El mejor jugador hasta la aparición de Adolfo Cambiaso se coronó 20 veces campeón argentino por su club, pero llegó a vestir los colores del archirrival y se retiró con los de Indios-Chapaleufú
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A los 86 años, murió en la noche de lunes 11 de septiembre –Día del Maestro, quizás no casualmente– Juan Carlos Harriott (h.), el mejor polista de la historia al menos hasta el surgimiento de Adolfo Cambiaso en los años noventas. Y para algunos, el mejor de todos los tiempos aun después de esa irrupción de Adolfito.
Los restos de quien ostentó durante 20 años los 10 goles de handicap, conquistó 20 veces el Campeonato Argentino Abierto en Palermo, obtuvo en cuatro ocasiones la Triple Corona y recibió en 1976 el Olimpia de Oro al deportista más destacado del año en el país, serán inhumados este martes a las 11.30 en el cementerio Parque de Paz, de Coronel Suárez. A esa ciudad del suroeste bonaerense honró Harriott con su trayectoria deportiva y su calidad humana, que le valieron el emplazamiento de un monumento en el camino al club de polo.
A continuación, dos de las historias que dejó la extraordinaria carrera del “Inglés”, símbolo de Suárez, figura respetada en el exterior y prócer del deporte argentino de todas las épocas.
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Si no existiera una foto, una de papel, de la época en que no se podía trucar las imágenes ni convertirlas en fake news, alguien podría dudar. El ultra-archi-mega crack de Juan Carlos Harriott (h.) con la camiseta del equipo archirrival y rodeado por tres grandes adversarios como compañeros. Para el que está en el polo, ver al jugadorazo de todos los tiempos vestido como contrario acérrimo resulta cosa ‘e mandinga, de la tecnología, de una intervención digital. O un meme.
Porque Juancarlitos Harriott, además de tremendo polista, el mejor de la historia al menos hasta la aparición de Adolfo Cambiaso (h.), fue un one-club man. Un hombre de una sola camiseta. Empezó a jugar en la elite de su deporte a mediados de los años cincuentas, envasado el torso en rombos azules y rojos. Coronel Suárez. Su club de toda la vida. Su pago de nacimiento y de residencia de siempre. Hasta tiene una estatua en la ciudad. En colores.
Pero ese retrato fotográfico en el que aparece de azul con rayas verticales blancas y acompañado por Francisco y Gastón Dorignac y Teófilo Bordeu tiene casi 50 años. O sea, es original. Juancarlitos se puso la pilcha de Santa Ana, sí. Y jugó por ese club, el que casi siempre estaba enfrente en las grandes finales del polo. Ricardo Bochini con la camiseta de Racing. Rojitas con la de River. Beto Alonso con la de Boca. Un crack enfundado en los colores opuestos, los prohibidos. Algo así es ver a Harriott como jugador de Santa Ana.
¿Qué pasó? “Me invitaron a jugar y fui, con Franky Dorignac, Bordeu y Gastón. Hacía poco habíamos empezado a jugar finales Santa Ana vs. Coronel Suárez. Éramos amigotes Franky y yo, y me dijo «che, ¿querés ir a Chile a jugar? Un fin de semana, nomás». «Bueno, vamos». Andábamos medio al cuhete nosotros acá, y fuimos”, recuerda a sus 86 años la mente de Harriott, que nunca fue muy buena para retener datos duros, números, fechas (“soy un desastre”), pero que en la cancha era prodigiosa. El Inglés veía las jugadas un par de segundos antes que los polistas excelentes y eso lo hacía estar donde convenía, hacerse de la bocha y, sostenido en un estupendo taqueo, poner la esfera blanca ahí donde hacía daño al oponente. Fuera en un espacio vacío para el pique de un compañero como detrás del arco... habiéndola hecho pasar entre los dos mimbres, por supuesto.
En efecto, el mayor de los hermanos Dorignac había llamado a Juancarlitos a Suárez para incorporarlo al equipo en una exhibición del otro lado de la cordillera. Podía ser sensible el telefonazo: habían pasado unos días desde la definición del Argentino Abierto que Santa Ana le había ganado a su gran rival, una de las pocas en que ocurrió tal cosa (3 sobre 17), porque los hermanos Harriott y los Heguy eran “la máquina de jugar al polo”. Lejos de cargadas e ironías por la Triple Corona que había logrado su cuarteto, el Cacique Dorignac quería completar la alineación con lo mejor que pudiera, porque la invitación llegada desde Chile estaba aceptada y Daniel González –justo un ex suarense– no podía acudir, a raíz de otro compromiso aceptado previamente.
A diferencia de en Argentina, en Chile hay un club de referencia casi exclusiva, San Cristóbal, ubicado en Santiago. Allí concurrió otro oriundo de Coronel Suárez, Ricardo Garrós, como referí, y Harriott estuvo circundado, nomás, por los Dorignac, Bordeu y muchos locales, claro. Nada nuevo para Mister Polo: había estado allí en 1959, jugando por... Santa Ana.
¿Cómo? Era otro Santa Ana, un Santa Ana trasandino, no el club de Villa Valeria, suroeste de Córdoba. Resulta que uno de sus integrantes, Alfonso Chadwick, se había lastimado, y sus compañeros, Jorge Undurraga, Fernando Prieto y Jorge Lyon, se plantearon conseguir un suplente de alta gama: “Si queremos ganar el Abierto de Chile, invitemos a Juancarlitos”, se propusieron. Harriott tenía entonces 23 años y 9 goles de handicap y ya era tricampeón de Palermo. Fue la mejor decisión: con el argentino, ese Santa Ana detuvo una serie triunfal de los Zegers de Universidad Católica, goleó por 15-5 y se adjudicó el máximo torneo chileno.
Lo de mediados de los setentas era distinto, una exhibición. Pero la presencia del conjunto triplecoronado de Buenos Aires –Argentina dominaba el polo mundial desde hacía más de 35 años–, con nada menos que Harriott, los Dorignac y Bordeu, casi ponía a ese partido por encima de un abierto nacional. Eso sí: los caballos fueron proporcionados por los anfitriones. Dato no menor.
Se jugó a seis chukkers, y con ventaja para el más débil. Dato importantísimo. Solamente así tenía chances Universidad Católica-Lo Castillo, que se configuró con Francisco Echenique, Chadwick (aquel ausente en 1959), Julio Zegers y Jorge Lyon. No por nada antes del primer throw-in ya estaba 11-0 arriba. Tal la distancia de nivel entre los lugareños y los huéspedes. Terminó resultando demasiada para los visitantes, porque Católica rescató un 17-16 (6-16 en el abierto). Y entonces la excursión del Santa Ana triplecoronado reforzado terminó con una mueca inesperada.
¿Puso todo de sí Juancarlitos con la camiseta de sus habituales adversarios? Nadie pensó en otra cosa. “No había tanta rivalidad con Santa Ana; recién estábamos empezando”, aclara hoy Harriott ante LA NACION, en su campo, La Felisa. Por cierto, faltaban todavía unos cuantos cruces definitorios entre ambos clubes. Las ganas de ganarle al otro, y el temor a perder contra los de siempre, irían en aumento. “Pica no hubo; rivalidad sí. Negar eso es ridículo”, dimensiona el mayor actor del clásico. ¿Habría aceptado la misma invitación a fines de los setentas, cuando estaba en sus últimos años de primer nivel, tras tantas batallas en común? “No sé, no sé...”, duda.
Lejos de dudar estuvo cuando recibió otra propuesta de jugar un partido sin estar de rombos colorados y azules. Rara la propuesta: Juancarlitos llevaba ya tres años retirado de la Triple Corona, casi cuatro. La había dejado a fines de 1979, a los 43, con 20 conquistas de Palermo en las anteriores 23 temporadas y con más por perder que por ganar a esa altura. Lo último ruidoso de su parte había sido la obtención de la Copa de las Américas en mayo de 1980, cuando en Texas el seleccionado argentino se había impuesto en dos encuentros al de Estados Unidos. Ese cuarteto nacional era el mismo de Coronel Suárez que había levantado once veces el trofeo del Argentino Abierto, y las relaciones internas seguían intactas. Un día Alberto Pedro Heguy necesitó un favor, y ahí estaba su compañero crack para dar una mano.
En septiembre de 1983 transcurría la campaña proselitista para la primera elección nacional desde el último regreso de la democracia. Y Alberto siempre se interesó por la política. Tanto, que aquella vez era segundo candidato a senador nacional por La Pampa, su provincia. El más joven de los dos Heguy no era un polista profesional, pero en temporada alta acomodaba las actividades para que no interfirieran en lo deportivo, que entre septiembre y diciembre era lo principal. Sin embargo, un sábado el rompecabezas no se completó.
Enfermo, el primer postulante a senador no podía asistir a un acto político en Rancul, un pueblo del norte pampeano, 40 kilómetros al oeste de Realicó. Y en su lugar allí fue el polista Heguy, a dar un discurso que convenciera a los votantes. El problema es que ese sábado, Los Indios-Chapaleufú, el equipo que compartía con su hermano Horacio y sus sobrinos Horacito y Gonzalo y que hacía su debut absoluto en la Triple Corona, debía jugar a las 14 por el Abierto de Los Indios-Tortugas, en San Miguel... a 550 kilómetros de Rancul. Previsor, Alberto tenía organizada la solución. Nada de alambres atados: un reemplazo de lujo.
Como Dorignac casi diez años antes, apeló al gran Juan Carlos Harriott (h.), compañero, amigo y primo de su esposa, Silvia Molinari. El “no” era imposible. “Le expliqué a Juancarlitos que yo tenía un acto político. Él llevaba tres años sin jugar. Había llevado, de todos modos, caballos a Pilarchico para jugar prácticas. Y me dijo «bueno, es importante la política. Juego por vos». A Juancarlitos le dejaban el puesto de 3″, detalla hoy Alberto frente a LA NACION, en su casa de las afueras de Intendente Alvear, La Pampa. A sus 82 años, mantiene la memoria excepcional que se le conoce, aunque admite que alguna que otra cosa puede ser, como decía el célebre petisero de la familia Heguy Tito Lezcano, “casi cierta”.
“Yo dejé el polo en serio pero seguí jugando un poco. Alberto me llamó”, confirma de su lado el otro protagonista de la historia. Que recuerda así el diálogo:
–Che, nos hace falta uno. ¿No te animás?
–¿Sabés qué pasa? No tengo ni la sombra de los caballos que tenía antes. Son caballitos de polo que andan más o menos bien.
–¡No! ¡Venite!
“Y fui. Ellos eran amigos; no iba a dejarlos a pata”, sostiene Juancarlitos, casi cuatro décadas más tarde.
Harriott era un 3 innato en el polo, por más que en sus primeros años en la elite se había desempeñado como 2. En 1983 la camiseta 3 de Los Indios-Chapaleufú era propiedad de Horacito Heguy, que a sus 19 años estaba encantado de cederla al prócer invitado.
–¿De qué estaba jugando Alberto?
–De 4.
–No; juego de 4.
–¿Querés los caballos de Alberto?
–No. Juego con los míos.
Así recuerda otra parte de la conversación Alberto Pedro, que después de hablar en público fue llevado a Realicó y allí tomó un ómnibus rumbo a Luján. Quería participar en el partido del domingo. En Luján tomó el colectivo 144 rumbo a Parque Trujui, y de ahí, a pie a Los Indios. Arribó a las 10. No había teléfonos móviles, mensajería instantánea, internet, y preguntó qué había pasado la tarde anterior. “Ganamos, ganamos. Hay que jugar ahora, a la tarde”, le contestaron petiseros, y el viajero se fue a dormir un rato en la habitación de ellos para encarar más descansado el compromiso.
En efecto, Los Indios-Chapaleufú había ganado en su estreno total en la Triple Corona. Tenía 29 tantos de handicap y superó por dos goles, 10-8, a un buen equipo, Los Indios, de 31, que un par de meses después sería finalista del Abierto de Palermo, compuesto por Juan Martín Zavaleta, Agustín Llorente, Ernesto Trotz y Héctor “Juni” Crotto. ¿Qué tal estuvo Juancarlitos, luego de tres años de retiro, a los 46? “Jugó una barbaridad, un disparate. Lo que jugaba siempre. Nunca lo vi jugar mal en realidad. Ese día en la cancha 2 de Los Indios jugó muy bien. No éramos para nada favoritos y ganamos bastante por Juancarlitos. Y de back le sobraba para todos los tiros: sacaba mejor que todos, hacía backhanders mejor que todos... No tenía defectos; era el jugador perfecto”, lo halaga Horacito Heguy, un fanático de Harriott. Incluso en lo humano. “Me acuerdo perfecto de que me daba vergüenza ponerme la 3 con Juancarlitos en la cancha. Tenía una generosidad y una humildad impresionantes para jugar al polo. Me dejó jugar de 3″, subraya el mellizo de Gonzalo, hoy de 58 años, entonces de 19. El 3 en el polo es aquél que organiza el juego ofensivo del conjunto, y suele ser el mejor jugador, el más prestigioso.
Lo que no le daba vergüenza a aquel adolescente es lo que supuestamente hizo con el tío Alberto ese domingo posterior a quedar maravillado con el compañero de repuesto. “Llegó Horacito y me dijo «Alberto, la política es muy importante. ¿Por qué no seguís haciendo política?». Claro: Juancarlitos había jugado una barbaridad, je... Pero yo ya estaba para jugar. Había viajado toda la noche...”, rememora, divertido, Alberto Pedro.
Su sobrino no se reconoce en esa irónica irreverencia juvenil. Pero ríe cuando escucha el cuento. “No, seguro que no. No creo que le haya dicho eso; sabíamos que Juancarlitos no iba a jugar nunca más. No me acuerdo... Conociéndome, algún chiste puedo haberle dicho”, pasa de la firmeza a la duda pícara.
Pero de algo no duda ni bromea. Su admiración al crack histórico y aquella tarde con él en la cancha, la única en su carrera. “Le pegaba de primera a la bocha como los dioses. Tenía otra cabeza para jugar al polo. En su momento era el mejor de todos lejos. Estaba 2 o 3 goles arriba del resto”, grafica Horacio sobre Juan Carlos. Lo bueno que habrá sido Harriott, que a un tipo usualmente mordaz le saca palabras de elogio casi emotivas. “Fue una buena experiencia. Tuvimos la suerte de jugar con él. Es uno de los recuerdos importantes de mi vida polística”, dimensiona el mellizo Heguy.
¿Y cómo lo vivió el protagonista central de la anécdota? Por lo pronto, no le consta que Alberto hubiera blanqueado el motivo político de su ausencia de ese sábado de fines de septiembre. “Él medio tapó eso, porque no nos enteramos mucho... Me dijo «no puedo», pero eso de que era candidato a senador... No es que no me acuerde; no lo viví... Y no sabía lo de la respuesta de Horacito”, expresa seguro Harriott. La memoria de Alberto Pedro es más confiable, pero la de Juancarlitos no yerra cuando rebobina hasta el partido: “Me fue bien. Creo que jugué de back. Divertido. Nunca había jugado en ese puesto en Triple Corona y creo que tampoco en el resto de mi carrera. Usé los caballos míos, lo mejor que encontré. Los tenía en Pilarchico. Salimos bien. Los mellizos ya eran señores jugadores, pero no todavía lo que serían después”.
Y efectivamente, nunca más actuó Juan Carlos Harriott (h.) en el más alto nivel. Después de colectar 20 copas de Palermo, se dedicó a mirar polo. Ahora, por televisión; antes, en las propias canchas. Con una preferencia: el equipo de los cuatro hermanos Heguy, tan exitoso en los noventas. “A mí me gustaba mucho Horacito. Bueno, los cuatro hermanos me gustaban, cada uno en su puesto. Era hincha de Chapaleufú en esa época. Jugaban bien, andaban bien montados... No había nada que decir”, cuenta. El Chapa que él integró, junto a su amigo Horacio y los mellizos, no conquistó aquel Los Indios-Tortugas ’83, pero ese año tumbaría al campeón vigente Santa Ana en el estreno en el Argentino Abierto, en un partido que enfrentó a los dos clubes que llegaron a vestir a Harriott con sus colores más allá de los de Coronel Suárez.
El 24 de septiembre de 1983, entonces, el gran Juan Carlos Harriott (h.), hasta entonces el mejor polista de la historia, se retiró como suplente, en una posición insólita en su gloriosa trayectoria y con una camiseta distinta a la glorificada por él durante décadas. Una vivencia poco más creíble que aquella foto del mismo ultra-archi-mega crack enfundado en otra piel, la del máximo contrincante de toda la vida.
Síntesis de Los Indios-Chapaleufú 10 vs. Los Indios 8
- Los Indios-Chapaleufú: Horacio Antonio Heguy, 8; Gonzalo Heguy, 6; Horacio S. Heguy, 6, y Juan Carlos Harriott (h.), 9. Total: 29.
- Los Indios: Juan Martín Zavaleta, 8; Agustín Llorente, 7; Ernesto Trotz, 7, y Héctor Crotto, 9. Total: 31.
- Progresión: Los Indios-Chapaleufú, 1-0, 1-1, 3-3, 6-5, 7-6, 9-7 y 10-8.
- Goleadores de Los Indios-Chapaleufú: H. A. Heguy, 2; G. Heguy, 3; H. S. Heguy, 2, y Harriott, 3 (2 de penal). De Los Indios: Zavaleta, 3; Llorente, 1; Trotz, 1, y Crotto, 3 (2 de penal).
- Jueces: Alfonso Pieres y Luis Lalor (h.). Árbitro: Ricardo Lafuente.
- Cancha: Nº 2 de Los Indios.
- Instancia: 1ª fecha de la zona Los Indios del Abierto de Los Indios-Tortugas.
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