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Michael Phelps: el monstruo que odiaba perder, se sacrificó para ser el mejor y quiere que rompan sus récords
"Cuando era chico no tenía miedo de soñar, y si hay alguien con esa ambición, me va a superar", dijo el hombre que ganó 23 oros olímpicos, en su visita a la Argentina; una historia que comenzó con la idea de lograr una medalla y se transformó en leyenda
Se estira sobre un escenario, junto con otros deportistas, entre ellos Luciana Aymar, e invitados especiales. Resopla. Sonríe como en aquellos tiempos en los que cumplía con un hábito: colgarse una medalla olímpica. Hace una flexión, se sostiene con un brazo y con la otra mano mata un mosquito. Los bosques de Palermo no perdonan ni a las leyendas.
Detrás de las vallas, un grupo reducido de público lo sigue detenidamente. Es cierto: no está en la piscina, como todos hubieran deseado verlo. Pero es él, el deportista olímpico más grande de la historia. Michael Phelps, con 32 años, ya retirado. Esposo de Nicole, la mujer a la que le debe todo por haberlo sostenido en los tiempos más duros de su cercanía con las drogas y de haber pensado en más de una ocasión que ya no tenía sentido vivir. Padre de Boomer, de un año y medio, hoy con pelo ensortijado y menos mofletón que el bebe que sacudía las redes sociales en Río 2016. “Pronto seremos 4”, anuncia en su contacto con los medios el ganador de 28 medallas en 5 Juegos, 23 de ellas doradas. Casi 80 en total si se contabilizan otros torneos.
Convocado por la empresa Under Armour, de la que es embajador deportivo, pisó por primera vez nuestro país. Un tesoro para el deporte argentino haberlo tenido aquí. Seguramente merecía un agasajo muchísimo más pomposo. Phelps es una leyenda. Hace casi 16 meses le puso fin a su carrera. De la manera soñada. Cuando se preparó para ese final, lo hizo a conciencia. Con el uso de sus habilidades, claro, pero también con el servicio de la tecnología. El Comité Olímpico de Estados Unidos puso a su disposición a los especialistas en innovación. Se midieron sus entrenamientos, sus horas de descanso, la alimentación. Todo monitoreado. No se podía entrenar igual a los 31 que a los 20. ¿El resultado? Ganó 6 medallas, 5 doradas. ¡Colosal!
“Ese regreso en Río fue porque todavía tenía mucho por hacer. No hubo mejor forma para retirarme que esa. Quizá me hubiera gustado hacer un récord o ganar los 100 metros mariposa, pero soy feliz”, cuenta. Sin olvidar al hombre que lo acompañó durante sus 17 años en la natación: Bob Bowman. “Me enseñó a visualizar los objetivos y me preparó mentalmente para cualquier cosa que pudiera pasar, incluso cómo reaccionar si se rompía mi gorro o mi traje. Hoy me parece raro verlo entrenando a otros chicos (risas). Pero está todo bien: ya no extraño competir”.
Mientras habla de Boomer y se le ilumina el rostro, dice que no lo va a influenciar. “Le enseñaré a que se sienta seguro en el agua. Después, él va a elegir. Si quiere ser nadador, genial. Yo sólo quiero que sea feliz”, aclara. Y vuelve sobre su propia película, de cómo procesó los éxitos. “Cuando nadaba era todo ya ya ya y no tenía margen para procesar lo que estaba viviendo. Ahora empiezo a entender un poco mejor lo que fue mi carrera. ¡Y veo que fue increíble!”.
Confiesa qué lo diferenció de otros. “Quería destacarme en todas las competiciones, sea cual fuere. Y odiaba perder. Busqué hacer siempre lo mejor. Eso me permitió destacarme después en las carreras más importantes”. Y no se siente inmortal en cuanto a sus récords. “¿Si alguien podrá superar la marca de 23 oros olímpicos? Todo es posible. Cuando era chico no tenía miedo de soñar, de intentar. Ojalá que batan mis récords. Yo quería ser el primer Michael Phelps. Si hay un chico con una ambición similar, lo va a lograr”.
–¿Te sentiste un adolescente y un veinteañero normal?
–Sí. Me sacrifiqué de chiquito porque deseaba ser el mejor. Y valió la pena. Tiene que ver con cuánto querés algo. Me sigo viendo como un ser humano normal.
–Practicaron diferentes deportes, pero en la misma época. Ganaste más medallas, pero ¿quién fue mejor: Phelps o Usain Bolt?
–¡Ni idea! Hice todo lo que quería en mi vida. Este viaje comenzó con la idea de ganar una medalla olímpica. Miro hacia atrás y estoy contento de cómo salió todo. No cambiaría nada.
–Cómo te ves dentro de 20 años?
–¿Veinte años? ¡Falta muuuucho! Hoy me siento muy bien, por ejemplo, con mi fundación, con las charlas sobre salud mental. Quiero que se hable más de esto, ayudar a la gente. Tuve depresión 4 o 5 veces, así que sé lo que es. Me toca en el fondo de mi corazón. Soy afortunado de levantarme todos los días y poder decir “amo lo que hago”.
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