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Río 2016. El otro Federico Grabich, el que pelea con "las chicas" del aquagym por la temperatura del agua
El nadador santafecino no logró cumplir sus objetivos en los Juegos Olímpicos; detrás de su presente en la pileta sobresale una manera muy particular de entrenarse
RÍO DE JANEIRO.- Hay un Federico Grabich que ahora piensa en Tokio para no pensar más en Río. Uno que razona argumentos para entender por qué no pudo pasar el filtro de las mañanas, cuando se definen las clasificaciones para las semifinales en las competencias de natación en los Juegos Olímpicos. Uno que no pone excusas porque no las siente, no las quiere, no las cree. Pero también hay otro, más anónimo y casero, que llegó hasta aquí nadando en aguas calientes. Demasiado calientes. Una historia que ahora, cuando la frustración se posa sobre él, vale la pena recordar.
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Brazada a brazada, en esa pileta, fue conquistando segundos y después milésimas. Le ganó al tiempo y con el pasar de los años, Federico Grabich llegó al fabuloso número de 48s11/100, con el que obtuvo la medalla de oro de los Juegos Panamericanos de Toronto. En esa misma piscina del Club Alumni, en Casilda, fue puliendo su técnica, depuradísima por cierto, y objeto de elogios de todos los especialistas. Es cierto que su paso por Barcelona en 2013 también fue importantísimo para que madurara como nadador. Londres 2012 había sido un golpe muy fuerte para él. Su rendimiento no fue el esperado. Pero fue en esa pileta de 25 metros, cubierta por una carpa blanca, donde junto a su entrenadora Mónica Gherardi, Grabich lleva a cabo parte del trabajo fundamental de su preparación. Cuando es necesario, y cada vez lo hace más, se entrenan en una piscina de 50 metros, en Rosario, a unos 50 kilómetros de Casilda.
Pero en el Club Alumni, ese en donde Jorge Sampaoli y otros forjaron sus primeras armas, el medallista de bronce del Mundial de Kazan 2015 supo atesorar los secretos de sus excelentes marcas. Luego, al refinamiento técnico que aportó Gherardi se sumó el valor de la palabra y la metodología de Bil Sweetenham, el coach que tiene en su haber nueve récords mundiales entre sus dirigidos. El Club Alumni conoce los pergaminos de Grabich. Por eso exhibe su rostro en la pared de ingreso del club. También está dibujado en esa misma pared, la figura de Sampaoli, el gran ídolo, y de otros futbolistas como Damián Musto. Y a pesar de que todos hablan maravillas de él, tiene un curioso enemigo en la pileta del club: las “chicas” de acquagym. Ellas necesitan que la temperatura de la pileta climatizada esté elevada para padecer lo menos posible el frío, además de otras virtudes como paliar los dolores del reuma. Grabich, por el contrario, precisa que el agua de la pileta esté al menos unos tres grados por debajo de los 31° o los 32° que alcanza a veces.
En las piscinas donde nada en los torneos, la temperatura suele ser de unos 27°.
Coquetas y risueñas, las cuatro señoras se cambian en el vestuario, se ponen el traje de baño y los gorros, y rápidamente se zambullen en la pileta antes de sentir los helados vientos del Casilda otoñal. Ahí las esperará la instructora, lista para acompañarlas en la rutina. No quieren saber nada de hablar de “el chico de Grabich”-como en los pueblos se suele referir al “hijo de”- a quien acusan de “bajarle” la temperatura al agua. La negociación no es sencilla, por no decir imposible, para los otros nadadores amateurs que también necesitan aguas más frías. Las cuatro señoras, a las que en el club algunos las llaman “las chicas” del acquagym, son socias y tiene sus razones cuando se molestan porque se baja un par de grados la temperatura de la piscina. Es una acción que precisamente le sirve a Grabich para trabajar sin la deshidratación que le puede causar esas “aguas termanales”, como las denominan en broma otros concurrentes de la entidad.
“La pileta de Casilda es buena, pero este año se me hizo imposible por la temperatura del agua. La subieron tanto que hasta las señoras que van a hacer aquagym no aguantaban el calor. Mucho no le interesaba al club que yo entrenara ahí o que tuviera una buena condición”, le dijo Grabich el año pasado a LA NACION. Y si bien la situación, curiosa por cierto, pudo mejorar un poco después de esas declaraciones, la pulseada continúa. El cobijo de entrenarse en su pueblo, cerca de su familia, le rindió buenos frutos al nadador de Casilda, especialmente en 2015. Más allá de que ahora mastique bronca por su rendimiento en Río de Janeiro 2016.
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