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"No prometo goles... los hago"
Marcelo Salas, el jugador del momento, firmó ayer, en Roma, el contrato que lo unirá con Lazio desde julio próximo; fue presentado como "el mejor de América" por Dino Zoff y, desde que pisó el aeropuerto de Fiumicino, fue idolatrado por los hinchas de su nuevo equipo
"Señores, con ustedes... el mejor jugador de Sudamérica."
Dino Zoff, ex leyenda de los arcos italianos y actual presidente de Lazio, tomó el micrófono y habló ante una sala llena de periodistas. A su lado se encontraba el culpable de tanta atención. José Marcelo Salas sonrió. Sabía que se refería a él.
Los dos goles con los que Salas mató en Wembley habían despertado el interés de los hinchas del conjunto romano y, sobre todo, de la prensa deportiva, que en Italia vende mucho e influye más.
Todos se habían reunido en el Roma Cavalieri Hilton para saber quién era el fantástico goleador temucano de los 20.000.000 de dólares, cifra jamás antes pagada por Lazio y, de paso, el cuarto monto de la historia, detrás de las operaciones por los pases de Ronaldo (de Barcelona a Inter), Rivaldo (de La Coruña a Barcelona) y Denilson (de Santos a Betis).
Salas reunió a Dino Zoff, a Nello Governato (director deportivo de Lazio) y a Gustavo Mascardi (su representante) con los hombres de prensa y con los tifosi. El tantas veces prometido asalto al scudetto (nunca obtenido por el equipo de la capital) había encendido el fanatismo de un público tradicionalmente apático.
Así, con un marco atrapante y desbordante (nadie esperaba semejante convocatoria), Zoff tomó la palabra y presentó a su nueva estrella: "Me siento orgulloso de haberlo contratado. Es un jugador extraordinario que nos dará grandes satisfacciones. Por algo fue elegido como el mejor de América".
Salas llegó a Roma luego de la victoria por 2 a 0 sobre Inglaterra (anteayer). ¿Objetivo? Firmar el contrato que lo ligará, desde julio de este año, con Lazio.
La atracción era tan grande que sus goles en Wembley se ubicaban en un mismo nivel que el duelo empatado entre los supergoleadores Ronaldo y Batistuta.
Le dicen El Matador...
Zoff dijo un par de cosas más y, después de los elogios de rigor, le pasó el micrófono al chileno. Y el Matador comenzó a responder sobre todo lo que le preguntaron.
- El fútbol italiano. "Sé que es muy duro y difícil, pero estoy tranquilo porque tendré a mi lado a grandes jugadores; además, para mi adaptación es importante el hecho de que aquí jueguen los argentinos Chamot y Almeyda."
- Los goles. "Yo no prometo goles...; los hago. No me gusta andar prometiendo cosas espectaculares. Lo único que aseguro es sacrificio."
- La adaptación. "Espero que me den tiempo, porque me dijeron que aquí son muy amables con los sudamericanos. Seguramente, necesitaré un tiempo para entrar en el ritmo del fútbol italiano. Pero ojo, que yo me adapto rápido a todos los esquemas."
- La presión. "Que mi pase haya costado tan caro no me preocupa; al contrario, me incentiva. Sé que la gente espera todo de mí. Y eso es una motivación más. No lo siento como una presión."
Zoff volvió a interceder. El tema del dinero prefería manejarlo él. Y es que la operación por Salas supone alrededor de 41.000.000 de dólares, entre el costo del pase y el contrato del jugador, al que podría adosársele (con un plus en dólares, obviamente) un vínculo por los derechos de asociación entre el nombre y la imagen del Matador con la empresa láctea Cirio, propiedad de Sergio Cragnotti, el dueño de Lazio. "Es una inversión importante -comentó Zoff-, pero nos dará buenos dividendos. Yo ya le advertí a Marcelo que en Italia es muy difícil anotar."
Salas, por las dudas, no mostró resquicio para el temor: "Vengo para hacer goles, como en Chile y en River. Ya hablé con Francescoli y con mi amigo Zamorano para que me aconsejen. Ellos me contaron sobre Lazio y sobre la dureza con la que marcan en e Italia".
Enseguida le pidieron una definición personal. El Matador eligió una modestia que pocos creyeron cierta: "Me adapto a cualquier esquema, peleo mucho la pelota y técnicamente no soy malo".
Después se sacó cientos de fotos con los hinchas, que le regalaron las tradicionales bufandas a la italiana. El agradeció todas y eligió una en particular. Decía Irriducibili (invencible)...
El Matador que nadie conoce
"Hola señor, yo soy Salas..., el jugador. Un gusto." Con la inseguridad de un chico, se acercó a Ramón Díaz y le extendió la mano. No había muchas cosas por decir. Tal vez no en ese momento. Pero el chileno aprovechó un cruce ocasional en el Monumental para conocer al técnico de River.
"Hola, que tal; ya nos vamos a ver, que tengas suerte..." Respuesta inmediata del riojano y cada cual toma su camino.
Asombrado, mirando el paso ligero del técnico que se alejaba; así se quedó Salas en medio de... la nada. El hombre se sentía pequeño ante esa figura tan renombrada. Pero lo aceptó sin orgullos. Como no podía ser de otra manera. En esa tarde de agosto de 1996, comenzaba el primer día de Salas en River.
Al principio, lógico, parecía pedir permiso, tratando de conocer nuevos amigos dentro de un plantel lleno de figuras. Y encontró uno: Eduardo Berizzo. El título de vecinos -viven en el mismo edificio, en Belgrano- los acercó con mucha frecuencia. Las salidas a comer con sus esposas era la cita preferida. Claro que siempre en un mismo auto, como hicieron, por ejemplo, en el casamiento de Marcelo Gallardo, para el que las dos parejas se movilizaron en la camioneta de Berizzo.
Vive y habla de fútbol. Se jacta de conocer bastante del tema y no se pierde las imágenes que, a través del cable, llegan del exterior. Los partidos importantes y los no tanto.
Aunque también Marcelo disfruta mucho de las salidas a los shoppings. Una vuelta por Alto Palermo y a elegir la ropa que más le gusta: las camisas y remeras de Calvin Klein. Además de los regalos para Carolina, su esposa.
Después pasa mucho tiempo en su departamento; que, por cierto, no tiene las comodidades de un hombre que embolsó 1.700.000 dólares el año último. Un poco de películas en la televisión y a dormir, en lo posible, no muy tarde.
El plantel, en general, lo recibió de buena manera. Es respetado, querido; pero no más que Francescoli, claro. Se sonríe con todos y a veces es blanco fácil de las bromas de Burgos y de Hernán Díaz.
Claro que el tiempo -y los goles- dieron vuelta la historia. El chileno se mostró en el horizonte como un figura desafiante e idolatrada. Lejos de las canchas, compró a multitudes. Y, hoy, Salas camina los pasillos con otros aires. Es cierto. Aunque al menos, por ahora, todavía saluda a Ramón Díaz...
Un embajador, como Neruda
Marcelo Simonetti U. (*)
Si el fervor del pueblo -y no tan sólo del pueblo- pudiese traducirse en monumentos, lo más probable es que Santiago y otras ciudades se harían intransitables por tanta efigie, rodilla en tierra e índice al cielo, levantado a diestro y siniestro. Si aquellos que ansían tocar a Marcelo Salas o estrechar su mano, en el mejor de los casos, se decidieran a formar una cadena, ésta uniría Chile de punta a cabo. Es que el fenómeno Salas ha pasado la frontera de lo estrictamente futbolístico y se ha encarnado en una realidad que no es, necesariamente, el paradigma del éxito.
Salas es a Chile, si se me permite la imagen, lo que en algún momento fue Garrincha para Brasil, con las distancias que puede haber entre un hombre carismático hasta las entrañas -como lo fue Manuel Francisco Dos Santos- y otro que ha preferido el camino de la sobriedad y el rigor. Del mismo modo que el ariete brasileño, Salas embruja, seduce y hace de un partido de fútbol un espectáculo en su sentido más puro, aunque él aparezca sólo de a ratos, a ráfagas, como lo hizo en Wembley hace un par de días.
Obliga a excesos, a tropicalismos inclusive, porque no es común, al menos en el terreno deportivo, que un chileno llegue a las alturas por las que hoy Salas parece pasearse como un turista en el Caribe. Los medios de comunicación no han hecho oídos sordos y promueven, con fruición, todo lo que tenga que ver con Salas: declaraciones, imágenes, amigos y parentela. Es, sin duda, el personaje más popular del país, aun cuando trata de mantenerse en las sombras, lejos de las luces y los micrófonos.
A Salas se le adora, aunque él, muchas veces, no se haga querer. Atrae a las jovencitas. Lo piden en los estelares. Y no hay quien pueda discutir que está tocado por una varita mágica. Se le reconoce una condición de embajador, como Neruda y la Mistral en las letras o Matta en la pintura.
Los niños quieren ser como él, y los que dejaron de ser niños inventan historias y recuerdan tardes lejanas en las que alguna vez marcaron un gol parecido al que Salas convirtió en Núñez ante Nacional, de Medellín.
En la cancha ha conquistado a aquellos que lo consideraban un pelmazo y, en alguna medida, le ha dado otro sentido al fútbol. Al menos, al que estábamos acostumbrados a ver de nuestros futbolistas. Se le ve como un profesional ciento por ciento y, aunque no se esperan de él discursos que sobrecojan el alma, se le agradece aquello que hace con la pecosa, como diría Galeano.
Con eso basta.
(*) Redactor de la sección Deportes del diario El Mercurio, de Santiago, Chile
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