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Natación: David Popovici, el nadador de 17 años que quebró un récord mundial que parecía imbatible
El rumano batió la marca del brasileño César Cielo en los 100 metros estilo libre, vigente desde 2009
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Caeleb Dressel era el nadador más rápido del mundo en malla textil. Era el campeón mundial. Era el campeón olímpico. Era, naturalmente, tratándose de un gran velocista, de Estados Unidos. Con 25 años, estaba en su apogeo cuando el pasado 21 de junio en el Mundial de Budapest decidió retirarse de la competencia alegando “razones médicas” nunca especificadas, justo después de constatar que disputaría la final de 100 metros libre con un flaco de pómulos salientes y mirada brillante que con solo 17 años había hecho los dos largos de su semifinal en 47,60 segundos. Se llamaba David Popovici.
Si Dressel no huyó ante la visión de un futuro inhóspito, lo pareció mucho. Razones no le faltaron. El futuro del nado libre pertenecía a ese joven de 1,90 metros de estatura, tan inesperado por su extraño origen rumano como previsible en su progresión. Este sábado en la piscina del Foro Itálico, sede los campeonatos de Europa de Natación, Popovici confirmó la trayectoria devastadora que anuncian sus marcas desde que tenía 13 años. Desde que Ian Thorpe se convirtió en el campeón mundial más prematuro de todos los tiempos en 1998, con 15 años, no surgía un nadador de estilo libre más autoritario. El muchacho, que lleva toda la vida entrenándose en un club de Bucarest, lejos de las principales corrientes de la natación de élite, destrozó en 46,86 segundos el récord mundial de César Cielo, el más enquistado en la memoria infausta de la era de los trajes de baño flotantes de poliuretano.
La histórica carrera de Popovici en Roma
— Media Sports (@MediaNSport) August 13, 2022
Exactamente un siglo después de que Johnny Weissmüller batiera su primer récord mundial de 100 metros, el destino reservó un círculo perfectamente irónico a Popovici, que se convirtió en el hombre más joven en batir un récord en la prueba más legendaria de la natación. La localización no pudo tener mayor carga simbólica. Fue la piscina del Foro Itálico, bajo los viejos pinos, el mismo escenario en que se estableció el récord precedente, 13 años atrás. Fue en la final de los Mundiales de Roma, el 30 de julio de 2009, cuando embutido en un traje de baño de goma que le ayudaba a deslizarse por la superficie empleando toda su fuerza en ir hacia adelante, porque ya de sostenerle arriba se ocupaba la tecnología, cuando César Cielo tocó la última pared y gritó victorioso, para gloria de Brasil y de Arena, el fabricante de mallas. Su marca, 46,91 segundos, acababa de nacer y ya parecía grabada en piedra. El hombre que la rompiera debería nadar como si llevara incorporado un artefacto flotador de última generación.
Prohibidos los trajes de baño impermeables en 2010, la natación alumbró una nueva era, más sobria, menos espectacular. Armados de una bermuda de tela por donde el agua fluía sin freno, Caeleb Dressel y los australianos Kyle Chalmers y Cameron McEvoy intentaron sin éxito aproximarse al territorio inhumano de Cielo. Solo Dressel bajó de 47 segundos, en los Mundiales de 2019. Sus 46,96 segundos se convirtieron en un hito y un rayo de esperanza para los peregrinos que avanzaban hacia la cumbre helada que habitó Cielo.
El lado salvaje
Popovici tenía cuatro años en los Mundiales de 2009. Carecía de memoria y de complejos. No se sintió inferior por ir con el pecho desnudo, apenas cubierta la entrepierna por una bermuda de tela, luciendo ante la multitud su pecho de insinuante esternón. Desafiado por el húngaro Kristof Milak, el mejor mariposista que existe transformado ahora en librista, debió encontrar un aliciente. “Los 100 metros sacan tu lado salvaje”, dijo, tras ganar el oro en Budapest, hace un mes. Milak, que nadaba a su izquierda, lo empujó al terreno de la adrenalina.
Milak salió primero. El francés Maxime Grousset mandó en la prueba durante el viraje, en 22,72 segundos. Popovici tocó la primera pared en segunda posición, a sesenta centésimas por encima del tiempo parcial de Cielo en 2009. Su regreso sería inaudito. Popovici avanzó como un cuchillo en el agua. Sin ofrecer resistencia. Sin ofrecer superficie de rozamiento, rotando el tronco y clavando las manos en equilibrio perfecto. A falta de 40 metros ya traspasaba el umbral del ritmo de récord del mundo. Sus 46,86 constituyen una de las mayores hazañas de la historia del deporte. Una señal ominosa para Estados Unidos y Australia, grandes potencias del nado libre, camino a los Juegos Olímpicos de París de 2024.
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