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Brilló como empresario de medios y sacó campeón a Racing, pero tiene un amor superior: los caballos
Fernando Marín siente una profunda pasión por los equinos y creó una exposición itinerante para rendirles homenaje; de dónde nació esta relación y cómo es el flamante proyecto
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Empresario de medios exitoso, creador de productos que dieron que hablar y hasta un gusto muy particular que pudo darse hace 20 años, cumpliendo un deseo de su padre, que antes de fallecer le había pedido “por favor, ordená Racing”: como presidente, logró lo impensado y cerró un período de 35 años sin títulos de la Academia. Pero Fernando Marín, hoy con 82 años, no duda en confesar que “mi gran amor siguen siendo los caballos”. ¿Sorprendente? Detrás de esa frase hay una y mil historias para conocer que desembocarán en un anhelo muy particular y que está a punto de concretarse: Argentina Ecuestre, una suerte de homenaje al equino hecho exposición itinerante multimedia.
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Marín tenía 6 años cuando empezó su relación con el caballo. Lo cuenta con pasión. Como si lo estuviera reviviendo. No hay exageración alguna: conocemos muchos deportistas vinculados con el deporte ecuestre y la devoción por este noble animal es de alcances inimaginables. Todo tiene una génesis y para Marín se relaciona con aquellos tiempos de la escuela…
“Nací en Maure y Avenida del Libertador, frente al Hipódromo de Palermo. Lo que hoy es Las Cañitas, un barrio fashion, en ese entonces, los años 40, era un barrio de studs. Los había sobre Olleros, Maure, Migueletes. Era un barrio hípico. Los anexos en el hipódromo tenían muy pocos boxes. Todos los studs, tanto en Palermo como en San Isidro, estaban afuera. Y lo que escuchabas a la hora de la siesta era el repiquetear de las herraduras en el empedrado cuando sacaban a caminar a los puros”, rememora, mientras se acomoda en la silla. Y prosigue.
“Vivía en la casa de mi abuelo, con mis padres. Eran esas casas bajas viejas de Belgrano con el jardín adelante. Y estaba frente al stud de don Pedro Pablo Ferro. Cruzaba siempre. Era chiquito, 6 años. El capataz de Don Ferro, un tipo muy simpático, me dejó subir arriba de un puro muy manso. Los caballos, para que te sitúes, cruzaban por Olleros. El vigilante con mangas blancas, ubicado en una garita sobre Libertador, cortaba el tráfico y todos los caballos del stud, a las 6.30 de la mañana, cruzaban y entraban por atrás al hipódromo para ir a varear. Mi mamá estaba intrigada de por qué salía tan temprano para el colegio. ¡Es que iba a caballo! Cursaba en el Jockey Club, lo que hoy es Granaderos. Llegaba siempre primero e izaba la bandera. Los veranos de familia no eran en la playa, sino en Tres Lomas, un pueblo cercano a La Pampa, en el campo de un amigo de mi papá. Todo eso me vinculó con el caballo desde pequeño”.
–Está claro el origen de su pasión por el caballo. ¿Pero qué pasó después? Porque lo hemos visto competir en polo, por ejemplo, y no fue la única disciplina ecuestre en su vida.
–Claro. Ya de chico corría cuadreras en el campo. Me hice socio del Hípico. Cuando pude, me compré un caballo. Era un puro de Pepe Duggan, del Haras El Trébol. Se llamaba Silk.
–¿Se refiere a Heriberto Duggan, uno de los célebres polistas de El Trébol, el equipo de los clásicos con Venado Tuerto y que ganó cinco veces seguidas el Campeonato Argentino Abierto entre 1939 y 1944?
–El mismo. Le di la yegua a Ferro para cuidar, pero también tuve con Julio Penna, con Juan Carlos Maldotti. ¡Me apasionaba! Iba a la popular a ver las carreras, incluso siendo menor. Me colaba por el colegio que estaba al lado.
–Descríbame lo que es el caballo, lo que representa.
–El caballo es un ser que, si uno lo pudiera tener dentro de su casa, comprobaría que posee mucho más entendimiento que un perro. Uno a un caballo le dedica 2 o 3 horas al día, con el perro está las 24 horas y por eso no se toma conciencia. El caballo es muy receptivo. Ese dicho común, “le falta hablar”, es así. Tuve caballos excepcionales y los sentía de manera especial. Me pasé días y noches cuando estaban enfermos en un box con ellos.
–¿Llegó a tener un haras también, no?
–Efectivamente. Ya de grande, a través de un suegro mío. Por un quebranto le dieron en parte de pago un haras muy importante: La Madrugada, en Capilla del Señor. Él no entendía de caballos y entonces me incentivó para comprarlo. El haras Tenía una genética top. El padrillo por excelencia era Potrillón, ganador de varios premios Carlos Pellegrini. De todas maneras, llevar el haras era una mochila muy pesada. Había más de 100 yeguas madres, padrillos, unas 1000 hectáreas. El negocio del haras como tal, salvo algún especialista, que son contados con los dedos de una mano, nunca da ganancia. En este país es un hobby, y es un hobby muy caro. De 0 a 10, lo puse 11 puntos. Un lujo. Con gateras como el de San Isidro. Lo vendí tras más de 10 años. Mis caballerizas se llamaban Loma Verde, por la chacra en la que estoy en Mis Marías, Escobar, mi rincón en el mundo, y los últimos colores… Ahí hay otra historia con un gran campeón de Palermo, Julio Menditeguy.
–Otra gloria de El Trébol, Julio.
–Sí. Julio era muy amigo y tuvo la generosidad antes de morir de dejarme sus colores, que era chaquetilla azul, gorra oro y me permití ponerle dos brazaletes azules. Lo llamé Video Show, en honor al programa. Tuve caballos de él, muy buenos. Con uno de ellos se retiró nada menos que Jorge Valdivieso y lo cuidaba Dani Etchechoury. Como verás, son recuerdos imborrables de mi vida de todo lo que esté alrededor del caballo.
–Hizo equitación y jugó al polo, también.
–En salto, fui un jinete intermedio, antes había categoría Novicios C, B y A. Fui escalando, salí campeón Nacional en la B y pasé a la A. Pero el trabajo en los medios me fue absorbiendo y el hipismo se había profesionalizado bastante, tenías que estar muy bien montado. Y ya de grande me enganché con el polo. Hicimos un equipo formidable de amigos, con Martín Tassara, Nicolás Matienzo y Rodrigo Rueda. Éramos Jockey Club Mis Marías. Ganamos cosas fabulosas, dos Metropolitanos, la Copa de Honor en Palermo. Jugué con Alberto Pedro Heguy y ganamos dos Mundialitos en el Jockey Club. A Alberto no lo valoro, lo admiro, a él y a su famlia. Tenía la generosidad de jugar conmigo, lo mismo que Gonzalo Pieres.
–Imagino que todo esto influyó en la idea de Argentina Ecuestre...
–Obviamente. Una mañana, hace dos años, iba montando en Escobar. Y ahí me pregunté: “¿Nadie le hizo un homenaje al caballo en toda su concepción?”. Veamos qué se sabe. Agarré 30 personas de distintos estratos sociales, sexo y edades. La pregunta era simple: ¿Cuándo llegó el caballo a la Argentina?. ¡El 80 por ciento de la gente no sabía! Me hablaban del gaucho, de los habitantes autóctonos. El caballo llegó mucho después, en 1536. A América llegó con el segundo viaje de Colón, en 1493. Es buenísima la historia porque la reina Isabel La Católica le dijo “tome esta plata, compre las mejores yeguas, un par de padrillos y llévelos a América”. Colón se enfermó y le dio la plata a unos amigos para la compra. ¡Los pícaros compraron caballos de segunda línea y se guardaron la plata! Llegaron a Panamá, a Perú. Eran caballos acostumbrados a la travesía, venían en los galeones. Y como comían lo que podían, eran caballos que tenían una fuerza extraordinaria de supervivencia. Cuando arribaron a nuestra Pampa y se empezaron a alimentar, conformaron la base de lo que es hoy el caballo criollo. Y los toman los pueblos originarios, el gaucho. Luego vendrían la epopeya patria, el Cruce de la Cordillera, Güemes. Una historia fascinante.
–Argentina Ecuestre será una muestra, una exposición del caballo con alta tecnología. ¿Cómo brota la idea de presentarlo así?
–Al primero que le hablé, siendo todavía presidente de la Asociación Argentina de Polo, fue a Eduardo Novillo Astrada (h.). Primero nació la Cámara Argentina Ecuestre. Fue aglutinar todas las disciplinas hípicas, que andaban desperdigadas. Surgió entonces la idea madre: “Hay que hacer un homenaje al caballo olvidándose de los Cambiaso, Harriott, Alberdi, Valdivieso, Falero. A pensar sólo en el caballo”. Esto es histórico. Hablé con otro empresario amigo, Gaby Houshband, que había hecho el Museo del Holocausto. Fuimos armando la historia de la llegada el caballo a la Argentina, cómo se constituyeron sus razas, costumbres, para culminar con el deporte.
–Una exposición, por lo que hemos conocido, que será como un recorrido, con etapas.
–Exactamente. Es un recorrido que constará de 5 estaciones. El público entrará y se sentirá como si estuviera en la llegada de los galeones, dentro del barco. Después va haciendo un recorrido, pasa por las razas, el caballo en el arte, la epopeya patria. Y culmina con el aporte de especialistas como Bernardo Day, cuyo padre escribió un tratado del caballo estupendo, el mejor de la Argentina; Justo Albarracín, campeón y de una familia hípica; en turf, Carlos Delfino con Carly Etchechoury, y en polo, Patricio Cucho Garrahan, que tiene la bibliografía más extraordinaria de polo y le puso hasta coraje.
–¿Cuánto dura la visita, teniendo en cuenta la lectura, videos por mapping y el final tan especial con holografías?
–Es un espectáculo de unos 40 minutos. No es Disney, pero puede ser el Disney argentino y enfocado en el homenaje al caballo.
–Está como obsesionado con el tema del “homenaje”...
–Es que el caballo… Si uno ve la equinoterapia, entiende que el caballo cura, sana. Te da alegría. Corre, trota, marcha, da espectáculo. Están las jineteadas. Tenemos el polo, en el que somos los mejores del mundo. Palermo debería explotar. Tengo una vieja idea que espero se concrete alguna vez a través de la Ciudad. Que cuando uno venga por Libertador y pase por Palermo, haya un cartel que diga: “Usted acaba de ingresar en Palermo Hípico”, y otro cartel al final que cite “usted acaba de salir de Palermo Hípico”. Pocos lugares en el mundo ofrecen las “Catedrales” tan cercanas, entrelazadas. Están ahí, son nuestras. El caballo es una industria. Los gauchos, los herreros... La cantidad de profesiones que giran alrededor del caballo: la metalúrgica, la maderera, la de forraje, veterinaria. Una vez conté 40. En este encuentro, subrayamos los nombres de los grandes caballos argentinos. Los famosos en el mundo. Hay deportistas que son leyendas, pero el Fórmula 1 es el que va abajo.
–¿Dónde y cuándo se va a presentar Argentina Ecuestre?
–La pandemia nos jorobó. Iba a ser el año pasado. Nos encantaría que fuese en Mar del Plata, a fines de enero o en febrero de 2022. Es adaptable, puede ser en un lugar cerrado o abierto. La idea es que sea itinerante, que vaya por las provincias. Que sirva como materia educacional para los chicos. Que todos sepan lo que puede generar un caballo. Es un evento que no está hecho para el gran jinete, para la gente del deporte en sí, porque ellos ya saben todo sobre el caballo. Esto es para la familia. Van a descubrir cosas maravillosas, culturales. Ojalá que las distintas gobernaciones y municipalidades se interesen. Es una inversión muy grande, no lo subvenciona nadie. Reúne tecnología de avanzada, como el escenario holográfico. Acá no va a haber animales vivos en el lugar, pero van a ver un caballo a tamaño natural en la pantalla como si lo tuvieran ahí. Es la frutilla del postre..
–¿Cuál es su deseo para este homenaje al caballo argentino?
–El primero, que la muestra sea itinerante y que las 23 provincias puedan disfrutarlo el tiempo que sea. El caballo argentino es marca, estoy seguro de que se van a interesar regionalmente. Poder moverlo por todos lados es una expresión de deseo. Y después... Alguna vez pude sacar campeón a Racing. Ahora me gustaría sacar campeón a Argentina Ecuestre. Es un gran amor el que siento y me emociona hablar de esto y que sea una realidad para el público argentino.
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