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Micaela Mira, la nadadora de la selección adaptada de Río Negro que quiere cruzar el Nahuel Huapi
Antes de cumplir cinco años ya había atravesado nueve cirugías por una grave patología que trajo de nacimiento; un relato de prejuicios, dolor y muchos sueños a sus 22 años
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Micaela siente ansiedad, incertidumbre y expectativas. Una mezcla de emociones. Ingresa al club un tanto atolondrada. En la puerta hay tres personas, apurada y nerviosa, choca a uno de ellos. Pide disculpas y va hacia el vestuario para cambiarse: malla, antiparras, gorro. Hace algunos minutos recibió una llamada telefónica de Nacho Acuña, su profesor de natación: “Están en el club el director de Deporte Adaptado Javier Leiría, el secretario de Deportes y un entrenador. Vení a probar, a ver qué te parece”.
La joven sale del vestuario y advierte que la persona que se chocó en la entrada es el mismísimo Leiría. Siente un poco de pudor, se ríe y se tira en la pileta del club Pehuenes de Bariloche. La misma pileta en la que empezó a nadar cuando tenía cuatro años. La prueba tiene un objetivo: evaluar las condiciones deportivas de Micaela para ver si ingresa a la selección provincial de natación adaptada de Río Negro.
El director de Deporte Adaptado le pide que nade los cuatro estilos. “Quiero ver cómo haces vos, cómo son tus tiempos”, le indica. Mica nada con tranquilidad, disfruta del contacto con el agua. En la intimidad sabe que está por dar un salto. El paso de la natación como actividad para la rehabilitación de su cuadro clínico a practicar un deporte con el método y el rigor de un entrenamiento.
Es el año 2021, ella tiene 21, estudia profesorado de inglés, se mudó hace muy poco tiempo para vivir sola, tiene novio y en Argentina empiezan a aparecer algunas ventanas de socialización que la pandemia de la Covid-19 habían cerrado. Entre brazada y brazada sabe que su vida está a punto de cambiar.
Micaela Mira nació el 30 de diciembre de 1999 en Buenos Aires, veinte días después de la asunción de Fernando De la Rúa como presidente argentino luego del triunfo de la Alianza con el 48,7% de los votos contra el 38,0% del binomio peronista Eduardo Duhalde-Palito Ortega. En el mundo se hablaba un eventual caos que podía generar el efecto Y2K el primer día del nuevo siglo. El temor obedecía a un supuesto error en los sistemas informáticos globales por la omisión de los programadores en la centuria del año para el almacenamiento de fechas. Nada de eso ocurrió.
Mientras tanto, Fabián, el muchacho de 19 que cursaba la carrera de oficial de la Marina Mercante y Soledad, la joven de 18 y estudiante de sociología no estaban pendientes de nada de eso. Solo pensaban en el nacimiento de Mica.
“Cuando nos enteramos que Mica venía con una patología tan severa, las indicaciones fueron kinesiología y natación de por vida como tratamientos de rehabilitación”, recuerda Soledad, su mamá. “El diagnóstico fue muy temprano, gracias a Dios”, agrega. Transcurridas las primeras semanas de embarazo, un grupo de médicos se había reunido para comunicarle a la joven pareja de qué se trataba el mielomeningocele, el defecto del tubo neural en el cual los huesos de la columna no se forman totalmente. Esto provoca un conducto raquídeo incompleto. La médula espinal y las meninges sobresalen de la espalda.
“Yo salí del sanatorio y le dije a mi suegra: ‘Tengo una mala noticia y una buena noticia. ¿Cuál te digo primero?”. La futura abuela pidió que primeramente le contara la buena.
–Es nena.
–¿Y cuál es la mala?
–La mala es que está enferma.
El grupo de médicos había evaluado la posibilidad de un aborto terapéutico. “Nos explicaron todo. Que tenga un retraso madurativo, que no camine o que se muriera al nacer eran tres posibilidades. Al salir del sanatorio fuimos con Fabi a un bar a tomar una decisión”, recuerda Soledad.
Luego de comer, Soledad fue hasta el baño. Cuando regresó, Fabián la tomó de la mano, la miró a los ojos y le dijo: “Es nuestra”.
“Así fue como seguimos adelante, fue una experiencia maravillosa, eso nos unió. Si bien tuvimos situaciones de mucha angustia, a todo lo que nos enfrentábamos nos ponía siempre en un lugar mejor”, repasa Soledad. La pequeña Mica afrontó nueve cirugías hasta los cinco años de vida. Soledad cree que haber afrontado esa etapa con tanta juventud los llevó a encarar la vida con alegría. Y lo grafica con un recuerdo: “Una vez, la operaron en el hospital Austral y jugábamos carreras con la silla de ruedas de Mica. Corríamos por los pasillos del sanatorio”.
Y agrega: “Nos íbamos de vacaciones y caía siempre internada por problemas urológicos, sus riñones fueron su talón de Aquiles. Conocimos todos los sanatorios de los destinos turísticos: Mar de Plata, distintas ciudades de la Patagonia. Pero también veíamos que luego de cada cirugía ella estaba mucho mejor”, dice la mamá de Mica.
Micaela no recuerda sus inicios en el agua porque era un bebé de tres meses cuando ingresó por primera vez a la pileta del club Lanús, antes de la mudanza a Bariloche. Pero sí aparecen algunos retazos de memoria de ella en el agua y acompañada por Fabián y Soledad. “Ellos me llevaban siempre a la pileta y se quedaban conmigo en el agua. Cuando llegué a Bariloche empecé a ir por mi cuenta al club Pehuenes” .
“Yo estaba fascinada con Bariloche. Había mucha locura en Buenos Aires y de repente ver la tranquilidad de acá era otra cosa. En el club hay tres piletas, una grande, una mediana y una chiquita. Cuando empecé natación yo siempre le pedía a mi profesor nadar en la mediana. Empezaba en la mediana, pero después me llevaba a la grande. Íbamos de la mano, hasta que me acostumbré”, recuerda Mica.
Soledad cree que tomar la decisión de mudarse a la ciudad patagónica fue clave. “Si bien es una sociedad cerrada, bastante elitista —sobre todo los antiguos pobladores— siempre hubo una mirada muy interesante sobre la inclusión y el trabajo con el otro. Siempre con mucho respeto y amor”.
Cuando fueron por primera vez al club conocieron a los profesores quienes orientaron a la familia sobre qué tipo de práctica deportiva podía realizar Mica. Entre ellos estaba Nacho Acuña, que continúa siendo su entrenador de natación. Pehuenes se convirtió en una especie de extensión familiar. “A nosotros nos gusta mucho el deporte, mi marido es muy de montaña y yo soy mucho de la vida de club. También nado, hago gimnasia, juego al tenis. Mica se empezó a sentir querida, respetada y valorada por sus pares. Y se empezó a dar una sinergia. Fueron múltiples factores los que la llevaron a sentirse reconocida tanto en la pileta como en el club”, dice Soledad.
Micaela suele salir muy tarde de entrenar y siempre encuentra alguien que la acerque a su casa. Ella pudo generar una rutina y una red social que la sostuvo y que le permitió avanzar en el deporte. “Y ahora, que pertenece a la selección provincial de Río Negro, pudo encontrarse también con diferentes realidades de otras provincias”, agrega la madre.
La madre de la nadadora repasa las diferentes etapas de su vida. Recuerda que los primeros años no fueron fáciles, tampoco la motivación, ya que considera que la natación es un deporte bastante solitario. Pero a medida que Mica fue creciendo, fue encontrándose con ella misma adentro del agua. También comenzó a trabajar qué ocurre con la mirada del otro. Durante su niñez le incomodaba el momento cuando salía del agua. Allí la observaban cómo caminaba o de vez en cuando algún niño le pregunta qué es lo que le pasaba. “A esas cosas ella les huía, el momento en que iba al vestuario y tenía que cambiarse”, dice Soledad. Las diferencias estaban mucho más allá del agua.
–¿Sentiste que te discriminaran alguna vez?
–De chiquita me importaba mucho ‘lo que van a decir de mí’. Tenía mucho peso en mi persona. Cuando fui creciendo, dejé de darle importancia. No me afecta, ni nada por el estilo. Como yo uso valvas (ortopédicas) algunas nenas más chiquitas me preguntaban: ‘¿Por qué tenés eso? ¿Qué te pasó?’. Yo uso las valvas para mantenerme derecha, son zapatos ortopédicos. Ahora me lo tomo a chiste. No hay por qué esconderlo, ni nada.
Soledad dice que no lo dice por ser su madre. “Es una piba que tiene grandes aspiraciones, hoy, con sus 22 años, jamás se sintió limitada. No tuvo en la cabeza ‘esto no puedo’”. Micaela probó esquiar, jugar el vóley, andar en bicicleta, siempre manteniendo todos los recaudos. “Hoy por hoy es ella misma quien afronta los desafíos que la vida le da”, agrega.
Cuando Nacho, el profesor de natación le sugirió a Soledad que Micaela podía nadar en aguas abiertas, la madre, no creyó en la propuesta.
–¿Estás loco? ¿La querés llevar al lago a nadar con traje?
–Esto es un hábito y se logra con sacrificio.
“Esa tranquilidad y esa empatía del profe también la tuvo su kinesióloga Adriana. Ella y su equipo son propulsores de todo esto. No digo que en Buenos Aires no lo hubiéramos logrado, pero aquí se dio de forma muy sencilla. Lo mismo en la escuela, todo muy integrador, muy empático”, dice Soledad. “Todo eso llevó a Mica a poder enfrentar las situaciones teniendo en cuenta su limitación, pero explotándolas al máximo”, agrega.
Mica dice que es hermoso nadar en medio del paisaje, con las montañas, pero “cuando está picado es complicado”. “Tenemos libertad, pero también conocemos nuestros límites.
–¿Cual sentís que son tus limitaciones a la hora de hacer un deporte de alto rendimiento?
–Me pasé de frío en Lago Puelo. No tengo mucha fuerza en las piernas y es el lugar en donde más me entra el frío. No vale la pena encapricharme en terminar la prueba. Conozco cuando sí puedo darle para adelante y hasta donde.
A la fecha, todas las pruebas que realizó en representación de la selección provincial de Río Negro fueron en aguas abiertas. En la prueba de Allen obtuvo el segundo puesto. Entrena en invierno, va a la pileta mientras afuera nieva. Sueña con nadar en el Nahuel Huapi, en las aguas de deshielo y espera el inicio de la próxima temporada. Su profesor le suele decir que no diga que tiene frío, que el frío es psicológico. Ella se ríe y sigue. Porque, a veces, los límites son más frágiles que su propia convicción.
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