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Adolfo Cambiaso, el dolor por la derrota y una mirada a futuro a partir de algunas señales internas: ¿se va o no se va?
El crack, de 48 años, luego de la caída frente a La Natividad, medita qué hará en la temporada 2024
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¿Se va o no se va? ¿Cuánto pesa por estas horas la derrota con La Natividad en su 27a final de Palermo sobre 31 participaciones? ¿Qué cebo podría tener un deportista que ha hecho de su carrera un rosario de conquistas y de récords? El crack procesa las emociones, que son demasiado fuertes a esta altura y los años pasan para todos. Pero algo pasó en el camino...
Siempre le gustó a Adolfo Cambiaso tener todo bajo control. Desde chico, cuando le tocó tomar decisiones. Elegir cuál sería su forma de vida era una elección determinante, sobre todo porque jugaba demasiado bien al tenis y sentía una pasión descomunal por los caballos y desandaba, montando, el camino a la escuela.
Tomó la opción correcta: eso salta a la vista de cualquiera. Se transformó, para muchos, en el mejor polista de todos los tiempos. Lo revolucionó. También la cría de caballos a través de la clonación, que ya no se discute tanto: clonan hasta los que no querían clonar. Estableció toda clase de récords. Armó los equipos que su convicción le pedía, con decisiones que hasta le costaron rupturas familiares. Ganó, ganó y ganó. Hasta logró lo que parecía imposible: estirar su carrera para poder competir en el Abierto junto con su hijo, Poroto, que ayer jugó como un veterano de mil finales. ¡Y ganó con él también! Jugó dos finales de Palermo. Disparatado imaginarlo.
De pronto, casi en el final del camino, se encontró con una disyuntiva: “¿Y ahora qué? Si ya gané con Poroto, tengo 48. Quiero divertirme, disfrutar lo que me quede”. Frase que alguna vez transmitió en familia. Nunca le gustó perder. Ni hablar de esos primeros años de La Dolfina, donde llegaba a las finales y festejaba poco (sólo Palermo 2002 del 2000 al 2004). Pero tampoco le gusta jugar mal aún ganando. “Fui el peorcito”, dijo aquel viernes 2 de diciembre de 2022, con el sueño más grande de su vida cumplido. Quizás un poco por eso y otro tanto porque el equipo le daba garantías, a las 40 horas se propuso seguir con su hijo y sus lugartenientes: Pelón Stirling y Juanma Nero. A tratar de seguir ganando. Y disfrutar.
El 2023 fue pasando y en rigor lo disfrutó a medias. Arrancó con una sonrisa plena levantando otra vez la copa en Hurlingham y mirando de reojo al Dream Team de La Natividad envuelto en dudas. No se divirtió ni en Tortugas ni en los dos primeros partidos de Palermo, pese a que La Dolfina los ganó por demolición en los números. “¿Cómo se va a quejar si debutó con un 19-3? ¡Le hicieron tres goles!”, contraatacaron los habitués de la Triple Corona. Pero el hombre rara vez se engaña. Ni siquiera cuando lo adulan ficticiamente. Estaba disconforme.
Cambiaso ama el peligro bien entendido, la adrenalina. Sentir que el mundo tambalea a su alrededor. Por algún misterio de la vida, es cuando la cabeza se le abre y le enseña un sendero iluminado por un resplandor. “Su mente es demasiado especial”, nos dijo su padre, también Adolfo, hace mucho. El polo lo comprobó cada año. Y en el partido en el que el riesgo fue mayor (contra La Hache, en la semifinal), emergió el Cambiaso imperial. “Dejame el 60 que hay que meterlo sí o sí”, le dijo a Poroto, el ejecutor de penales “oficial” del equipo. No es que le remarcó “hay que tratar de asegurarlo”. Es “dejame a mí que lo convierto seguro”.
Una semifinal especial esa. Cambiaso sólo había faltado a una final con La Dolfina desde 2000: la de 2004. Los días previos al partido con La Hache (finalista en Hurlingham y en Tortugas), su mujer, María, a quien admira y llama “su psicóloga”, hizo emotivos posteos en las redes sociales con las fotos de padre e hijo. Instándolos a disfrutar del que podía ser el último partido juntos. Al margen de que pudiera tratarse de una suerte de “inflador psicológico” de la persona que más horas comparte con ellos en Cañuelas y que los acompaña por el mundo, como pocas veces la chance de perder era concreta porque “el equipo” no había aparecido en su máxima expresión. ¿Cuándo si no? Era ahí o adiós.
Y lo de la última vez tenía que ver con la idea original de Adolfito: jugar este año y soltar a Poroto para que armara el equipo que quisiera. Sí, el equipo con sus primos Castagnola era una chance concreta, para lo cual, claro, dependía de lo que sucediera con La Natividad. ¿Pero cómo pensar en eso si estaban otra vez en la final más importante del mundo?
Adolfito no vislumbraba dejar el polo de alto handicap, sino armar otra clase de equipo, quizá con promesas, así como tampoco abandonará el polo profesional en el exterior. Y para competir afuera, necesita estar en forma. Pero aquella convicción de “liberar a Poroto” fue perdiendo fuerza en las encuestas. Sobre todo porque tampoco es que el heredero se hubiera sentado frente a él para decirle “Me voy”. Y por primera vez en mucho tiempo, ganar o perder no modificaba la ecuación de fondo para la encrucijada del crack: “¿seguimos o no seguimos? Y si seguimos, ¿quiénes?”.
Algo parecido sucedió ese viernes 2 de diciembre de 2022: muchos se fueron de Palermo sin saber si había sido una gloriosa despedida de Cambiaso con su 18° título en el Argentino Abierto y sólo superado por los 20 de Juancarlitos Harriott y los 19 de Horacio Antonio Heguy. Y de golpe, cuando se juntó a hablar con Nero y Stirling en el mediodía del domingo 4, ya sabía que quería seguir. Ni siquiera se había confirmado el Dream Team de La Natividad. Ese impacto sería un nuevo desafío. Un equipo que se transformaría en verdugo y con todos los honores luego de una extraordinaria final. Un lujo. Y se supone que un campeón no se toca. Difícil desarmar algo que funcionó tan bien y que tiene todo para seguir buscando gloria.
Está claro que siempre es mejor ganar que perder, y hoy mismo debe estar dolido, con bronca, sobre todo con el último chukker. Pero para Cambiaso algo había pasado interiormente en esas semanas en las que volvió la adrenalina al cuerpo. La cabeza que mira lo propio, que escanea lo que pasa alrededor, que proyecta y al que no lo intimida ya suponer que a los 50 todavía pueda estar escuchando el himno el último día de competencia. Con o sin Poroto. La vocecita interior que le dice “Todavía estoy para jugar porque me divierte” le despejó las dudas. Y ayer, además, vio que el equipo compitió hasta el final.
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