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Argentino Abierto de polo. Un Palermo de locos: por qué pierden los candidatos y la revolución de los menos poderosos
Primero fue La Natividad y ahora La Dolfina: dos candidatos que fueron sorprendidos
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Un día cualquiera en un lugar indistinto. El interrogante aflora casi con naturalidad. “¿Siempre juegan los mismos la final? ¿No se aburre el público que va a ver polo?”.
La pregunta suele provenir de gente que no está consustanciada con este deporte, pero también de aquellos que saben perfectamente quién es Adolfo Cambiaso o quiénes son los hermanos Pieres. No llegan a entender por qué desde 2005 La Dolfina y Ellerstina han acaparado las finales más importantes de la Triple Corona y del Abierto de Palermo, el torneo que desvela a todo polista, el que le cambia las sensaciones. El que le cambia el año. Y por eso indagan o cuestionan. No está mal, por cierto.
Cuando a fines de 2020, tras ganar su 8° Campeonato Argentino Abierto seguido y el 9° en 10 años, se disolvió la formación por excelencia de La Dolfina (Cambiaso-Stirling-Mac Donough-Nero), uno de los mejores equipos de todos los tiempos, se abrió el mapa del alto handicap y se empezó a paladear la temporada 2021. No sólo para los seguidores del deporte: también puertas adentro. Vislumbrando cuatro candidatos (los dos de siempre, más RS Murus Sanctus y La Natividad). Pero lo que nadie podía imaginar era que Palermo resultaría tan mutante, tan imprevisible, tan loco de alguna manera. Si algo le faltó al polo en las últimas décadas fue precisamente eso: imprevisibilidad. Algo lógico, por la simple razón de que el caballo hace el 80 por ciento del trabajo y de que es difícil que quien tiene más calidad y cantidad de ejemplares pierda frente a un oponente más austero, de menores recursos. En un campo de juego de polo, de 275 metros de largo por 146 de ancho, no corre en los palenques la arenga de “en la cancha somos cuatro contra cuatro y todos tenemos piernas y brazos”. El tema pasa por los caballos. Dime qué cantidad y calidad tienes y te diré hasta dónde podrás llegar. Salvo que un conjunto tenga un día negro, claro. Que esporádicamente puede suceder.
Era difícil que los candidatos, que los de mejor organización, fueran sorprendidos por otros menos ostentosos, por más entusiasmo y voluntad que le pusieran. Durante décadas, los jugadores más experimentados se cansaron de explicar el valor de jugar en el alto handicap aunque los primeros años sólo se recibieran cachetazos, goleadas y de alguna manera descrédito. “Es la única manera de crecer. Eso y sumar caballos”, explicaban. Casi una ley básica de este deporte en la alta competencia. Y el salto de calidad dependerá no sólo de las condiciones y de la organización: también de las oportunidades de jugar en equipos mejores. Para eso, hay que mostrarse (y lucirse). Lo cierto es que hoy por hoy, todos se animan. Y mutuamente se advierten para no bajar la guardia.
Lo que está pasando en este Palermo 2021, que ya es literalmente una locura, es como si de pronto la Fórmula 1 tuviera carreras en las que Lewis Hamilton, con su Mercedes que lo ha llevado a ganar 6 de sus 7 títulos mundiales, y Max Verstappen, con su imponente Red Bull, se vieran superados con asiduidad en diferentes circuitos. ¿Es posible? Relativamente. Pero cuando sucede, impacta.
La victoria de Chapaleufú sobre La Natividad, hace una semana, fue el primer bombazo de Palermo, la señal de que esta temporada no hay margen para cuidar caballos o jugar a media máquina en determinados cruces: enfrente habrá un rival dispuesto a escribir “su gran historia”. Este sábado llegó el segundo bombazo. La Dolfina no guardó porque, a diferencia de La Natividad, tenía un rival sin debutantes y del que se sabía su potencial. Si estos chicos, tres de ellos (Britos-Zubía-Del Carril), hubieran seguido juntos desde aquella fresca irrupción en 2018 y creciendo en organización, lo que sucedió ayer quizá habría llegado antes. ¡Jugaron el partido de su vida! El que soñaron. Y eso que venían de perder un cotejo (con Alegría Fish Creek) que los había sacudido anímicamente, también por lo sorpresivo de la derrota. No la vieron venir. Enorme mérito tuvo la reacción del grupo, que cuenta en los palenques con la sabiduría de otro de los hermanos Heguy que reparten enseñanzas en la función de coach: Nachi, el recordado batallador de Chapaleufú II.
La Dolfina pudo quedar casi fuera de la final ayer mismo, pero Adolfo Cambiaso evitó el 13-10 de manera increíble cuando faltaban dos minutos del último chukker, estirándose en el instante en que el ataque de su yerno Juan Martín Zubía tenía destino de gol. Esa diferencia de tres (o más) podría haber terminado con sus ilusiones. Puede dar pelea aún, aunque para eso tendrá que dar un vuelco rotundo en su rendimiento. Rotundo.
Porque de eso se nutre el polo de alto handicap también. La Dolfina salió de un proceso archiganador. Tiene nombres, claro que sí: son 38 goles de handicap. Tiene historia, desde ya. Sigue teniendo a Adolfo Cambiaso, que con 46 años puede tener hoy días mejores o peores, pero nunca ha perdido el hambre de gloria y eso solo es capaz de levantar a cualquiera. Pero lo que La Dolfina no encontró fue el funcionamiento que imaginó a partir de sus individualidades. Dejó de jugar de memoria y todavía no pudo aprender el nuevo libreto. Eso no es fácil: muchos equipos con buenos nombres propios naufragaron en el intento por no lograr el ensamblamiento deseado. Ensayó cambios a mitad del río, algo que no había tenido necesidad de experimentar en otras temporadas, entre otras cosas porque disponía de un back natural, que además es extraordinario (Nero). Y ahora está contra la espada y la pared. No puede volver a fallar. Una situación parecida a la que vivió hace un año con la caída ante Murus Sanctus y que resolvió magistralmente con una cátedra frente a La Natividad. Pero ya no es aquel equipo, que hizo click en el siguiente partido porque jugaba de memoria. Esta versión de La Dolfina nunca llegó a jugar de manera convincente un partido entero. Y le queda sólo una bala para intentarlo. ¡Vaya desafío! Uno más.
En la vereda de enfrente, casi todas son sonrisas. Ellerstina marcha firme, luego de dos victorias holgadas, sin mosquearse. Pero habrá que ver cómo resuelve la falta de Nicolás Pieres ahora que se le vienen los dos partidos más bravos de la zona, los que en rigor van a definir si llega o no a la final. La Ensenada envalentonado y La Dolfina urgido para no despedirse antes de tiempo son dos tests en los que en los que deberá dar la talla. Una ventaja tiene ya: sabe que no puede confiarse ni un partido para evitar riesgos de transformarse en otro candidato golpeado por la imprevisibilidad.
El otro grande que marcha sin problemas es el nuevo RS Murus Sanctus, con dos aplastantes victorias sobre Alegría y Chapaleufú. Al igual que Ellerstina, sin el equipo completo por la baja de Facundo Sola. Aunque resolviendo sus compromisos sin problemas. Se le vienen las pruebas más duras, por cierto, con La Natividad y La Dolfina Brava, pero por lo pronto, luego de lesiones y algunos tropiezos en los torneos previos, empieza a mostrar una mejor fisonomía. Tiene experiencia, organización e ilusiones. Lo que se sabía desde que se formó. Quizá se esperaba que fuera más arrollador desde el vamos, pero como se dijo, no toda adaptación es sencilla.
¿Le gusta este Palermo a la gente? Imposible que no: tiene una locura que se le desconocía “desde hace siglos”, diría el paisano. Una sana locura que entrega capítulos memorables, chicos que se suman al listado de nuevas joyas del polo argentino, como Rufino Bensadón y Felipe Dabas. Hasta se permite rarezas, como tener que jugar partidos en Pilar porque las canchas de Palermo no soportan el trajín de partidos. Y una particularidad silenciosa, también sana: después de mucho tiempo no se habla de los referís. Algo bueno estarán haciendo.
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