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Navegante solitario
El argentino Rodrigo Cella es el único latinoamericano que participó en la regata Mini Transat desde su origen, en 1977.
Ráfagas de plena lucidez, entre desordenados e insuficientes descansos. Instantes de reposo maltrecho, incapaces de mitigar un cansancio cruel e impiadoso. Vientos desalmados que borrarían la vida, sin remordimiento, de un soplo. ¿ Cuál será la razón entonces, en estos tiempos en los que sólo tiene valor aquello que es rentable, para que una persona arriesgue su pellejo sin recibir algo material a cambio? El argentino Rodrigo Cella, de 26 años, único latinoamericano que participó en la peligrosa regata en solitario Mini Transat, trató de responder: "Muchos dicen que estoy loco, pero el desafío de cruzar el océano Atlántico y las sensaciones que uno experimenta en el medio del mar no tienen precio, y son motivos suficientes para intentarlo".
El recorrido total de la Mini Transat es de 4000 millas náuticas (más de 7000 kilómetros) y está compuesto por dos etapas. La primera, de 1300 millas náuticas, consiste en unir el puerto de Brest, en el extremo oriental de Francia, con las islas Canarias, España, tras haber atravesado el temible golfo de Vizcaya por las aguas del mar Cantábrico, donde la intensidad del viento puede alcanzar los 50 nudos (casi 100 km/h). Desde allí se larga la segunda etapa, cuya distancia es de 2700 millas náuticas y la llegada se encuentra en la isla Martinica, colonia francesa perteneciente a la cadena de las Antillas Menores, del otro lado del océano Atlántico.
La rutina que deben cumplir a diario los participantes es agotadora. "Timoneaba desde las 6 hasta el mediodía -comentó Cella-. Comía algo, bebía mucha agua y, en caso de que el camino estuviera despejado de barcos mercantes, dormía una siesta de dos horas. Luego, me levantaba y seguía despierto hasta las 2 de la madrugada, escuchando radios francesas, españolas o portuguesas. Dormía otro rato y después reanudaba el mismo operativo de todos los días. Llegué a pesar siete kilogramos menos."
En 1995, Cella corrió por primera vez en la Mini Transat, en la que jamás el total de la flota que inició la travesía logró cruzar la meta. "En aquella ocasión -reconoció-, abandoné por inconvenientes con la embarcación que diseñó mi padre, y debido a la falta de preparación y experiencia".
El último año realizó su segundo intento, pero tampoco pudo culminar el trayecto: "Esta vez, la nave no tuvo ningún problema. Después de ocho días de navegación, cuando faltaban 500 millas para completar el primer tramo, me quedé dormido y sufrí una intoxicación con el grupo electrógeno del barco, de la que no pude recuperarme", se lamentó.
"Algún día se dará. Lo que sucede es que me tomaría unos tres años llegar al nivel del resto, que invierte más dinero y menos sacrificio", sentenció Cella, mientras desplegaba sobre su escritorio, cubierto de planos, reglas y escuadras, la cartografía que utilizó durante el camino. Las consecuencias de esta carrera son tan graves como la tozudez de sus aficionados, muchos de los cuales, a diferencia de Cella, cuentan con un presupuesto de 100.000 dólares. Tanto es así que en 1995 no se disputó la primera parte de la ruta, porque los vientos de 60 nudos provocaron un muerto. Sin embargo, sí se llevó a cabo la siguiente y, además, en un tiempo récord.
Al regresar de un viaje semejante, las superficiales preocupaciones que gobiernan la vida pierden importancia y ya no insumen preciosa energía. "Se adopta una nueva filosofía -afirmó Cella-, porque uno se permite reflexionar sobre distintos aspectos que en otras circunstancias no se cuestionaría. Las cosas se toman de otra manera. Cuando se recuerdan aquellas noches entre el mar y las estrellas, uno dice: soy una hormiga atómica."
Desde aquel 1977, en que el nefasto estreno de la Mini Transat se cobró la primera víctima, los osados navegantes vuelven a Francia cada dos años en busca de un sueño, a pesar de que los estrictos controles de seguridad que realizan las autoridades no son capaces de impedir las fatalidades del destino, provocadas por las negligencias que el cansancio despierta y por la brutalidad desinteresada de la naturaleza.
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