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Noruega. La revolución del deporte
En 2011, se publicó una novela erótica tan controversial como exitosa: Cincuenta sombras de Grey, que con 125 millones de copias vendidas y traducción a 52 idiomas, se convirtió en el bestseller internacional de la década. Sin embargo, su versión en noruego fue rápidamente desplazada del podio literario local por otro título: Good Glide, una guía sobre… la mejor manera de encerar esquíes. Esta temática tan poco sexy para un simple mortal es tremendamente atractiva en Noruega, un país que invierte cientos de miles de dólares anuales en investigaciones sobre la ciencia y el arte de deslizarse por la nieve.
"No tenés que hablar su idioma para ganarte el corazón del pueblo, lo que necesitás es aprender a esquiar", parece que le dijo el explorador y diplomático Fridtjof Nansen al rey Haakon, originario de Dinamarca, cuando fue convocado en 1905 para liderar la por entonces flamante monarquía constitucional de Noruega. El esquí nació en esas tierras –donde nieva seis meses, de octubre a abril– hace unos 5000 años; tanto pinturas rupestres de figuras humanas cazando con palos largos en los pies como la mitología nórdica, con los dioses Ullr y Skaði a la cabeza, dan cuenta de este origen milenario.
En la actualidad, es el deporte nacional y favorito, y así como Roger Federer es el orgullo de Suiza y en Estados Unidos adoran a LeBron James, en Noruega no hay deportista más celebrado en este momento que Johannes Høsflot Klæbo, el esquiador que a los 21 años ganó tres medallas de oro en su debut en los Juegos Olímpicos de Pyeongchang, en 2018; desde entonces, su cara invade las revistas, las vidrieras y los carteles de la vía pública de Oslo con las publicidades de Hufs, una marca local de productos capilares.
Klæbo no es un héroe nacional aislado, sino tan solo el exponente más reciente de un nuevo panteón de ídolos escandinavos, el de los esquiadores de élite que llevaron a Noruega a lo más alto del podio deportivo mundial. De hecho, el esquí de fondo es la categoría por excelencia en la que el país descolla en los Juegos Olímpicos: de un total de 481 medallas ganadas, 121 corresponden a esta disciplina, con 47 de oro, 42 de plata y 32 de bronce. Le sigue su archirrival Suecia, con 80 en total; Rusia tiene 33 y Estados Unidos, dos.
Pero el poderío nórdico en los Juegos se extiende más allá del esquí. Aunque Estados Unidos y Rusia son por lejos los que más medallas tienen en valores absolutos (1204 y 2827 respectivamente), esta pequeña nación de cinco millones de habitantes supera a todas las demás en el recuento per cápita tras los resultados de Pyeongchang: 39, un logro doblemente admirable si se tiene en cuenta que no tiene un pool demasiado grande ni diverso de donde obtener atletas profesionales.
Este milagro noruego comenzó hace poco más de dos décadas. En los Juegos Olímpicos de Invierno de 1988, Noruega había obtenido solo cinco medallas (ninguna de oro). Pero en 1994, cuando su ciudad de Lillehammer fue anfitriona, se hizo de 26. Desde entonces, no hizo más que consolidarse a pasos agigantados, al punto que, para 2018, su victoria fue aplastante y batió el récord de medallas ganadas por un solo país (y de esas 39, 14 fueron doradas).
Admiradores y rivales se empezaron a preguntar cómo lo logró. La respuesta más honesta: sin querer queriendo.
En busca de la felicidad
Descendientes de los vikingos que vivieron en la mítica península escandinava, los noruegos son un pueblo excepcional. Su país está en el primer puesto del Índice de desarrollo humano de la ONU desde 2001 (Islandia lo desplazó brevemente entre 2006 y 2008), un indicador que combina tener una vida larga y saludable, adquirir conocimientos y disfrutar de un nivel de vida digno. También fue elegido el país más pacífico, seguro y democrático. Entre otros logros, se destaca el haber podido achicar drásticamente una de las brechas más dolorosas del mundo moderno: la que separa el ingreso del trabajador peor pago al sueldo del directivo de jerarquía más alta. (Y hasta se ganó los elogios del presidente Alberto Fernández por cómo eligió enfrentar al coronavirus, en comparación con su vecina Suecia.)
Sin embargo, lo que hace a Noruega una nación extraordinaria no son highlights puntuales, sino una cosmovisión integrada. Por eso, cuando se le preguntó acerca del secreto de su éxito a la comitiva en Pyeongchang, tanto atletas como entrenadores respondieron al unísono: para competir al máximo nivel, no hay que ser competitivo. Una idea tan revolucionaria para algunos que llegó a los titulares de diarios como The New York Times y The Guardian. "En todos los países, el sistema de deportes está armado de la misma manera que sus demás sistemas: político, económico, social. Nosotros, desde nuestro origen como nación, nos abocamos a construir una sociedad sólida y fuerte en la que todos los habitantes puedan participar. También estamos muy focalizados en cuidar de los niños y darles todas las oportunidades para su desarrollo. Diría incluso que somos un país muy niñocéntrico. Todo esto lleva a que seamos los deportistas que somos". Así resume para LA NACION revista Tore Øvrebø, remador profesional y director de la organización Olympiatoppen, las bases de la epopeya deportiva noruega.
Olympiatoppen nació bajo el paraguas del comité olímpico nacional durante la década del 80, en respuesta a su hasta entonces débil participación en Juegos. Su objetivo: compartir conocimientos y habilidades a través de todos los deportes, y así potenciar el desarrollo de los atletas de élite. Es decir, apuntaron a trabajar en todas las disciplinas, porque entendieron que, por ejemplo, la experiencia de un entrenador de hockey sobre hielo puede serle útil a un jugador de beach volley. "Es como decía Aristóteles: si querés ser muy bueno en algo, tenés que estar con la gente que ya lo es". El argumento filosófico de Øvrebø no está vacío de sentido. En Noruega, el deporte es una política de estado clave porque, junto a la educación y la salud, lo considera una dimensión fundamental en el desarrollo físico, mental y emocional del ser humano.
Gracias a su enfoque "deporte para todos" –y las políticas públicas que de él decantan–, el 40% de la población practica alguna actividad física regularmente, el 15% participa en alguna competición, y el 3% son atletas de alto rendimiento. Con una superficie de 385.207 kilómetros cuadrados (apenas un 20% más grande que la provincia de Buenos Aires), el país cuenta con unos 12.000 centros y clubes deportivos, desde espectaculares instalaciones hasta otras más modestas en los pueblos perdidos entre los fiordos. Estos espacios trabajan intensamente para brindar un acceso equitativo e igualitario a ambos sexos, y con especial atención a incluir los grupos sociales más vulnerables.
Un abrumador 93% de los chicos menores de 25 años practica deporte de manera activa y, en lugar de promover la competencia, la performance o los resultados, se enfoca en su desarrollo personal. Por eso, hasta los 13 años como mínimo, está prohibido que los niños sean rankeados o premiados. Tampoco llevan estadísticas ni listas de ningún tipo. Una estrategia que resulta casi de otro planeta para países como Estados Unidos, donde el 80% de los chicos deja el deporte antes de los 15 años a raíz de las presiones que sufren o directamente por casos de burnout.
Los deportes más populares entre los noruegos menores de 17 años son el fútbol, el handball, la gimnasia aeróbica, el ballet, la natación y el esquí; la mayoría practica varias disciplinas en simultáneo. "Queremos que los chicos se diviertan y se queden en el deporte mucho tiempo, que se sientan ganadores aunque pierdan un partido y que sean parte de un equipo cuyos integrantes se cuidan entre sí. Y esto también se aplica a las más altas esferas del deporte de alto rendimiento, en donde nuestro lema es: cooperar siempre que podamos y competir cuando debemos. Entendemos que, si tenemos el mejor equipo, el deportista individual tiene más chances de ser el mejor", sigue Øvrebø.
Este enfoque se potencia con un detalle no menor: debido a su pequeño número de habitantes, si quieren desarrollar deportistas de élite, no se pueden dar el lujo de perder a ningún candidato en el camino. "Muchas veces, desde afuera nos tildan de ingenuos o idealistas. Nada más lejos de la realidad. En la cancha, todos los chicos juegan ferozmente. ¡Los noruegos somos muy competitivos! Lo que hacemos es combinar nuestra ambición con una mentalidad altruista, porque sostenemos que es la mejor manera de tener un desarrollo deportivo de alto nivel a largo plazo. No con el objetivo de ser buenos o amables, sino para ganar. Nuestro enfoque equilibra la urgencia de competir con la cooperación, porque creemos que la lógica basada solo en el aspecto competitivo es débil. En cambio, la cooperación fue la que hace miles de años nos permitió bajar de los árboles, la que nos diferenció de los monos y nos hizo humanos", argumenta, y concluye: "Por debajo de todo esto, subyace nuestro objetivo principal en todos los niveles, para todas las edades, que es vivir una buena vida".
Por estas latitudes, Sebastián Blasco, director del curso de posgrado de Psicología Deportiva de la Universidad Austral, coincide con el paradigma nórdico y se entusiasma: "La gran magia del caso de Noruega es que miran a la persona antes que al deportista y, para eso, se necesita humanizar un mundo que, lamentablemente, está muy mercantilizado y no fomenta el desarrollo de la mirada de lo que el otro es y puede llegar a ser. Hoy, en el deporte de alto rendimiento, prevalece una mirada que coarta, no que expande. Noruega viene a romper con eso, a decir que hay otra forma, vinculada a algo más intuitivo, al despliegue de la creatividad y la espontaneidad a partir del goce y el disfrute, sin dejar de darles el lugar a la técnica y la mecanización, que también hacen a la excelencia deportiva".
Blasco hace hincapié en el rol central de los formadores, que van desde entrenadores y psicólogos hasta educadores y padres (en los clubes deportivos de Noruega, los entrenadores suelen ser voluntarios, en su mayoría padres y madres de familias de la zona). "Un formador puede ayudar (o no) a que un deportista llene su vida de sentido. Si no lo apura y es paciente, si inspira, si pone límites (el mayor acto de amor que uno puede hacer) y si permite la equivocación como parte del aprendizaje. Es tan de sentido común que parece novedoso, pero no lo es: su secreto del éxito es perderle el miedo al error".
Los atletas noruegos llegaron al extremo de celebrar el fracaso. Así fue en Pyeongchang, sorprendidos ellos mismos por la cantidad escandalosa de medallas que se llevaron a casa. Algunos se mostraron realmente preocupados: ¿estarían ganando demasiado? Algo de eso pudo verse en la reacción de la legendaria esquiadora Marit Bjoergen, la atleta que más victorias alcanzó en toda la historia de los Juegos Olímpicos de Invierno, cuando sus rivales estadounidense y sueca la superaron y ella se quedó solo con el bronce. "Por supuesto que siempre queremos el oro, pero es genial ver a otro país en el podio. Es importante para el deporte", dijo en una entrevista, sinceramente satisfecha con el resultado. Por su parte, Knut Nystad, toda una celebridad en Noruega por ser el líder de un equipo de 30 técnicos que se encargan de encerar los esquíes en los atletas olímpicos, también admitía: "Podrá sonar raro, pero muchos compatriotas nos gritan por la calle que estamos ganando demasiadas medallas".
Como si fuera poco, ahora parecería que también tienen la posibilidad de brillar en un deporte que siempre les fue esquivo. De la mano de la nueva sensación del fútbol internacional, Erling Braut Haaland, Noruega empieza a soñar con una nueva victoria.
El nuevo nombre del gol
El deporte vive, vibra y se reproduce con las estadísticas. Y, cuando de Erling Haaland se trata, abundan y apabullan. Este rubio de 19 años invadió las canchas con precisión clínica y potencia de vikingo, tomando por sorpresa a todos (rivales, hinchas, comentaristas), excepto a sí mismo. Su primera aparición en la Champions League fue con la camiseta roja de Red Bull Salzburg, el 17 de septiembre de 2019; en 45 minutos, hizo tres goles y así se consagró como el primer y único jugador en marcar un hat-trick en un solo tiempo durante su debut en el torneo de clubes más prestigioso del mundo. El 18 de enero pasado, ya con la camiseta de Borussia Dortmund, que pagó 20 millones de euros por su pase, tuvo otro estreno impresionante: marcó un triplete en 23 minutos, convirtiéndose en el único jugador del equipo en lograrlo y también de la Bundesliga, la liga alemana de fútbol (que fue la primera en volver después de la cuarentena entre las ligas importantes de Europa, con un gol de Haaland en el reinicio). En la Champions, llegó a los diez goles en siete encuentros, lo cual lo hace el futbolista que más rápido alcanzó la doble cifra en toda la historia del campeonato. Y marcó sus primeros siete tantos en apenas cuatro encuentros (como referencia, Lionel Messi necesitó 18 y Cristiano Ronaldo, 33).
Pero la historia de Haaland trasciende las estadísticas, y su precoz odisea en el fútbol de élite solo cobra sentido cuando se contempla otro aspecto mucho más profundo que, sin embargo, se ve con total claridad en cada segundo que pisa la cancha. Lo que lo hace realmente único frente a sus colegas es que este chico ama jugar a la pelota. Con locura y pasión, entregándose por entero en cada corrida, en cada intento de gol. Esto, que parece tan fácil, es cada día más complejo para los jugadores profesionales.
Se solía criticar al fútbol porque "no es más que 22 tipos corriendo una pelota". Hoy, se le atribuyen cosas mucho peores: que todo se redujo a un show de marketing y dinero, un negocio sucio incluso en las esferas más altas de la FIFA. En este contexto, Haaland nos recuerda de qué se trata realmente el deporte más popular del mundo. Verlo correr con hambre de gol y alegría indisimulable es volver a las bases. Y esa cultura tan particular del deporte que promueve Noruega queda también con él en evidencia.
A pesar de tener todo el physique du rol escandinavo, Erling Haaland nació en suelo inglés. Su padre, Alf-Inge Haaland, fue un futbolista profesional que se destacó tanto en la selección de Noruega como en los clubes ingleses Nottingham Forest, Manchester City y Leeds United. Fue durante su estada en este último club que nació Erling, el 21 de julio de 2000. Tres años después, cuando la carrera de Alf-Inge culminó por una lesión irrecuperable en la rodilla, los Haaland regresaron a Bryne, el pueblo de 12.000 habitantes a 317 kilómetros de Oslo en donde Alf-Inge y su esposa, Gry Marita Braut (excampeona nacional de heptatlón), habían vivido durante su infancia.
Cuando, con solo cinco años, su hijo les anunció que se convertiría en el mejor futbolista del mundo, no pudo haber mejor timing: el pueblo, también famoso por sus implacables lluvias, acababa de inaugurar una cancha techada de césped natural, lo que le permitió practicar todos los días, sin importar las inclemencias del clima. No hay que pensar en su resolución como el desvarío de un nene fantasioso. A pesar de su cortísima edad, ya había logrado el récord mundial en salto en largo en la categoría sub5: 1,63 metros, una marca que, hasta la fecha, nadie pudo superar. Sus padres también lo habían alentado a practicar atletismo, handball y, claro, esquí de fondo, brindándole siempre nuevos desafíos al inquieto Erling.
Tampoco hay que creer que se trataba de un niño prodigio. En el club local, fue la tercera generación de su familia en integrar las inferiores y parte de un grupo de unos 40 chicos y una chica que jugaron juntos desde los seis años hasta bien entrada la adolescencia (hoy, al menos cuatro de ellos, incluyendo la mujer, son deportistas profesionales). Eso sí: Erling era de los más jóvenes y, por ende, uno de los más chicos en tamaño, aunque sea difícil de creer hoy, con su 1,94 metro de altura. Esto lo obligó a desarrollar no solo su talento desde lo físico sino también y sobre todo el aspecto mental y emocional del juego.
"La primera vez que lo vi en la cancha, en su debut en la primera división del club de nuestro pueblo, ya había escuchado rumores de que tenía algo especial. Era evidente su increíble capacidad de aceleración y hacía corridas excepcionalmente inteligentes para un chico que todavía no había cumplido los 16. Sin embargo, nadie podría haber dicho por entonces que a los 20 se habría convertido en el delantero de primer nivel que es hoy. Era flacucho y desgarbado y, aunque tenía una zurda muy poderosa, no era todavía un rematador clínico. Esto es algo que desarrolló en los últimos años", describe Nils Henrik Smith, reconocido periodista deportivo noruego oriundo de Bryne, ante la consulta de LA NACION revista.
Si había algo que podía hacer creer a cualquiera en el pueblo que Erling Haaland tenía futuro como estrella futbolística, ese algo era su hambre de gol. "Con la forma en que se movía, demostraba que quería la pelota. No tenía miedo de pedirla incluso si eso significaba hacerlo a otros compañeros mucho más grandes y experimentados que él. Aunque parecía algo tímido fuera de la cancha, adentro de ella tenía una enorme confianza", completa Smith.
Su primera experiencia en un club profesional fue el Molde FK. Durante sus primeros seis meses, Erling subió 15 kilos, puro músculo entrenado con una tenacidad de hierro. Fue entonces que sus compañeros lo apodaron manchild, el niño hombre. Tuvo ahí al entrenador perfecto: nada menos que Ole Gunnar Solskjær, hoy DT del Manchester United, quien supo valorar el talento en bruto del adolescente. Bajo su ala, Haaland se perfeccionó exponencialmente y en tiempo récord: para 2018, ya había alcanzado 16 tantos en 30 partidos, lo que le dio el título de máximo goleador histórico del Molde.
Recién cumplidos los 18 años, el siguiente paso se hizo inevitable. Bajo el consejo de su padre devenido manager, en agosto de 2018 firmó contrato con el Red Bull Salzburg por ocho millones de euros. Eligió esta oferta por encima de la enorme tentación de unirse a un club de primerísima línea como Juventus, a sabiendas de que el equipo austríaco le daría más chances de jugar y seguir perfeccionándose. No se equivocó: anotó 17 goles en sus primeras 16 apariciones. El director deportivo del Salzburgo, Christoph Freund, dijo de él a Goal: "También tiene mucha energía fuera del campo y casi siempre tiene una sonrisa en la cara. Como compañero de equipo, te gusta pasar tiempo con él. Su carisma positivo es contagioso y es realmente bueno para todo el grupo".
En tanto, sus compañeros se maravillaban con el hecho de que Erling pasaba horas leyendo artículos científicos sobre cómo mejorar su alimentación y su descanso. Por eso, por ejemplo, hasta el día de hoy elige dormir con antifaz para evitar todo tipo de luz que pueda deteriorar su sueño (Haaland confesó que también se va a la cama abrazado a las pelotas con las que convirtió goles especiales, a las que llama sus "novias").
Sueños de gigante
La Copa del Mundo se celebra desde 1930, pero la selección nacional noruega se clasificó apenas tres veces en 90 años (1938, 1994 y 1994), y solo una vez pasó a octavos de final (aunque tiene un curioso récord: es el único equipo que jamás perdió contra Brasil; de los cuatro partidos que se disputaron, ganó dos y otros dos empataron). No obstante, el fútbol es el segundo deporte más popular en cuanto a rating televisivo, solo por detrás de –oh, sorpresa– la transmisión de competiciones de esquí.
Si bien los noruegos están acostumbrados a hinchar por otro equipo (jamás Suecia) en los mundiales de la FIFA, esto podría cambiar para Qatar 2022 porque, por primera vez en la historia, el nuevo niño mimado del fútbol internacional es un compatriota. Aunque su carrera recién empieza, Haaland ya hizo de las suyas con la camiseta de su país. Durante el Mundial Sub20 que se jugó en Polonia en 2019, convirtió 9 de los 12 goles en el partido contra Honduras (no hay aún una denominación específica para un triple hat-trick, pero habrá que inventarla).
Este resultado significó otro récord: la mayor victoria de un equipo y el jugador que más tantos anotó en un encuentro en un Sub20, lo que le valió el Balón de Oro aun cuando Noruega fue eliminada en la fase de grupos. Pero podemos esperar que, con él a la cabeza, la selección nacional tenga una chance de reescribir su historia. Haaland, por lo pronto, está entusiasmado. Pudo haber elegido jugar para Inglaterra, lo que, a corto plazo, le daría muchas más chances de ganar una Copa del Mundo. Pero, como buen nórdico, tiene la mirada puesta en el largo.
¿Cómo vive él con su ascenso meteórico? "Me siento muy bien". ¿Y cuál es su secreto para hacer tantos goles? "Trabajar duro". Así de escueto responde a las entrevistas, una actitud que descolocó a buena parte de la prensa y le valió algunas críticas por su supuesto divismo. Bernt Hulsker, exfutbolista y conductor de radio, no puede estar más en desacuerdo. "La idea de que es tímido o poco amistoso es equivocada –cuenta ante la consulta desde la Argentina–. Suele responder con monosílabos porque está bien entrenado: sus mentores le aconsejaron desde temprana edad que mantenga sus respuestas cortas. Es totalmente consciente de lo que está haciendo. Cuando lo conocés, descubrís a una de las personas más geniales del mundo. Es empático, generoso y muy humilde. Un chico de la campiña noruega que vino a hacer historia en el fútbol mundial".
Tore Øvrebø también se entusiasma y ve en Haaland y otros de su generación (Kristoffer Ajer, Sander Berge, Martin Ødegaard) un potencial equipo ganador: "Tenemos muchos jugadores hoy, y aunque son muy distintos, tienen ciertos aspectos en común: trabajan duro, pero sin perder el foco en aprender, desarrollarse y divertirse". Nils Henrik Smith cree que ahí está la clave: "Haaland desarrolló una actitud relajada que cae bien a todos. La gente disfruta verlo porque se nota que se divierte. Él ama el fútbol genuinamente y, en un deporte cada vez más dominado por el dinero, la corrupción y la avaricia, eso nos reconforta. Lo que está haciendo superó las expectativas y la imaginación de cualquiera, y aun con toda esa atención encima, lo vemos focalizado y tranquilo al mismo tiempo. No se preocupa mucho. Solo quiere jugar y hacer goles".
Si es verdad ese proverbio africano que dice que "para criar a un niño hace falta una tribu entera", el caso de Erling Haaland es un paralelismo perfecto. Uno solo puede preguntarse qué habría sido de Lionel Messi de haber nacido en Oslo o en Bryne. Pero lo que sí se puede afirmar con seguridad es que, gracias a haber sido criado bajo la filosofía noruega, la nueva sensación del fútbol contará con muchas más chances de afrontar su carrera con más paz y tranquilidad. En palabras de Blasco: "La gran diferencia entre Haaland y Messi es el contexto. Messi tiene que lidiar permanentemente con el exitismo, porque en la Argentina siempre tenemos que revalidar lo que valemos internamente a través de un resultado externo. Si ganamos, somos los mejores; si perdemos, somos los peores. Mientras Haaland pueda mantenerse en el paradigma nórdico, corriéndose de los ruidos externos para centrarse en su propia voz interna, estará bien".
Para festejar su primer gol contra el PSG en el partido de ida de la Champions, se sentó en posición de meditación, cerró los ojos y sonrió con una plácida satisfacción. La foto de ese momento que publicó en su cuenta de Instagram con el texto "Victoria ZENsacional" tuvo 1,6 millones de likes y se hizo viral. Tres semanas más tarde, cuando el PSG eliminó al Dortmund en el partido de vuelta y sus jugadores parodiaron la pose de Haaland, su única declaración posderrota fue: "No logramos el ritmo ni flow en el juego, entonces se hizo difícil, ¡porque ellos son tan buenos…!".
Y por si alguna duda quedaba sobre qué tan genuina fue su celebración en aquel partido, basta con leer su único posteo en redes durante la cuarentena por el Covid-19. Unos pocos días después de que el Comité Olímpico Noruego fuese el primero en advertir que "no es defendible ni deseable enviar a nuestros deportistas a los Juegos de Tokio antes de que la sociedad mundial haya superado esta pandemia" (los Juegos, previstos para julio de 2020, finalmente se pospusieron para 2021), Haaland escribió en Instagram: "Si estás extra ansioso estos días, no estás solo. Además de cuidar nuestros cuerpos, tenemos que cuidar nuestra mente. La meditación es algo serio y puede ayudarnos a regular nuestras emociones, prestar atención a los demás y actuar con altruismo. Tenemos que sentirnos parte de un todo. Estamos acá para ayudarnos unos a otros a superar esto". Tambien publicó una storie en esa misma red social, en contra del racismo, tras el crimen de George Floyd. "Extender el amor, no el odio", propuso, y pidió "Justicia para Floyd".
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