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Naturalizar la barbarie, otro eslabón de una sociedad insensible
Aquellos eran claramente otros tiempos, con los primeros esbozos de un internet primitivo y una telefonía móvil incómoda e impráctica por el tamaño de los celulares. Pero ya había algunas señales alarmantes. Hace casi 23 años, una situación patética nos paralizó. Fue el sábado 30 de abril del 94. River acababa de ganarle a Boca en la Bombonera por 2-0, y cuando una parte de la hinchada millonaria se retiraba en un camión fue emboscada en la intersección de Huergo y Brasil por una facción de La 12 liderada por José Barritta, “El Abuelo”. Hubo cerca de 30 disparos sobre el vehículo. Ángel Delgado tenía 25 años y Walter Vallejos 19. Ambos, como tantos otros, fueron a presenciar un partido de fútbol en una cancha argentina y jamás volvieron a sus hogares. De pronto, un móvil de TV frena a un simpatizante xeneize en medio del estupor por la noticia del ataque y los muertos. Le preguntan su opinión del hecho y responde impunemente: “Salimos 2 a 2. Fue empate”.
Más de dos décadas después, también en abril y en otro clásico, cordobés en este caso, las imágenes lastiman mucho más que aquella frase que ya evidenciaba que algo olía a podrido en la sociedad argentina y que sigue teniendo en el fútbol a uno de sus caldos de cultivo. Es verdad: en la muerte de Emanuel Balbo hay antecedentes que no tienen que ver con cruces directos de barras en un estadio, sino un hecho delictivo previo, amenazas y un desenlace estremecedor, ahora con dos hermanos fallecidos. En cinco años, un dolor incomensurable para la familia Balbo.
Paralelamente, hay un dolor que supera los límites de credulidad y cada vez más visible. Tiene que ver con la naturalización de la barbarie. Mueren futbolistas que chocan contra paredones en canchas con condiciones de seguridad precarias; se habla entonces de medidas precautorias, de colchonetas, y en rigor no hubo ni hay más tragedias por obra exclusiva del destino. De atacar el problema de fondo, ni hablar. El fútbol sigue. Sólo se detiene por manotazos gremiales espasmódicos. Y apenas surgen discursos efectistas, como endurecer las penas. ¿Se aplican? Los que van presos son muy pocos. Algo que también se ha naturalizado. Trístemente.
Hinchas de Belgrano se autoconvocan en una marcha por la muerte de Balbo. ¿Habrán participado algunos de los que miraban desde una suerte de VIP cómo el hincha huía desesperado, antes de saltar la baranda y ser empujado al vacío? ¿O los que, poco más tarde, se daban vuelta, alentaban al Pirata en el segundo tiempo del clásico con la T y sobre el final festejaban el empate de Farré, casi sin recordar que escalinatas abajo hubo un muerto potencial derivado de la insensatez?
Horrenda realidad
A Balbo lo corrieron, y golpearon, desde lo alto de la tribuna. Le pegaron duro, pero no fue suficiente. Los desaforados empezaron a gritar “es de Talleres”. Raúl, el papá, aclaró que Emanuel era bien celeste. Pero si hubiese sido de Talleres, ¿qué? ¿Lo matamos? ¿Lo invitamos a que se tire desde 3 metros, sufriendo heridas mortales? Sí. Horrenda realidad.
En un clásico sin hinchas visitantes, un hecho con antecedentes trágicos terminó con un nuevo episodio lúgubre, calificado como “homicidio agravado”. Le pegan a Balbo y hay miles de hinchas de Belgrano que no se apiadan, que no arman un escudo humano, que no le forman un simple corredor para que se escape. Todo eso era mucho más útil que una marcha recordándonos que a los 22 años es otra vida arrebatada por el absurdo. Lo miran tirarse. Uno se toma la cabeza. Los agresores huyen hacia arriba, a esconderse entre la multitud. Son los falsos guapos devenidos en asesinos. La insensibilidad del resto completa la escena. ¡Si, cuentan, hasta le siguieron pegando ya inconsciente y le robaron las zapatillas! En esas imágenes eternas no se advierte intervención policial. Otra ausencia naturalizada.
Cuando Claudio Tapia, a días de asumir la presidencia de la AFA, dijo que se ponía manos a la obra para que “la familia volviese a la cancha”, que “tenía un plan para llevar a cabo antes de fin de año”, no ignoraba la interna de las barrabravas: hace mucho tiempo es dirigente, presidente de un club y conoce a la perfección el ambiente. ¿Para qué prometer utopías? La única familia que puede ir a la cancha en nuestro país, hoy por hoy, es la que va a ver a la selección. Otra cultura, otro sistema de concurrencia. ¿Aburrida? ¿Le falta folclore? Quizá, pero no tiene muertos y los que asisten se reencuentran con la familia horas más tarde. Es lo que no pudieron lograr Balbo, Vallejos ni Delgado. O Roberto Basile, el hincha de Racing que en agosto de 1983 fue a la Bombonera y de pronto vio venir un fogonazo desde la bandeja de enfrente. Una bengala se le incrustó en el cuello.
Son muchas décadas sin soluciones y muerte tras muerte. Todo se naturalizó. Se desnaturalizó y es parte de nuestras costumbres argentinas.
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