a los Novillo Astrada, no les permitió pasar con algún respiro las 60 yardas propias. Caballos, concentración y voracidad hicieron del equipo blanco el amplio dueño de la bocha, en un deporte en el que, por ahora, no se mide posesión.
Quizás no avasalle en ese rubro el supercampeón de Palermo, porque el polo moderno, de toques cortos para no arriesgar la pelota, permite emparejar la tenencia. Muchas veces los adversarios juegan a eso, para bajar el ritmo y el goleo en contra. Incluso muchas veces el propio La Dolfina echa mano a ese estilo cuando ataca, hasta que encuentra el hueco, cosa que mucho no le cuesta. Pero cuando mayor diferencia hace es al contragolpear, porque tiene incorporado un mecanismo letal: cuando la bocha está dividida, un jugador blanco enfila hacia el arco ajeno, como seguro de que su compañero se hará de la pelota. En efecto, éste la gana y el otro ya está solo para escapar hacia los mimbres. Y para eso cuenta con una gran ventaja: el taqueo largo.
El pase es un estiletazo. Sorprende a los adversarios y asombra al público. Un polista de mediano handicap hablaba ayer en Palermo de “jugadas de Globetrotters”. El pase no evidente, la combinación fluida, la asistencia sacada de la galera. Como la cesión riquelmeana, larguísima y combada, de Stirling a Juan Martín Nero para el 8-1 en el cuarto chukker.
Y aquí, un punto en que vale la pena profundizar. En el ambiente se suele decir que la diferencia entre un 7 goles y un 10 está en los caballos, no en pegarle a la pelota. Por supuesto que la organización es crucial y distingue a un equipazo de uno común, pero también hay diferencia entre un crack y un buen jugador en cómo –y cuánto– le pega a la bocha. Es cierto que un buen caballo permite llegar antes y golpearla más cómodamente, como que en situaciones idénticas, los de La Dolfina la impactan como nadie.
Y sin embargo, ayer desperdiciaron por taqueo varias de las 12 goles situaciones de gol no convertidas que elaboraron. La Aguada, con problemas para abrir el juego por taqueo –entre otras causas–, tuvo 4. Anotó su penal de 30 yardas a los 70 segundos de acción y nunca más vulneró el arco ajeno. Ahí, otra virtud del dream team: una defensa granítica, que viene recibiendo a razón de 4,25 tantos por encuentro.
Ya se habla de que La Dolfina llega a la final con “falta de ritmo” por lo chicos que le quedan los contrincantes. Así los ensombrece. Hasta la mínima expresión: un solo gol.
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