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Enriqueta Duarte, la primera latinoamericana en cruzar a nado el Canal de la Mancha
"Fue tan placentera esa competencia. Me acuerdo que venían corrientes frías, que te llevaban a nadar más rápido, y después las calentitas, que te reconfortaban lo suficiente y empujaban a bracear fuerte para llegar de nuevo a las frías. Fue tan lindo y lo hice en 13 horas y 26 minutos", recuerda Enriqueta Duarte a los 91 años.
Esas más de 13 horas de nado realizadas en 1951 por el Canal de la Mancha, fueron sin dudas uno de los hechos deportivos más importantes de su vida. Los 33,3 kilómetros que nadó para unir Francia e Inglaterra son su bastión. Esa competencia la convirtió en la primera mujer latinoamericana en cruzar a nado el complejo Canal de la Mancha y, además, a establecer el récord sudamericano por debajo de las 18 horas que el argentino Antonio Albertondo nadó un año antes. "Si hubiese competido el año anterior, seguro ganaba la prueba", confirma la ex nadadora, que terminó en la octava posición.
Pero su historia va mucho más allá de ese hito deportivo. Su vida habla de resiliencia, de coraje, astucia y fortaleza. Récord argentino en natación, deportista olímpica, medallista universitaria. Estudiante, maestra. Fue miembro del Consejo Nacional de Educación, empleada de una agencia de turismo, de una línea aérea y se exilió en Venezuela. Todo lo que logró lo alcanzó por sí misma. Convencida de sus capacidades, confiada en su inteligencia, poseedora de una actitud positiva, cautivadora, pudo sobreponerse a un camino lleno de obstáculos. Dificultades que la pusieron a prueba -de las que no reniega-, y de las que alza su voz, orgullosa, por todo lo alcanzado.
Su memoria, a la que no se le escapa ningún detalle, es envidiable. Nombres, apellidos, años, direcciones, números. Son un libro abierto, la puerta de acceso a un cajón de los recuerdos llenos de poesía. Hoy, esta mujer de 91 años vive sola en un modesto departamento del barrio de Monserrat. Sus amigos la mantienen viva, la cuidan, la miman. Las fotos, los recortes de diarios, las cartas del Papa -de quien recibió varios mensajes personales-, del ex presidente Torcuato de Alvear –con quien vacacionaba en Mar del Plata–, de su relación con Eva Perón, le recuerdan su historia, el camino recorrido. Le dan sentido a una vida con altibajos muy marcados, cargada de espíritu reconstructor.
"De chica siempre íbamos a la playa en Mar del Plata. Un día, yo tenía diez años, y mi mamá me dijo «mirá ahí está el ex presidente Alvear [presidente de la Nación entre 1922 y 1928] andá a saludarlo». Yo, siempre muy obediente, me acerqué lo saludé y nos quedamos charlando. Desde ese día pasé todas las vacaciones jugando y hablando junto a él y su esposa. Era una nena de diez años y así me divertía", relata mientras enseña la última carta escrita a mano que le dejó el ex mandatario, con quien compartió algunos veranos de vacaciones durante su infancia.
–¿Cuándo y por qué comenzó a practicar natación?
–Desde que nací, no quería comer y no quería comer. Era un drama. Me peleaba con mi mamá, me tenía paciencia, me daba de comer en la boca, así hasta los 16 años. La única que me hacía caso era mi abuela, la mamá de mi papá; ella me hacía churrasquito con huevo frito y yo feliz. Pero, como mi mamá era empleada administrativa de un instituto antituberculoso, y a mi siempre me dolía el cuerpo, pensó que podía tener la enfermedad y me llevó al médico. Y fue ahí que le recomendaron que empiece con natación. Nado desde los nueve años, empecé en el Club Obras Sanitarias, porque en esa época mi papá era empleado. A los 12 años, ya tuve mi primera competencia, un éxito.
No se detiene ahí. En un diálogo en el que van y vienen recuerdos, el orden cronológico se esfuma. De sus comienzos, pasa a contar cómo era su relación con la directora del Normal 1 Superior (donde estudió para ser maestra) y luego, explica por qué y cuándo fue que comenzó a comer.
"Cuando me voy al Sudamericano de Río de Janeiro en 1946, era la época en la que no comía, era piel y hueso. Fue en Brasil, que probé la comida y me empezó a gustar. Estuvimos un mes y medio allá, y siempre después del torneo de la noche -como no habíamos cenado-, nos llevaban a tomar un café con leche con un tostado de jamón y queso, que acá en la Argentina no se conocían; era un novedad. Me encantó y empecé a comer", describe entusiasta Duarte, mientras mira una foto de aquel viaje.
"Este Sudamericano fue mi primera competencia internacional y era el primer torneo después de la Guerra Mundial, todo un acontecimiento. Además fue mi primer viaje al exterior, la primera vez que fui a competir en el exterior y mi primera vez en un avión. La competencia fue buenísima, una gran experiencia, y la organización fue una maravilla. El país volvía a estar de fiesta. Las autoridades de la Confederación Argentina de Natación nos ayudaron, entrenaron y guiaron a la perfección. A mi me faltaban algunas materias para recibirme de maestra, y por este viaje me terminé llevando tres materias a diciembre", añade.
Tras esa participación se convirtió en capitana del equipo de la facultad y del Club Obras Sanitarias. Ganó todas las competencias nacionales, en los 100, 200, 400 y 800 metros libres y las postas. Consiguió batir los récords argentinos de esas pruebas y fue así que lideró a sus equipos en los diferentes certámenes.
Tras recibirse de maestra y lograr combinar sus obligaciones como docente con sus entrenamientos, tuvo la oportunidad de competir en los Juegos Olímpicos de Londres 1948. "Llevamos unos delegados sinvergüenza, unos ladrones. Nos mandaron en un barquito chiquito, viejo y con pasajeros externos a la delegación. Éramos 300 los argentinos y nos tuvieron que dividir en las diferentes categorías: las mujeres, los militares y los esgrimistas fuimos en primera. El resto nos odiaba. En el barco, que viajamos por 17 días, no teníamos cómo entrenarnos. Tres meses antes de irnos no podemos entrenarnos entre las entrevistas, los estudios médicos, las vacunas y los uniformes. No nos podíamos entrenar, una barbaridad, todo pésimo", explica Duarte.
Como a lo largo de toda la charla, de esta experiencia no se guardó ningún detalle. Del aspecto deportivo, contó poco. En esa odisea olímpica debieron sortear obstáculos que hicieron que aquel torneo, en términos deportivos, no fueran los esperados en natación. Ella compitió en tres pruebas. En la de 100 metros libres finalizó en el puesto 32; en los 400 metros libres terminó 18, y en la posta 4 x 100 metros finalizaron novenas. El conjunto nacional terminó 13ª con un total de siete medallas.
El presidente Juan Domingo Perón, antes de viajar, convocó a todo el equipo nacional en casa de Gobierno para dar algunos consejos educativos para el viaje. "Nos pidió que nos portemos bien, que seamos educados, que saludemos a la gente. Nos señaló un montón de aspectos educativos. También nos regaló unos 3000 kilos de comida argentina para que tengamos y no extrañemos. La guerra había terminado en 1945 y Londres estaba destruida, no había comida, no había nada", dice.
–¿Con qué se encontraron al llegar?
–Llegamos nueve días antes de que comiencen los Juegos Olímpicos. A las once mujeres de la delegación (seis de natación, dos de atletismo y tres de esgrima), todas jovencitas, nos mandaron solas a un palacio real en las afueras de la ciudad. El lugar era un sueño. Era el palacio de la realeza que lo habían vendido y habían hecho un club para ese nivel de gente. El día que llegamos, como a las 12 de la noche, nos esperaron los mayordomos y mozos con guantes blancos. Una locura. Era inmenso el lugar, había hasta un lago, pero era imposible para entrenar. Nos la pasamos comiendo, conociendo y jugando entre nosotras. Estuvimos ahí, hasta que la escuela donde nos teníamos que alojar terminase su ciclo lectivo. Fue así que a unos días de comenzar los Juegos Olímpicos nos mudamos. Pero nadie nos avisó que antes venía la presentación formal del equipo, así que fuimos con los ruleros puestos, y era una ceremonia. Un papelón.
Tres años más tarde llegaría su reivindicación deportiva. El cruce del Canal de la Mancha, hoy sigue siendo su bastión imbatible. Aún recuerda la temperatura del agua, los diálogos con sus compañeros y las amistades que se trajo de aquel desafío.
–¿Cómo se le ocurrió la idea de cruzar a nado el Canal de la Mancha?
–A la salida de la facultad íbamos caminando por un pasillo ancho hacia el bar, y cuando estamos yendo uno me dice ‘viste Enriqueta que Abertondo cruzó el Canal de la Mancha’, y se me prendió la lamparita. Cuando vuelvo a casa, le digo a mis papás de esta idea y se emocionan. Al día siguiente, mi papá se va al Buenos Aires Herald para hablar con el director. A los pocos días viaja al país el embajador de Gran Bretaña y me lo presentan. En la conversación le hago mucho hincapié de mis ganas de ir a esa competencia y formar parte de las ocho vacantes habilitadas. A los pocos días me enteré que fui elegida. Después, no sé por qué, ni cuándo, ni cómo, se entera Eva Perón de esto, y ella quiere que yo vaya. Así que fue gracias a ella que consigo los pasajes y la ayuda económica para poder viajar junto con mi mamá. Todo un honor que la primera dama acceda a solventar el viaje.
–¿Qué recuerda de aquella experiencia?
–Fuimos en un avión que parecía de cartón. No podían servir nada de comida, así que hasta Europa frenamos como seis veces. Fui junto con mi mamá, Antonio Abertondo, y su entrenador, Ernesto Caracciolo. Empezamos a entrenar juntos, pero siempre lo tenía que esperar, flotando. Al tercer día no lo esperé y seguí nadando sola. ‘Coca te fuiste y no me esperaste’, me retaba cuando nos encontrábamos. Entonces, me separé y empecé a entrenar con tres nadadores que habían participado la edición anterior y nos hicimos muy amigos. Eran dos ingleses (Sam Rockett y Eileen Fenton) y un egipcio (Hassan Abdel Rehim), yo no hablaba nada de inglés e igual aprendimos a entendernos. Todos los días observábamos el canal y estaba embravecido, enloquecido. Todos pensábamos que no se iba a poder largar. Un día antes de la carrera, nos llaman y nos dicen que a las siete de la mañana largábamos. Cuando llegamos el mar estaba planchadisimo. Salimos de Francia a Inglaterra, normalmente se hacía al revés, pero creo que es más lindo así porque cuando empiezan a aparecer los acantilados ingleses, tan bellos, te motiva a ir más rápido. La regla era caminar tres metros por la playa sin asistencia para terminar oficialmente la carrera. Así que, ahí nomás llegué, sin problemas, perfectísimo. Le pisoteé las 18 horas de Abertondo.
Sin embargo, aún hoy, se sigue preguntando ¿dónde fueron a parar los premios que Eva Perón hizo a su nombre? "Siempre me dijeron ‘¿vos recibiste algo de Perón?’, y yo siempre la misma respuesta: "no, nada". A los tres meses de haber vuelto de Europa, me citan desde el Comité Olímpico Argentino para hacerme esta misma pregunta. Me insistieron como 100 veces, y yo siempre igual: "nada". Lo que sucedió fue que sí –efectivamente- me habían hecho un regalo los Perón, pero alguien falsificó mi firma y se los quedó. Eran un auto, una casa y 500 mil pesos. Yo he sido robada siempre. Pero no importa, porque yo hice el Canal de Mancha y eso me sirvió muchísimo para mi carrera deportiva y para la vida. Hasta el día de hoy me lo pregunto, y nunca se supo qué sucedió", resume de su odisea.
"¿Querés saber qué hice con el dinero del premio que gané por el cruce? Le compré cosas a mi mamá, electrodomésticos para su casa. El dinero equivalía al valor de un auto, y yo se lo regalé a ella. ¿Ves? Toda mi vida he sido una tarada, dándoles todo a los demás; así me fue", reflexiona.
–¿Cómo era su relación con Eva Perón?
–Unos meses antes del cruce del Canal, Eva invitó a las que fueron olímpicas a su despacho. Fuimos las dos de esgrima y yo, porque éramos las que vivíamos en Buenos Aires. En esa reunión la presidenta nos pidió que pensáramos y organicemos un ateneo deportivo Evita. No teníamos ni idea cómo, pero teníamos que conseguir más mujeres que practiquen deporte y que las incluyamos en los registros del COA. Comenzamos a buscar mujeres deportistas, nos asesoramos con abogados, armamos un nuevo estatuto, imprimimos nuevos carnets y reunimos como 74 nuevas atletas. Cuando las tuvimos a todas, nos invitó a su despacho, estaba contentísima de la cantidad que éramos. Nos formamos todas para la foto oficial y yo quedé detrás de Eva. Alguien me nombró y, cuando escuchó mi nombre, se dio vuelta enojada y me dice ‘¿qué hacés acá? ¿no deberías estar entrenando para el cruce?’. Muy educada le respondí que, al parecer, no íbamos a viajar porque no había plata. Se volvió loca y empezó a llamar a su secretario Cirigliano para poder solucionarlo. Fue así que al día siguiente me llamaron para organizar toda la logística.
Con la primera dama argentina no tuvo una relación de amistad, ni mucho menos. A penas la coincidencia de compartir el mismo apellido. Pero su profesión como deportista nacional la llevó a verla en más de una oportunidad y a recibir la generosidad de una persona que se preocupó por el desarrollo del deporte femenino. Además, su familia -sobre todo su padre-, tuvo un vínculo constante con la política argentina, tanto profesional como participativo.
–En 1963 tuvo la oportunidad de cruzar nadando el lago Nahuel Huapi, ¿cómo fue?
–El 2 de marzo de 1963, la prueba más linda del mundo. Estuvo todo Bariloche mirando, fue hermosísimo. Es un orgullo. Era verano, así que la temperatura estaba linda, y sin traje de neoprene. Viste lo que son los paisajes de ahí, divino. Los árboles, las nubes, las montañas, ¿quién no quiere nadar así? La distancia es de diez kilómetros, pero sumé 18 por los desvíos del viento y las corrientes. Lo terminé en dos horas y 54 minutos. Después, lo crucé cuatro veces más, y desde 2005 organizaba el Cruce Internacional con nadadores de todas partes.
–Ya era madre de tres hijos, ¿por qué y cuándo decide exiliarse en Venezuela?
–En 1976 decidí irme a Venezuela y recién volví en 2005. Allí vivía un primo mío muy querido, Cuerito, así que esos años son muy recordados, la pasamos muy bien. Fui porque consigo un buen trabajo en una agencia de viajes. Estando allá veo que existía la posibilidad de trabajar en Aerolíneas Argentinas, pero cuando voy me dicen que tenía que ser residente. Así que ahí nomás se hace una reunión en un centro político, y ¡nos dictan las respuestas del examen para sacar la ciudadanía! A los pocos meses ya era ciudadana venezolana, y conseguí el puesto de trabajo en Aerolíneas.
–¿Cómo era su relación familiar?
–Mi marido me mintió. Me quiso matar provocando un escape de gas en la casa, contrató gente y me robaron todo lo de mi casa, me mandó presa por 27 horas. Además era médico trucho. Todas tenía, y así también es la relación que tengo con mis hijos. Era en la época en la que yo viajaba mucho porque trabajaba organizando viajes a Bariloche, después a las Cataratas, a Santa Fe. Una vuelta fuimos hasta Sudáfrica. Profesionalmente me estaba yendo muy bien, todos los gustos me podía dar, pero íntimamente estaba muy dolida. Por suerte siempre tuve grandes amigos que me ayudaron.
Sobre una de las paredes de su departamento cuelgan tres cuadros. Dos, son fotografías del mar, aquel elemento que le ilumina el alma. El otro, es una pintura que muestra una mujer mirando el horizonte por una ventana. Curiosa, antes del saludo de despedida, le consulto...
–¿Es usted la del cuadro?
–Prefiero titularlo "Esperando el amor".
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