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Para uno la gloria, para otro el respeto
Para Simeone es la confirmación de lo que siempre se intuyó de sus condiciones y a Bielsa, la hombría de bien lo llevó a ubicarse como el padre de la derrota.
De un lado, Falcao seguía regalando sonrisas blancas, de toda blancura que contrastaban con el negro azabache de su pelo. Parece mentira que ese muchacho dócil, afable y tan educado que agradece a Dios, pueda transformarse en un sicario cada vez que pisa las áreas, en un alter ego del demonio cuando se enfrenta a los arqueros.
Del otro las lágrimas de Ibaí Gómez, Toquero y Ander Herrera exponían una vez más las caras del deporte, en donde la palabra "compartir" no forma parte del diccionario cuando se trata de competencia, victorias y derrotas.
Estaban todos en el mismo escenario, pero la distancia entre ellos era sideral, ofensiva. Unos se querían quedar a vivir allí, otros querían partir lo más rápido posible.
La astucia del colombiano convirtiendo en el comienzo un gol sencillamente espectacular, condicionó el resto del partido y les dio a los madrileños la chance de jugar el partido soñado. Si cuando Radamel partió del fútbol argentino todos intuíamos que había allí un atacante voraz, el tiempo volvió a mostrarnos que es capaz de mejorarlo todo. Ya no se trata de un cabeceador de excepción. Su paciencia para aguantar la pelota, su lucidez para girar en el segundo gol y su técnica individual para desquiciar a los defensores, lo eleva a la categoría de delantero total. Es crack, completo y definitivo.
No se puede resumir la suerte de una definición a una contienda individual, pero la ecuación de los "distintos" también ilustra como fue el partido. Falcao con sus cualidades llevó a sus compañeros a Bucarest, y una vez allí les marcó el camino y les dio el titulo. Llorente tomó de la mano al Athletic y con su jerarquía lo condujo hasta la final, pero allí se extravió y se plantó.
Simeone lo proyectó de una forma y el juego se lo devolvió a su imagen y semejanza. Sorprendió en el inicio con presión, esperó en su campo luego de la ventaja, armó piquetes en los caminos internos por los que quería transitar el Athletic, obligándolo a ir por afuera para resolver con centros previsibles y salió de contra aprovechándose de los espacios. Cuando se pudo jugar, Diego resultó un estratega lúcido y cerebral. Cuando hubo que meter, Gabi marcó la temperatura del juego. Cuando hubo que marcar Godín y Miranda inhibieron a Llorente, y cuando fue el tiempo de atajar Courtois se ocupó de hacer su trabajo.
Para el Cholo es la confirmación de lo que siempre se intuyó de sus condiciones y en algunos momentos de inestabilidad emocional, pareció perder definición. Su equipo se le parece. Es competitivo, serio, íntegro. Preparado no para jugar finales, sino para ganarlas. El ascenso del rendimiento de los colchoneros tras su llegada fue tan meteórico como indetenible. Ganó en seguidilla una docena de partidos en la Europa League e intenta llegar a la Champions de la próxima temporada. Esa verborragia hiperquinética que lo hizo viajar en la Argentina junto a sus equipos, en los extremos de la tabla posiciones, pareciera haberse aplacado en el camino para alcanzar la tan ansiada madurez. Es estudioso, detallista y metódico. El triunfo y el título también son suyos.
Igual del otro lado con Marcelo Bielsa. Su hombría de bien lo llevó a ubicarse como el padre de la derrota. Su equipo no tuvo la rotación, ni la precisión con la que emocionó en algunos partidos. Si el conjunto bilbaíno siempre se caracterizó por atacar con frescura y voracidad, incluso desnudándose atrás, ésta vez la partitura no se ejecutó con la destreza suficiente. Faltó fineza en el tramo final de la elaboración y aunque la distancia en el resultado sea exagerada, la justicia del triunfo es indiscutible.
El Athletic fue una verdadera revolución y eso engrandece el triunfo de los madridistas. Lo que Bielsa logró en un año es muy difícil de obtener. Los jugadores son los mismos de antes, pero el estilo, el riesgo y la posesión de la pelota como mejor defensa los hizo mejores. Definitivamente, habrá que entender que el segundo no es el primero de los últimos y que más allá de la obviedad de que no es lo mismo ganar que perder, la legitimación estuvo dada por otros elementos. Ningún equipo de toda la competición excitó, emocionó y asombró tanto como los vascos en sus dos demostraciones aplastantes ante el Manchester United. Fueron exhibiciones para grabar y mostrar en las academias de fútbol.
Con el resultado puesto aparecen críticas constructivas y además surgen los buitres carroñeros. Están los que desearían planteos más plásticos de acuerdo a las características del rival o a los momentos del partido, debate que puede valer la pena y los otros que solo se toman de lo ocurrido hace una década en Japón, sin hacer el más mínimo esfuerzo por observar cual fue la evolución posterior. Alguien alguna vez, quizás sepa explicar porque tanta resistencia hacia un tipo con valores nobles, que busca mejorar el juego desde la audacia y el apego por el respeto del reglamento, y que solo cometió el "pecado" de no hacer excepciones entre los periodistas democratizando a la prensa. Bielsa desnuda nuestra "argentinidad" y ese es un fenómeno que merecería un estudio sociológico.
Los que solo quieren ganar, volverán a hablar de decepción. Para los que valoramos el camino para llegar a la meta, sin negar que el título es la última y más ansiada estación, el sentido del éxito y el fracaso pasa por un andarivel distinto, imposible de entender para muchos.
El titulo fue para el Atlético de Madrid de Diego Simeone. El respeto va para el Athletic de Bilbao de Marcelo Bielsa. Definitivamente no valen lo mismo, pero aunque parezca un premio consuelo, en los dos casos da como para sentir profundo orgullo.
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