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Nunca dejó la ruta del ejemplo
El notable ciclista mendocino fue ganador de innumerables competencias de fondo; tenía 86 años.
Martín Remigio Saavedra, el notable ciclista mendocino, falleció ayer, a los 86 años, en esta capital. Los restos del admirado deportista son velados en Forest 906, en el barrio de Chacarita, y serán sepultados hoy, en un cementerio privado de Pilar.
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"Ser pobre no es una desgracia. Si se sabe luchar, puede terminar siendo una bendición. Por eso, mi pobreza me emociona...", dijo una vez, cuando ya hacía rato que era el gran Remigio.
Si pudiera ser él quien hoy tuviera que hacer una semblanza de su admirable vida, ese rasgo de su niñez, la pobreza, sería el punto de partida. Y no sólo por el rigor cronológico. Más que nada, porque nunca se olvidó de cómo la extrema falta de recursos lo impulsó a encarar la vida como una alegre lucha contra la adversidad. Y a elegir un camino inequívoco: el del deporte y la conducta ejemplar.
Remigio Saavedra -Martín, su primer nombre, quedó en el archivo para darle lugar a una marca registrada del ciclismo argentino- nació en Godoy Cruz, Mendoza, el 1º de octubre de 1911. Fue el quinto de diez hermanos. La humilde realidad de su infancia lo obligó pronto a afrontar lo que normalmente llega en la juventud: había que trabajar para ayudar a la familia, y Remigio lo hizo como lustrabotas, como canillita o ganándose centavos con la venta de carbonilla -que juntaba en los terrenos del ferrocarril- a los herreros.
Tuvo, desde niño, un guía:su hermano Cosme, que también fue figura del ciclismo nacional. Por admiración hacia él, abrazó el deporte. Y empezó practicando atletismo en Mendoza, pero a los 14 años se subió a una bicicleta y, como bromeaba años después, nunca más se bajó. En su pueblo natal corrió y ganó su primera carrera.
No tardó en destacarse. A los 15 años ya era dueño del récord sudamericano de las 3 horas. En 1930 llegó su primer triunfo internacional. Fue en Chile, compitiendo en equipo con Cosme.
Una serie victoriosa
A partir de allí comenzó a competir en carretera y a encadenar una interminable serie de victorias. Llegaron los triunfos en la Doble Chivilcoy, la Buenos Aires-Mar del Plata, Buenos Aires-Rosario, Doble Junín, Doble Pergamino, Doble Cañuelas, Doble Tornquist, Doble Campana, Doble La Plata... La lista sería tediosa, porque prácticamente se imponía en todo lo que corría.
Aparecieron más tarde las famosas carreras de los Seis Días, en las que su nombre era la atracción natural. En 1938 corrió seis en los Estados Unidos y dos en Canadá. Y cuando estas legendarias competencias llegaron a nuestro país, en el Luna Park, siempre fue animador principal. Ante lo más granado del ciclismo internacional, ganó tres veces: en 1939, en equipo con el belga Camille Dekuysser, y en 1943 y 1945, con el argentino Mario Mathieu.
Habría más títulos, como el sudamericano de persecución. Sin ser un especialista, también hizo suyas muchas competencias de velocidad. Se retiró tras 22 años de ímproba trayectoria, con más de 300 éxitos.
Pero su alejamiento sólo fue algo formal; nunca dejó del todo el ciclismo. ¿Una prueba? La que dio en 1981, ya con 70 años, cuando unió sobre una bicicleta Mendoza y Buenos Aires por segunda vez (ya lo había hecho en 1943). Arribó, entonces, a un repleto velódromo de Palermo tras descontar cerca de 1100 kilómetros en 18 horas y 45 minutos. "Les pido perdón por haber llegado un poco tarde...", se excusó ante un público que no paraba de vitorearlo.
Un informe médico de esos días sobre Remigio concluía así:"Este deportista de 70 años hace plantearle a la ciencia:¿es un accidente biológico o el resultado de una vida ordenada y plena de actividad física?". Respuesta afirmativa para ambas preguntas.
Empecinado perseguidor de sueños, Remigio Saavedra no se contentó con acumular méritos en las pistas. Para él había algo más importante: la ruta elegida para conseguirlos. "Siempre quise elevarme. Si no pude más, no fue por culpa mía. Hice todo lo posible por darme y darle a los demás la imagen de que el deporte cambia al hombre. Por eso, nunca me gustó que en carrera un ciclista hiciera groserías o molestara a la gente. A ése siempre lo encaré para corregirlo."
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