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Pachorra y San Javier: el cerebro afuera y el corazón adentro
Uno es el capitán del barco. El otro el marinero más calificado. Uno es el cerebro afuera. El otro es el corazón adentro. Uno piensa y luego existe, y además decide. El otro siente y juega, y además transmite. Tienen una comunión absoluta y se entienden con un simple gesto que no necesita de palabras.
Reunido en una docena de ocasiones con el entrenador del seleccionado argentino para construir el libro de su biografía, la charla nos llevó a la conclusión de que ese extraordinario mediocampista central de su equipo, es el capitán sin cinta y un técnico sin título. El respeto mutuo es absoluto y la relación que supieron construir resulta inquebrantable. Por eso se abrazan en el desahogo del final. Argentina es finalista de la Copa del Mundo y ellos dos son un parte esencial de esa conquista.
Pachorra decidió con mano firme. Primero armó un grupo y después pensó en el equipo. Despojado de cualquier tinte demagógico definió su plan. Quienes viajaban, quienes ni siquiera serían tenidos en cuenta a pesar de las presiones y quienes debían jugar. Se jugó por los suyos, pero sin obstinaciones tuvo buen pulso y oportunismo cuando debió sacar a "sus" jugadores. Aceptó sus errores en público y se privó de colgarse alguno de sus méritos. Las lesiones evaporaron la fantasía de los cuatro fantásticos y esa acumulación de atacantes tan exitosa en las eliminatorias, debió dejarle paso a otra versión más realista en la carrera mundialista. Mientras algunos subestimaban su autoridad y su estilo de conducción, Sabella trabajaba y buscaba soluciones a los problemas. De las individualidades que demolían defensas pero le producían al equipo un notorio desequilibrio colectivo, a esta estructura compacta, solidaria y confiable se llegó con la cabeza y la muñeca del técnico. El entrenador jamás se apartó de su libreto y tomo al compromiso de sus hombres como su principal aliado.
Mascherano vivió la emoción de la doble medalla dorada en los Juegos Olímpicos, pero nada puede compararse con la adrenalina mundialista. La gloria le pasó por delante en Alemania y en Sudáfrica, pero esta vez sabía que podía ser diferente. Volvió a su posición original y fue como si jamás se hubiera apartado del anillo central del campo de juego.
La tarde de San Pablo en una de las semifinales del mundial volvió a ponerlos juntos frente a la misma misión. Y juntos, cada uno desde su rol pero embarcados en el mismo proyecto, terminaron la jornada con el sabor de la victoria.
El día del aniversario de nuestra Independencia, el día de la profunda tristeza de todos aquellos que conocimos al querido "Topo" López, el día en el que los penales de Goycochea y Romero se fundieron en una sola imagen, será un día inolvidable. Nada podrá devolver la vida de ese amigo que partió, pero en todo caso hacía falta semejante alegría para mitigar una parte de la pena.
Fueron ciento veinte minutos de una guerra fría. Un espectador neutral difícilmente pueda haberlos disfrutado, pero la personalidad con la que la Argentina jugó el encuentro no merecía nada menos que el pasaje a la final. Durante una hora del tiempo reglamentario, la actitud cautelosa de los holandeses reflejó su respeto por el seleccionado argentino. En esos sesenta minutos, Enzo Pérez fue filoso por la derecha, Lavezzi encontró espacios para lastimar con su velocidad e Higuaín dispuso de un par de chances bien concretas. Cuando el cansancio salió a escena apareció el tiempo de los obreros. Demichelis y Garay fueron un canto a la sobriedad, Biglia un auxilio perfecto y un celoso custodio de cada balón y Rojo y Zabaleta, dos cancerberos de cada movimiento de Robben.
Y además San Javier. Indestructible para reponerse de un choque de cabezas ante un rival. Lúcido para manejar los tiempos del juego. Disciplinado para meterse entre los centrales cada vez que la jugada lo pedía. Heroico para salvar la única corrida del zurdo del Bayern y a su manera convertir un gol. Carismático para arengar a sus compañeros en los descansos del alargue. Inspirador para vaticinarle a Romero su papel protagónico en el final de la película. Sensible para emocionarse y derramar como un chico las lágrimas de un grande.
Pudo sellarse la victoria en el alargue, pero el cabezazo tímido de Palacio y la volea débil de Maxi nos atragantaron el grito. Messi se guardó su jugada perfecta para la función de gala de Rio de Janeiro y hubo que acudir al cara a cara desde los doce pasos. A la hora de los penales, "Chiquito" fue gigante y sus compañeros una oda a la eficacia. El resto será un video clip que no podrá faltar en la versión moderna de "Héroes" 2014. Veinticuatro años después, la Argentina volverá a jugar el último partido de un mundial y esa sensación es tan dulce como excitante.
Pachorra maneja el volante y San Javier le advierte de los baches del camino. El andar es firme y ya no tan lejos, está la bandera a cuadros. Invitan a subir a todos los que gusten sin resquemores ni ánimos revanchistas. El carro del triunfo es grande y ellos les hacen un lugar a todos los que ahora se trepan.
Nada los desvía del objetivo, ni siquiera esa tremenda maquinaria futbolística vestida de blanco, que pulverizó a los brasileños. Falta una parada, solo una. Después los espera el Olimpo.
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