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Papá Alberto, una noble figura latente en cada acto de su vida
En el club Liniers, de Bahía Blanca, o en el arito del garaje de su casa, a Alberto no había forma de ganarle. Ni aunque Juancito, su hijo, se lo implorara: "¡Dale papá, dejame una?". Alberto, con 1,90 metro de estatura, todavía jugaba como pivote en ese club del barrio, pero cuando se alejaba del aro no fallaba de media distancia. "¡Tenía una mano terrible!", cuenta ahora Juancito, que no es otro que Juan Espil. "Seguro que el tiro lo heredé de él."
"Lo increíble es que no me dejaba ganar a nada, al ping-pong, al paddle, a la paleta, a las bolitas, a lo que sea, el tipo competía y no me daba oportunidades. Una vez, cuando era muy chico, me jugó un partido a 20 y me dio 19 puntos de ventaja. Y bueno, me ganó 20 a 19. Era tremendamente competitivo, no quería perder a nada con nadie."
Casi todos los días, cuando ambos iban a tirar al aro un rato, Alberto aprovechaba para hablarle del deporte, corregirle el lanzamiento y enseñarle algunos secretos. Juancito no llegaba a los 10 años, pero igual, al terminar la práctica, tenía que someterse a un campeonato de tiros libres. El que llegaba a 10 en menor cantidad de envíos era el ganador. Y todo los días, como fácil es suponerlo, Alberto volvía feliz de haber derrotado al pequeño hijo. Así fue hasta que Juancito, poco después de haber cumplido 12 años, llegó a una definición pareja: 9 a 9. Papá Alberto falló y Juancito la metió. Fue un día muy especial para el tercer goleador histórico de la Liga Nacional. Su logro tenía ribetes de hazaña. Era un sueño cumplido. Había vencido a su ídolo. Era la primera vez en su vida que podía ganarle a algo. "Jamás me voy a olvidar de ese día." Eso sí, los campeonatos de libres siguientes fueron encarnizados, tremendos. Y a Juancito le costó mucho volver a ganar. "Pero creo que aprendí a competir. Fue la mejor enseñanza de mi viejo."
Alberto no se perdía partidos de su hijo, iba siempre a la cancha y a la vuelta "no era muy crítico, hablábamos de todo. Charlábamos mucho con mi viejo", según cuenta Juan.
La semana pasada, en el Osvaldo Casanova, cuando Weber Estudiantes empató la serie de los cuartos de final con Peñarol 2 a 2, después de sendas espectaculares actuaciones de Juan Espil, goleador del juego, que provocaron el delirio del público bahiense, Juancito no pudo evitar la mención. "Lo único que me faltó es que mi viejo (fallecido en 1994) estuviera presente ahí, en una platea".
Anteanoche, en Mar del Plata, tras el partido que marcó su despedida del básquetbol, la gente de Peñarol decidió regalarle la pelota del partido como recuerdo... él la puso en una mano, la levantó bien alta y miró al cielo. Como si ese objeto fuese la mejor ofrenda, el mejor recuerdo y homenaje.
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