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Fernando Belasteguín, leyenda del pádel mundial, se despidió de Argentina con un emotivo homenaje
A los 45 años, el nacido en Pehuajó recibió un emotivo agasajo con su familia en Mar del Plata, la ciudad donde comenzó su exitoso derrotero
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MAR DEL PLATA.– “Quisiera no decir adiós, pero debo marcharme, no llores por favor no llores, porque vas a matarme”, cantaba Miranda Sotelo en la cancha principal del Premier Padel Mar del Plata. Había concluido una final femenina épica, de más de tres horas de juego y se esperaba el último partido de los varones. Pero ahora el momento deportivo se congelaba y un polideportivo repleto se ponía de pie para recibir a la leyenda, el hombre que con su historia logró romper el reglamento toda la semana, Fernando Belasteguín. La letra del clásico de la música popular insistía: no llores por favor no llores… pero para muchos fue imposible contenerse.
El reglamento de pádel es claro, entre punto y punto, no se debe demorar más de 20 segundos. Cada vez que vez que “Bela” estuvo en cancha, esto fue desbordado, se rompió el reglamento. Porque un estadio repleto desde mitad de semana, presenció su primer partido, donde corrió cada pelota disimulando los 45 años recién cumplidos. En su debut, más de tres horas de juego, se definió 7-5 en el tercero. Y cada vez que Bela demostraba su maestría, el público coreaba su apodo con una energía que detenía el partido. Su compañero, Juan Tello, y sus rivales, Pablo Lijó y José Diestro, entendían y esperaban sin urgencia. Era el reconocimiento a treinta años de carrera. El domingo, último día del torneo, el mundo del pádel le realizó el homenaje formal, en lo que fue su última presentación profesional en Argentina.
Bela entró al estadio escoltado por Jorge, su padre, y Beatriz, su madre, y nadie se quedó sentado, ni callado. Beeelaaa, Beeelaaa… Como una ola sonora, el aliento iba y venía por el estadio principal de Mar del Plata. Un video de despedida, donde hablaba al público y repasaba los momentos recientes, se proyectó en las pantallas gigantes. Las imágenes fueron acompañadas por la reciente canción que los españoles Teddy Puig y Joan Garrido compusieron en su honor, “De donde vienes”. Y luego sí, Bela tomó el micrófono y siete mil personas hicieron silencio.
Su primeras palabras fueron pedir a su hijo Federico y a su sobrinos y hermana que ingresaran a la cancha para acompañar a sus padres. “Empecé a jugar en Mar del Plata en 1995, fuimos 13 años número uno con un marplatense, Juan Martín Díaz, y juego mi último torneo acá después de 30 años”, recordó con ritmo lento, buscando evitar la emoción que le cortase las palabras. “Ni que me hubieran dado una hoja en blanco, podría haber escrito un mejor guion”.
Luego de su intenso debut el miércoles, al otro día se enfrentaron en octavos de final contra Barahona y Zapata en un partido que supieron dar vuelta, en casi dos horas y media, luego de perder el primer set. Fernando decía al salir de la cancha: “Si este hubiese sido el último partido, tampoco me habría arrepentido, porque me tiré de cabeza a cada pelota”. Pero sobrevivía a otro choque maratónico.
“Cuando experimentás el dolor del corazón, por tener que dejar a tu familia, el dolor físico no es nada”, contaba en su homenaje, a modo de explicación de su entrega en la cancha. Sobre esto, agregaba: “La única manera que he encontrado para esto, y es lo que intento inculcar a mis hijos, es levantarse temprano y trabajar cada día. Lo aprendí de mi viejo cuando iba al banco, de mi vieja cuando iba a la escuela”. La cadencia de Belasteguín era pausada en su discurso, buscando contener la emoción. Y el público llenaba cada hueco no aplausos, pero sellaba un silencio respetuoso apenas iniciaba otra frase.
En ese guion soñado, que Bela imaginó que el destino le dejaba escribir en una hoja en blanco, el viernes se enfrentaba, en cuartos de final, a Arturo Coello y Agustín Tapia. No solo los número uno del mundo, también ambos exparejas de Fernando. Tanto Arturo como Agustín destacan siempre a Bela como un mentor con el que aprendieron y crecieron muchísimo. Y ahora el último partido era con ellos. Un Fernando Belasteguín, con 45 años, se enfrentaba a los número uno, que entre ambos suman 46. El ranking -y el tiempo- marcó la lógica, y ese fue el último partido como profesional en su país de quien conquistó 230 torneos.
El homenaje iba llegando a su fin, Fernando le hablaba a todo el estadio, mirando cada tribuna. Seguramente no alcanzaba a ver cientos y cientos de ojos vidriosos, pero la emoción se sentía en el aire. Afuera el mayo marplatense parecía invernal, pero dentro del polideportivo el calor humano llevaba la temperatura a un veranito. “He tenido que llorar muchas veces solo, por estar lejos de mi familia [a los 20 años dejó Pehuajó para irse a vivir a España], en las cosas buenas y en las cosas malas. Quizás muchas veces los que tienen a su familia cerca no lo valoran igual. Los que pueden abrazarlos, háganme el favor de aprovechar y hacerlo. Si tengo 45 y sigo corriendo para pelota, es porque ellos son mi motivación”.
Para esa altura ya nadie estaba indiferente, la conexión con lo que sucedía dentro de la cancha era mayor incluso que en muchos partidos. Al público ya no le importaba que las chances reales del título número 231 fuesen escasas o que la solides pétrea de su juego, que lo llevó a no perder un partido durante un año y nueve meses consecutivos, ahora presente algunas grietas. Todos los que disfrutaron del pádel en estas últimas tres décadas, mostraban su gratitud con unos de los principales impulsores del deporte. La leyenda, el Boss, Fernando, de Pehuajó, así se despedía: “Tuve aciertos y errores, pero ustedes siempre me devolvieron cariño y respeto, les estaré eternamente agradecido. Ahora que tengo a mi familia acá dentro de una cancha, que tantas veces me alejó de ellos, si me permiten, me quiero despedir de todos ustedes con un abrazo a esta familia que quiero tanto”.
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