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Abierto de Palermo: cómo son las bandas pagas que alientan a los equipos en los partidos más importantes
En las definiciones de zona y la final aparecen grupos de músicos e hinchas coloridos y ruidosos, que son contratados; cuánto perciben y cuáles son los que apoyaron a La Dolfina y La Natividad
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Desde las veredas de Libertador y Dorrego se puede escuchar los vientos. Trombones y trompetas llevan la melodía que sostiene la percusión. En la cancha, el partido de polo más importante del año, y del mundo, está desarrollándose entre La Natividad y La Dolfina. La final del Campeonato Argentino Abierto de polo se define entre dos equipos a los que separa una calle de tierra en las afueras de Cañuelas. Mientras, en la cima de la tribuna de Dorrego, otro contrapunto le pone la banda de sonido a esa película del final de la temporada.
“Acá hay un grupo de músicos urbanos, todos humildes. Ninguno fue a un conservatorio, no sabemos leer las notas, pero venimos a poner sabor y alegría al partido”, relata con pasión y trombón en mano Ramiro Banegas, líder de una banda de unos 20 integrantes que alienta a La Dolfina. “¡Metió mano!”, grita uno de la banda en un cruce de caballos. De repente se escapa un jugador de camiseta verde con la bocha y otro músico exige: “¡Tacklealo!”.
“Les pedimos que toquen sólo cuando hacemos goles o en los entretiempos”, explica Marcela Stirling, hermana de David, el número 2 de La Dolfina. Pero el grupo, que es parte del centro de murgas Los Elegantes de Palermo, le pone música a cada tacazo. “Nadie decide cuál tema va. Nos miramos entre todos y conectamos qué suena”, explica Ramiro, a quien se le marca en los labios un circulo blanco, por la presión de la boquilla del trombón.
Del otro lado de la cancha, en la platea A, del lado de Libertador, un público más tranquilo acompaña con aplausos y algunas exclamaciones de asombro. Entre los fanáticos del polo y quienes se suman para gozar del máximo nivel de un deporte se encuentran Gabriela Sabatini y Agustín Pichot, Teresa Calandra y Dolores Barreiro, Iván de Pineda y Gabriela Michetti. El francés y el inglés se mezclan con el castellano en los comentarios sobre el partido, la final de Palermo atrae aficionados de diversos puntos del globo. Disfrutaron del himno argentino entonado por Soledad Pastorutti, pero ahora las trompetas marcan el ritmo de No es mi despedida, de Gilda. ¿Quizás un presagio del mensaje que parece dar Cambiaso en la cancha?
En el otro extremo de Dorrego, Los Fantoches de Villa Urquiza estimula a La Natividad. “Nos contrató un grupo de hinchas que son parte del equipo”, explica Diego, el cabecilla de la banda. “Hoy somos siete, pero en toda la agrupación incluye a unos 200″. De esos siete, ninguno ha estado en un partido de polo. “Fueron explicándonos cómo funciona. Está lindo para ver”, cuenta el líder, pero lamenta que la dinámica del deporte los haga cortar los temas a cada rato. “En el fútbol le damos de corrido todo el partido”, señala Diego, que además de a los partidos del deporte que ahora atrae las miradas hacia Qatar, suele asistir con sus músicos a encuentros de rugby, casamientos, cumpleaños, despedidas de soltero y hasta “festejos” de divorcios.
Ramiro, su colega de La Dolfina, cuenta un contrapunto que se da en algunos casos: “El público nos ha hecho muy malos comentarios...”. No alcanza a terminar la frase para LA NACION y una chica en la tribuna se da vuelta y retruca: “No todos pensamos así. Está bueno que vengan”. Diego sonríe y agrega: “Sí, es cierto que no son todos. Muchos se copan con nosotros”. Y como si estuviese orquestado, la gente que lo rodea empieza a corear: “Vamos, vamos, La Dolfina; vamos, vamos, a ganar...”. Entonces el bombo más grande de Los Elegantes de Palermo explota, acompañando a la tribuna. Todos se suman y la esquina del Dorrego más cercana a Libertador, la de los palenques de La Dolfina, presagia una gran tarde para el equipo azul.
Bandas como Los Elegantes y Los Fantoches suelen aparecer en los enfrentamientos más importantes, que son las definiciones de zona y la final. Además de instrumentos, llevan mucho colorido, con ropa que suele tener los isotipos del club al que apoyan. También aparecen banderas y estandartes con frases de respaldo a los equipos o a polistas en particular. Algunas, muy producidas.
Detalla Banegas que contratar a una banda como la suya, “de unos 10 a 20 chicos”, depende de cómo se quiera colaborar, porque ellos tocan con el corazón. Pero accede a poner un número: “Está bien pensar en 100.000 pesos para todos”. Y saca una cuenta sencilla, aludiendo a la final del Abierto: “Al final estamos hablando una entrada y media”. Hizo cifras con los boletos más costosos: la mejor ubicación de la mejor platea, la C (central), vale 70.000. Al sector donde están las barras se accede por 9000.
La banda de La Dolfina está rodeada por banderas uruguayas. Hay muchas. No solamente Marcela Stirling llegó desde Young, Uruguay. “Somos 250 los que vinimos y teníamos 250 banderas, pero no nos dejaron entrar todas, por seguridad. Se quejaban de los mástiles”, lamenta la hermana de un protagonista que está batiéndose en la cancha, Pelón. El azul y el blanco orientales se conjugan con el azul del conjunto de los Cambiaso. En el otro extremo de las gradas el verde flamea al ritmo de Los Fantoches de Villa Urquiza.
Compacto de la final del Abierto de Palermo
Abajo, el padre y el hijo, Stirling y Juan Martín Nero marcan el ritmo de un equipo que juega afinado como un excelente cuarteto de cuerdas, que se impone por 13-9 a La Natividad y celebra la conquista del Argentino Abierto. Arriba, trombones y trompetas, bombos y redoblantes, público y músicos ponen la banda sonora al partido cúlmine de la Triple Corona. Así el Campo Argentino de Polo, que este año vibró con Dua Lipa y Metallica, y que supo recibir a Paul McCartney, Phil Collins, Backstreet Boys y Luis Miguel, cantó a todo galope sus himnos al mejor polo del mundo.
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