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Odisea en el desierto: así sufren los debutantes del Dakar, una carrera extrema
BELÉN, Catamarca.– El Rally Dakar alimenta su propia leyenda con decenas de historias que surgen a diario en el corazón de la competencia. Accidentes, esfuerzos, situaciones límite, sueños truncos. Cada uno de los competidores sabe desde la inscripción que una de las probabilidades más grandes es que en algún momento la va a pasar mal. Posiblemente, el debutante Leonel Larrauri haya entrado en ese lote. Lo que tal vez el piloto santafesino nunca imaginó era que las desventuras transformarían a la carrera extrema en una odisea constante.
Para Larrauri, este Dakar fue un descubrimiento diario. Oriundo de Granadero Baigorria y sobrino del expiloto de F.1, Oscar “Poppy” Larrauri, exhibe sus manos sin perder la sonrisa. “Nos pasó de todo. Las tengo hinchadas, rotas, cortadas. ¡Me duele todo!”, cuenta a la nacion.
Larrauri miraba desde lejos el Dakar hasta que un grupo de amigos le propuso participar en el Desafío Ruta 40 del 2016 con un UTV Yamaha del MEC Team. La travesía resultó positiva y se preparó durante todo 2017 para el debut en esta temporada con un UTV CAN-AM Maverick, navegado por su amigo Fernando Imperatriz.
A bordo de un UTV (Vehículos Utilitarios Todo Terreno) al que se subía por primera vez en su vida, el primer inconveniente ocurrió prácticamente en el prólogo de este Dakar, en un recorrido que incluyó apenas 31 kilómetros cronometrados entre Lima y Pisco. Su máquina perdió el eje y volcó, al punto que la imagen se viralizó en las redes sociales. “En el primer especial tumbé el vehículo. Tuve un problema con la electrónica y no contaba con el 4x4 ni la dirección hidráulica. Salí a hacer lo que pude apenas con tracción trasera. Como nos quedamos varados varias veces tomé una duna con velocidad, me pasé y lo volcamos”, cuenta.
El aprendizaje forzoso continuó en la segunda etapa desarrollada íntegramente en Pisco. La inexperiencia generó que sea complejo eludir las trampas de un desierto impiadoso. Y la jornada anterior ya les había hecho perder una hora con respecto al líder. “Fue durísimo nuevamente en las dunas, no terminaba de entender el auto. Sumado a eso, el equipo está en desarrollo y tampoco conocen todas las artimañas. Teníamos unas libras de cubiertas que no eran las indicadas y nos enterramos”.
Los nervios se potenciaron por la inexperiencia para Larrauri, que protagonizó un llamativo episodio al arribar a Lima en la previa del Dakar (lo confundieron con un futbolista y fue abordado por varios medios televisivos). En las dunas incaicas, a quien el Nº 362 describe como un “monstruo que te traga”, no estuvo exento de un percance por el que pasaron más de 30 competidores: el encierro en la famosa olla o cenicero. “Empezamos a girar en círculo y pudimos escapar. Al ser un vehículo liviano salió, pero no todos pudieron”, resalta. Algunos, los que participan con menos recursos técnicos, debieron abandonar y terminar de una buena vez con el sufrimiento.
El inicio de la tercera jornada trajo algo de alivio para Larrauri, corredor por naturaleza que compitió en el Turismo Carretera, en TC 2000, y actualmente es animador del Turismo Nacional Clase Tres. Sentía que comenzaba a entender cómo era el tránsito por el desierto feroz. “Pregunté a muchos corredores. Sebastián Halpern, por ejemplo, me aconsejó. No obstante, se nos rompió la caja transmisora y tuvimos que esperar que viniera el camión del equipo a repararla. Recién a la medianoche pudimos continuar. Nos quedaban todavía 250 kilómetros. Preferimos hacerla y no dormir en el desierto. Salió, pero no se veía absolutamente nada. Fue una locura: llegamos a las 7.30 al vivac y a las 9 largamos la cuarta etapa”, relata.
Poco a poco, se acentuó esa puja que propone el Dakar entre el piloto y la superficie. Los competidores se esfuerzan por participar de una prueba sumamente exigente y ser parte de la leyenda Dakar. Pese al peligro, se sienten atrapados por una carrera que cautiva a los intrépidos. “La cuarta etapa en San Juan de Marcona la culminamos bien, fuimos terceros. Eso sí: siempre con algún problemita. Rompimos las correas de transmisión y una goma”.
Ya en Bolivia en el final de la sexta etapa, el frío, la altura, la lluvia y el barro aparecieron con la fuerza de una variable que ajusta la exigencia de cada jornada. Con su rigor, marca el trazado. “El clima fue duro, pero en esos terrenos me sentí más familiarizado, son más veloces”, subraya. Sin embargo, regresaron los inconvenientes en la séptima etapa, entre La Paz y Uyuni. “En un puente muy pequeño cometí un error. Veníamos ganando la etapa y en una curva fácil con un pequeño puente me caí en un zanjón y tumbé el UTV. Nos ayudaron y lo sacamos”.
Al día siguiente, entre Uyuni y Tupiza, historia repetida en un escenario en el que la lluvia y las crecidas también entorpecieron la competencia. “Rompimos cinco correas y encontramos que el problema era el variador. Además, improvisamos una toma de aire con unos chapones”. Otra vez tuvo que pedir auxilio, precisamente en la etapa maratón. Arribaron al vivac de Uyuni a las 3 de la madrugada, mojados y tiritando de frío. Las provisiones se habían agotado en la carrera, cenaron en el comedor y descansaron un par de horas en un hotel a 50 metros del campamento. Larrauri no duda en señalar que el paso del Dakar por estas ciudades le demandó una mayor exigencia física. “Revisamos lo que pudimos del auto porque era una bola de barro y estábamos cansadísimos. No teníamos limpiaparabrisas porque nos quedamos sin agua. Así, agarrábamos los charcos a propósito para que nos limpie un poco el vidrio”, cuenta sonriendo.
El corredor santafesino aprovechó el momento para expresar su admiración por su compañero de equipo en South Racing, el experimentado brasileño Reinaldo Varela. “Tuve muy buenos parciales y siempre lo miro a él. Me alienta y lo copio mucho porque la tiene clara”, dice.
Hoy, después de haber atravesado diez etapas con grandes dificultades, Larrauri habla con el tono de un entusiasta que se lanzó a la travesía. Confiesa que, en la previa, en su mente creía que sabía cómo manejar en la arena. No sucedió. Y remarca permanentemente una palabra: aprendizaje. “Tengo claro que todo me pasa por la inexperiencia. Pero de a poco entiendo mejor al Dakar. Aprendí muchísimo. Yo sabía que no estaba preparado para correrlo. Tuve excesos que me hicieron fallar y otros temas del auto que a veces forman parte del azar. Si el año que viene consigo regresar voy a estar mejor armado. A lo que te enfrentás acá es increíble”, asegura.
En un raid que elimina a los menos avezados, Larrauri busca combustible en pos de un objetivo que va renovando su energía: llegar al desenlace del Dakar 2018 en Córdoba el próximo sábado. Se apoya en su esposa Romina, que le manda mensajes permanentemente. “Cuando entré a la Argentina, en Salta, ya me puse contento. Estamos en casa. Pero el gran sueño es finalizar”.
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