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Abierto de Palermo: historias de petiseros que se desempeñan en la elite del polo mundial
Carlos Delalino, que trabaja para Nicolás Pieres en Ellerstina, y Hugo Gómez, que responde a Isidro Strada en La Irenita II, relatan sus vivencias y cuentan sus tareas en la Triple Corona
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Las tribunas de la cancha principal del Campo Argentino de Polo tienen 5765 butacas y 3300 localidades generales. Todas vacías. La Catedral de Palermo aún no ha captado ni un feligrés. Todavía faltan tres horas para que los mejores caballos y los mejores jinetes ingresen para celebrar el mejor polo del mundo, pero ya hay un grupo de personas que se mueven en las sombras, trabajando en silencio. De ellas, de su trabajo en la semana, depende que los montados rindan como deben rendir. Son los petiseros, y juegan su propio partido en el Campeonato Argentino Abierto.
“Mirá lo que soy. En temporada bajo 10, 15 kilos”. Carlos Alberto Delalino abre los brazos y se mira como para constatar visualmente sus palabras. Desde hace casi tres décadas es caballerizo, y todos lo conocen como “Quiquino”. Nació en el pueblito de Tres Lomas, donde Buenos Aires se abre paso hacia La Pampa. “Allá nadie llama las calles por los nombres. Si preguntás dónde vive Quiquino van a decirte «a tres cuadras del almacén del Turco»”, explica el sistema de orientación urbano de Tres Lomas. Durante medio año no puede volver ni un día a su pueblo, allí donde viven sus padres y hermanos. En esos seis meses cada doce lo más importante es la temporada alta de polo, la que le consume todo exceso de grasa. “Son los nervios. Uno vive esto así”.
Quiquino tiene 43 años y habla bajito, con el tono tranquilo con el que son contadas las cosas en las caballerizas. La sombra de los palenques que dan a la Avenida Del Libertador lo cubre del ruido de la ciudad. “Lo que más me gusta de mi trabajo es esto: venir al Abierto”, afirma, y mira hacia una tribuna, enorme, vacía. Comenzó a ser petisero a los 15 años, con Gonzalo Pieres (padre). Gonzalo ya no juega, pero él sigue en Ellerstina. “En 2012 pasé a trabajar con su hijo Nicolás”, recuerda contento. “Era mi primer año con Nico, ¡y salimos campeones!”.
“Gonzalo jugaba una final con cuatro o cinco caballos. Ahora vamos con los 14, que son el máximo permitido. Para el primer chukker tenemos seis caballos listos”, detalla. Su ocupación en Palermo va mucho más allá de llevar y traer animales: “Yo tomo el tiempo de juego de cada caballo y luego con Nico evalúo cuáles se repiten y cuáles no. Mi equipo de trabajo tiene diez chicos más. Hay una lista de ocho caballos para empezar los ocho chukkers, y los otros seis son de espera, los que son usados de recambio a mitad de los chukkers”.
El estreno de Ellerstina no es cosa fácil en el Abierto de Palermo. Tras las sorpresas de los últimos años, ya no hay victorias seguras de antemano. “Las primeras fechas ahora se nivelaron mucho. Ya puede ganar cualquiera. Y a nosotros nos tocó un grupo bravo”, opina Delalino, que verá desde los palenques a La Irenita II, La Esquina, Cría La Dolfina y el archirrival de Ellerstina: La Dolfina.
Del otro lado no sólo hay caballos y jinetes, por supuesto: también, gente de su mismo oficio. “A veces nos cargamos con los otros petiseros después de los partidos, pero tranquilos, nomás. Si al final somos todos laburantes”, revela Quiquino, y advierte: “Acá no importa si llueve, hace frío o calor, es feriado... Al caballo se tiene que atenderlo todos los días”. Pero ¿le gusta tu trabajo? “¡¿Cómo no va a gustarme?! Si no me gustase, no podría haber durado 28 años”, sonríe. Y por un instante, mira al otro lado.
A 300 metros de ahí hay otras sombras, otro silencio, otros palenques. “Soy petisero desde los 10 años. Mi papá es petisero, mi abuelo también lo fue y mi tío es el petisero de Adolfito Cambiaso”. Así se presenta Hugo Gómez, de 31 años, y apunta que más atrás en su árbol genealógico, la familia proviene de Mercedes, Corrientes, donde ya estaba relacionada con los caballos. Quizá por eso le resulta natural contar que a los 14 años se fue de su casa natal, en Lobos, para crecer como petisero en un club que estaba progresando y ya era conocido. De hecho, ya había ganado su primer Abierto de Palermo. Era La Dolfina, ubicado en Cañuelas, no tan lejos de Lobos.
“Hoy veo a los pibes de 20 y me resultan chicos, pero yo a los 15 me fui a Córdoba y quedé a cargo del centro de embriones de Juan Cruz Magrini”, compara Hugo sin grandilocuencias, con ese tono sereno y bajo con el que son contadas las cosas en las caballerizas. “Isidro Strada me convocó hace un año y medio. Era un nuevo desafío para mí la posibilidad de estar en el Abierto. Palermo es nuestra gran vidriera”, alude al back de La Irenita II.
Hugo habla de caballos. “Con Oro Copera ganamos una manta en Hurlingham”, se enorgullece. Una manta es el galardón que se otorga a un montado cuando es declarado mejor ejemplar de un partido o un torneo. “Te diría que hoy Isidro tiene seis yeguas que están como para un premio”, aventura Gómez. Narra que de chico se ponía más nervioso (como reafirmando que lleva más de 20 años en el oficio), pero ahora, cuando lo convocó Strada, se armó un grupo de cinco ayudantes que lo dejan tranquilo: “Para trabajar en esto, con 14 caballos a cargo, ensillar cada yegua, tener todo listo, hay que confiar en el equipo, porque uno no puede estar en todo”.
Llega el veterinario. “Hugo, ¿La Remolona tiene la vacuna?”, le consulta. Gómez toma el teléfono mientras le responde “entiendo que sí. Tiene que estar vacunada”. Llama y pregunta: “Gringo, ¿tenés la vacuna de La Remolona?”. Mira y pide disculpas. “Tengo que dejarte”. Se da vuelta y se pierde en su trabajo.
La Irenita II y Ellerstina se enfrentarán dentro de una hora y media y los asientos de la Catedral continúan vacíos. Ganarán los Pieres, claramente superiores. Quizá Quiquino le mande algún mensaje a Hugo. Como sea, ambos volverán a las caballerizas con miras al próximo compromiso. Porque ese trabajo que se oculta bajo la sombra de los palenques, y que en la semana transcurre de la madrugada a la tarde, es alimento imprescindible para el mejor polo del mundo.
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