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Eric Moussambani, el nadador olímpico que no podía terminar los 100 metros y conmovió para siempre al deporte mundial
Imagine por un instante estos cuadros de situación, con protagonistas de sexo indistinto. Un futbolista que convierte tres goles en contra en un mismo partido. Un tenista que no para de cometer doble faltas en un partido de ATP o WTA. Un golfista pegando drives a la calle o approaches a la laguna. Un rugbier incapaz de tener la pelota en sus manos. Un polista con dificultades para andar a caballo. Un boxeador que no pega y que tampoco esquiva los golpes rivales. ¿Y qué tal un nadador que se hunde en su intento de llegar al borde opuesto de la piscina? Sí, podríamos estar hablando de deportistas que extraviaron su hoja de ruta. Claramente. Sólo que uno de los casos citados es real.
Eric Moussambani tenía 22 años aquel tórrido enero del año 2000. Vivía en Malabo, la capital de Guinea Ecuatorial, uno de los países más pequeños de África central, con un territorio continental y cinco islas; Malabo, en rigor, se encuentra en la isla de Bioko, sobre el Golfo de Guinea, enfrente de Camerún. Con preferencias por el fútbol y el básquetbol, Eric ni imaginaba lo que sería su vida apenas 8 meses después. Ni el motivo, casi surrealista.
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Sus experiencias deportivas en el agua eran nulas. Tibios intentos de bracear en el mar o en los ríos, ayudado por pescadores lugareños, uno de ellos llamado Silvestre. Eric trataba primordialmente de no hundirse. Casi que su accionar sonaba más a una forma de refrescarse que a una cuestión competitiva. Hasta que un día de abril escuchó por radio una convocatoria extraña: el Comité Olímpico Nacional buscaba nadadores para ir a Sydney 2000. Y se presentó en un hotel de Malabo. "Estuve dos horas esperando. Absolutamente solo", contó risueñamente tiempo después.
¿Cómo era la situación? El Comité Olímpico Internacional otorgaba invitaciones especiales a las naciones menos desarrolladas para que enviaran atletas a ganar experiencia olímpica. Podían darse casos como estos: que los participantes fueran neófitos.
–¿Podés nadar en Sydney 2000?
–Sí.
–Sigue entrenando fuerte. Y prepará tu pasaporte y una foto que vas como representante en natación.
–Es que no tengo entrenador ni lugar para entrenarme.
–Bueno, ¡haz lo que puedas porque vas a los Juegos Olímpicos!
El diálogo con el dirigente del Comité Olímpico de Guinea Ecuatorial lo dejó intranquilo. En Malabo no había piscinas. Bueno, sí, una de 12 o 13 metros de largo, pero en un hotel. Una solución de emergencia. Muy de emergencia..."La piscina es para los huéspedes. Te podés entrenar de 5 a 6 de la mañana, tres veces por semana", le comunicaron. Y sí, era claro que Moussambani iba a hacer lo que pudiera. Su madre, Lucía, contaba: "No sé para qué va a esos Juegos. Cuando vuelve de los entrenamientos, siempre está con frío".
La emoción lo superaba. "Iba a viajar al exterior y a representar a mi país. No tenía ni idea qué eran los Juegos Olímpicos. El viaje duró como tres días. Ni recuerdo por cuántos países pasamos", confesó. Ni que hablar de su sorpresa cuando llegó a la Villa Olímpica, en Homebush Bay, cercana al Parque Olímpico. "Todo era inmenso, en especial, la pileta olímpica. ¡En mi vida había visto algo así!"
En Sydney 2000, la Argentina cosechó cuatro medallas (dos plateadas y dos de bronce) 7 siete diplomas. Los medallistas plateados fueron Carlos Espínola, en windsurf (segunda consecutiva) y las Leonas, que llegaron hasta la final y cayeron con Australia por 3-1. Los de bronce fueron Serena Amato, en la Clase Europa, y Javier Conte y Juan de la Fuente, en la 470, ambos de yachting.
La piscina de 50 metros de largo dejó perplejo a Moussambani, que en ese mismo instante empezó con su calvario de nervios. ¿Cómo haría para competir en los 100 metros sin defraudar en el intento? En la Villa Olímpica se cruzaba con rostros que le parecían conocidos, deportistas a los que había visto alguna vez por televisión. Allí, incluso, estaba un adolescente Ian Thorpe, el "Torpedo australiano", quien se transformaría en uno de los mejores nadadores de la historia. Pero él pasaba inadvertido. Observaba al resto.
Los turnos de práctica en el complejo natatorio de Sydney fueron su escuela de aprendizaje contrarreloj. Le tocaba compartir el horario con los estadounidenses, con figuras internacionales como Gary Hall Jr. o el inolvidable Jason Lezak. Los miraba, analizaba sus técnicas de lanzamiento al agua, la concentración previa, la forma cómo iban acelerando las brazadas, la frecuencia de patadas y de respiración. Pero algo lo turbaba especialmente: ¿cómo haría para dar esa vuelta casi acrobática en los 50 metros, el famoso viraje de crol? ¿Quién le explicaría eso?
"¿Eres nadador?", le preguntó un entrenador sudafricano. Al fin alguien que se preocupaba por él. Eric venció su timidez, le explicó cómo había llegado ahí en sólo tres meses, y ese coach fue su salvación. "Me enseñó todo. Me dio la técnica para sumergirme y empujar con los pies para salir con fuerza en la vuelta. Lo ensayé mucho con él. Si hasta me dio el traje de baño celeste que usé el día de la carrera", rememoró Moussambani. Estaba lejos de ser un competidor como los demás, pero al menos tenía mayores elementos de referencia sobre qué hacer el día... más temido.
Abanderado y ¡al agua!
El 15 de septiembre del 2000, Moussambani entró en el Estadio Olímpico de Sydney junto con otros 3 atletas de Guinea Ecuatorial (un hombre y dos mujeres). ¡Era el abanderado! No entendía nada y hasta se sorprendería con el tiempo que debió estar de pie hasta que la atleta Cathy Freeman, campeona australiana de los 400 metros, encendió el pebetero. Desfilaron 199 países y unos 10.500 atletas serían parte de los Juegos. Uno de ellos, él. ¡Una locura!
Cuando amaneció el martes 19, temblaba. Cumplió con sus rituales de desayuno, elongación, y se trasladó con la comitiva al natatorio. En los vestuarios todo era adrenalina. Muchos atletas en serio, de esos que se preparan toda la vida para una competencia así, trataban de controlar sus emociones. Moussambani estaba que explotaba, pero eran otros nervios. "La pileta me asustó desde el primer día. Mucha agua para mí. Fue un tormento". Lo llamaron para su serie, con otros dos ignotos nadadores: Karin Bare, de Nigeria, y Farkhod Oripov, de Tayikistán. Eran sólo tres participantes en esa serie. "El estadio estaba lleno de gente, eso me puso peor", admitió. Ni se imaginaba que finalmente correría... ¡solo!
Sus rivales tuvieron una partida en falso. La noche anterior, Eric había alquilado en la Villa unos videos sobre la historia olímpica. Y allí tomó nota de un detalle: que los jueces daban tres avisos antes de la largada, algo que ignoraba por completo. Por eso, se quedó clavado en su plataforma y evitó la descalificación. Acto seguido, ya no había más excusas. El andarivel 5 (el mejor) era suyo. Por primera vez se ponía las antiparras. ¡A nadar en los Juegos Olímpicos!
"Los primeros 50 metros creo que estuve bien, hice una buena actuación. El agua estaba muy limpia y era raro ver las cámaras ahí abajo. Concentré toda mi energía en darme aliento para llegar al final. En los segundos 50 metros estaba agotado. Si miran el video, no pude sentir mis piernas. Sentía que no iba a ir más lejos. Me estaba moviendo en un solo lugar. Pero sabía que el mundo entero me estaba observando: mi país, mi madre, mi hermana y mis amigos. No me preocupaba el tiempo. Todo lo que quería era terminar", explicó en una de sus múltiples entrevistas.
Es que ya después de los 40 metros empezó a mostrar dificultades. La vuelta fue casi en cámara lenta. Lo mismo que su braceo en los 50 metros finales. "Go, Go, Go", gritaba el público, y aplaudía. Nadie podía creer lo que estaba sucediendo. En las salas de prensa, la atención a los monitores era semejante a la que cabría esperar en una carrera de despedida de Michael Phelps. Todos dejaron de seguir lo que estuvieran viendo en ese momento. Y la pregunta era una sola: "¿Quién es ese nadador?".
"Este tipo... No va a lograrlo. Estoy convencido de que va a tener que agarrar la cuerda en algún momento. No llega", dijo en plena transmisión por la TV británica Adrian Moorhouse, medallista dorado de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988.
Pero Moussambani no se tomó de la cuerda y llegó en 1m52s72/100. ¡Un tiempo absurdo para los 100 metros libres! La peor marca de la historia. Para tener como parámetro, el holandés Pieter Van den Hoogenband, que ganó el oro, hizo 48s30/100 en la final. Todos saludaban a Eric. "Cuando toqué la pared, me dije: Oh, lo he hecho". Llegó a los vestuarios y ahora, extrañamente, parecía una eminencia. El local Michael Klim, figura de esos tiempos y al que Eric observaba con admiración, se le acercó y le tendió la mano "Y yo no tenía mi máquina de fotos", se lamentó. Lo mismo pasó con el gigante Thorpe, que además le dijo: "Congratulations, this is the Olympic Spirit".
Su vida ya no era la misma
Esa noche durmió apenas 4 horas. Se despertó y fue a desayunar. Algo había cambiado en su vida. "Era increíble, todos venían a saludarme. Se sacaban fotos conmigo, me aplaudían. El equipo alemán me llevó a cenar embarcado en la bahía de Sydney, una empresa (Speedo) me regaló trajes de baño especiales como los que usaban las figuras. El clima dentro de la Villa era especial y con el tiempo entendí qué era lo que había sucedido. Todos valoraron mi esfuerzo, aquel lema de los Juegos que hablaba de la importancia de competir. Hasta me vinieron a buscar de la sala de prensa: todos los medios querían hacerme notas, que les contara mi vida, quién era. La revista Time quería una exclusiva. ¡Yo ni sabía hablar en inglés! Algunos me elogiaban, otros se burlaban de mi. Salí por todos los canales de televisión. No había ganado una medalla, pero algo, evidentemente, había conseguido".
Ya estaba disparado el efecto Moussambani. Hasta le pusieron un apodo: anguila. Inclusive, una tarde quiso salir a conocer las playas cercanas de la bella Sydney, como Bondi Beach y Coggee Beach, que quedan a no más de 15 minutos de ómnibus de la majestuosa Opera Bay y del imponente Harbour Bridge. El anonimato ya no era tal: apenas pudo permanecer unos minutos antes de que los cazadores de autógrados y de fotos lo persiguieran como si fuese el astro ruso Alexander Popov, campeón olímpico de 50m y 100m en Atlanta 1996.
Es cierto que Moussambani estuvo lejos de brillar en esos Juegos donde Thorpe, por ejemplo, con apenas 17 años, obtuvo 3 oros y logró el récord mundial en los 400 metros libres. O conseguir también tres medallas doradas y dos de bronce como la velocista estadounidense Marion Jones. Pero en todo caso, con el transcurrir del tiempo, tampoco pasó papelones como la propia Jones, quien fue encontrada culpable de doping siete años después y resultó despojada de sus cinco medallas. El suceso de Eric estaba a resguardo de controles: era folklórico.
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El caso Moussambani tuvo tal repercusión que el Comité Olímpico Internacional se puso menos permeable a otorgar esas invitaciones especiales. Muchos países se quejaron de que hubo atletas con méritos reales que no pudieron clasificarse para Sydney y que "Eric, la anguila" desprestigió la competencia con su ridícula carrera. Es más, al día de hoy, cuando surge alguna actuación que se escapa de los parámetros normales, la imagen de Moussambani brota instantáneamente como comparación. Sucedió incluso en Rio 2016, con otro nadador algo rollizo y de registros nada olímpicos: el etíope Robel Kiros Habte, que completó la distancia en 1m4s95/100, el más lento de los 59 participantes. "En Etiopía todos corren y yo quería hacer algo distinto", dijo. Claro que ya no podría tener el impacto que alcanzó Eric.
Impulsado por el suceso mediático y por el orgullo de querer superarse, Moussambani evolucionó técnicamente como nadador. Se perfeccionó. Bajó sus registros de manera notoria y no tardó en recorrer esos mismos 100 metros en menos de un minuto. Adujo que su mejor tiempo fue de "55 segundos". Soñaba con Atenas 2004. "No pudo ser por un tema de visado, se perdieron las fotografías", le explicaron. Extraña situación. Algo parecido, también con burocracia en los trámites, lo sacó de juego para Pekín 2008, aunque ahí ya arrastraba también el lastre de la edad: 30 años pueden ser demasiados en algunas disciplinas. El deportista se combinó con el estudiante y hoy, además, es ingeniero informático.
Gracias a su gestión y a su relación con el dictador Teodoro Obiang, que ya era presidente de Guinea Ecuatorial cuando Moussambani compitió en Sydney 2000, hoy el país cuenta con dos piscinas de 50 metros para promover el deporte y evitar que los futuros atletas "se asusten" con las dimensiones oficiales de una gran competencia internacional. Eric, además, es el entrenador oficial del seleccionado de natación. "Trato de ayudar a los jóvenes que quieren ser buenos nadadores. Quiero animarles a nadar y a hacer deporte".
Aun así, desde Sydney 2000, Guinea Ecuatorial no ha vuelto a contar con nadadores en Juegos Olímpicos. Estaba previsto que llevara cuatro a Tokio 2020 (dos varones y dos mujeres) para competir en los 50 metros libres. Mientras tanto, Moussambani sólo guarda un lamento: "Me da bronca no haber podido competir en otros Juegos Olímpicos. Estoy seguro de que lo hubiera hecho mejor".
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