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Celia Luna Olmos, la nadadora de 70 años que descubrió su pasión por las aguas frías debido a dolor de espalda
Comenzó a nadar a los 44, cuando apenas sabía flotar; múltiple campeona sudamericana, viajó por el mundo compitiendo
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“Todavía algunos piensan que una señora de 70 años es una jubilada que solo puede dedicarse al crochet y cuidar a los nietos. Yo nunca aprendí a tejer y prefiero nadar en aguas frías, en lo posible a menos de cinco grados” le dice a LA NACION Celia Luna Olmos (70), que viene de ganar en su categoría el Campeonato Mundial de Natación de Invierno que se realizó en El Calafate, frente al Glaciar Perito Moreno.
Celia se encontró con la natación a los 44 años, cuando un médico traumatólogo le recomendó practicar yoga o natación para combatir una dolencia en las vertebras cervicales: “Preferí comenzar a nadar porque me pareció más divertido, a pesar de que apenas flotaba. En poco tiempo tuve un gran progreso, y a los cinco meses estaba participando en competencias de categoría máster para el Club Universitario de La Plata, incentivada por un profesor que vio potencial en mí”.
La nadadora se enfocó en el estilo mariposa por sugerencia de su entrenador, quién interpretó que podía ser su fortaleza, y no se equivocó, porque al poco tiempo Celia comenzó a destacarse. Ganó competencias, primero en los 50 metros, luego en 100 y finalmente en 200 metros en estilo mariposa, la que algunos llaman “la prueba de los valientes”, por el esfuerzo que demanda.
La primera gran sorpresa: medalla en el Sudamericano
La evolución de Celia fue vertiginosa, y dos año después participó en el Campeonato Sudamericano de Vitoria, en Brasil. “Corrí sin ninguna expectativa porque enfrenté a grandes nadadoras brasileñas. Después de la carrera fui a preguntar cual había sido mi clasificación y me sorprendí con un tercer puesto; de Brasil me traje de souvenir una medalla de bronce”, cuenta Celia acerca de su primer experiencia en un torneo internacional.
La irrupción de la natación representó un cambio en su vida de 180 grados para esta bioquímica, que repartía su tiempo entre su trabajo en el Hospital Naval, la crianza de sus tres hijos y la responsabilidad de mantener una casa en funcionamiento. “Fue muy fuerte porque descubrí una actividad nueva, algo que me apasionaba y que era solo para mí. Antes de nadar sentía que estaba en un segundo plano, nada de lo que hacía era para mí, y nadar se convirtió en mi espacio personal”, cuenta Celia, que tuvo que enfrentar algunos conflictos familiares para lograr encajar sus responsabilidades con la nueva pasión.
“Me entrenaba de lunes a sábados, con tres días de doble turno y nunca dejé de trabajar. Tuve que adecuar muchas cosas, y por suerte, conté siempre con la ayuda de mi mamá y de mi ex marido. Participé en 12 campeonatos sudamericanos y una infinidad de competencias que representaban viajar y estar fuera de mi casa”, explica la nadadora. Y recuerda: “Mi hija mayor todavía me reprocha que no estuve en algunos de sus cumpleaños, que son en septiembre, y coincidieron con las fechas de los Sudamericanos. Aprendí a repartirme y a no culparme si no podía estar en todos lados”.
Para Celia, la natación fue una ventana a un mundo más grande del que estaba acostumbrada a transitar, y esta mujer amante de la independencia y la libertad abrazó su pasión para viajar y conocer. “En todos estos años participé en torneos y travesías en Brasil, Colombia, Chile, Estados Unidos, Italia, Puerto Rico, Uruguay y un centenar de competencias máster en Argentina, porque además de la pileta comencé a correr en aguas abiertas”, explica Celia, que durante los veranos se animaba a carreras más largas en ríos y lagunas.
“Se metían en el agua helada y salían sonriendo”
Se lamenta por no haber comenzado de joven, porque los buenos resultados la llevaron a pensar que podría haber sido una gran nadadora, pero como no se detiene demasiado en mirar para atrás, la curiosidad la empujó a un nuevo desafío. Comenzó a investigar y descubrió que había gente que nadaba en aguas frías, lo que le llamó mucho la atención.
“Me sorprendió lo contentos que salían del agua y me propuse intentarlo”, cuenta Celia, que se puso en contacto con el coordinador del Lago del Rocío en Pilar. “Cuando le pregunté si era posible que yo nade a esa temperatura me dijo que cualquiera podía. Fue como si me pusiese un petardo y a los pocos días estaba nadando. Arranqué en febrero de 2017 con el agua a 20 grados, y en julio nadaba con temperaturas alrededor de diez. Los domingos me levantaba a las 5 para llegar temprano a Pilar y volver al mediodía a mi casa”.
El 2017 fue un año intenso para Celia, que se sumergió en las aguas heladas de Viedma, el Nahuel Huapi y el río Correntoso en Villa La Angostura, y en el Canal de Beagle, donde se graduó definitivamente como nadadora de aguas frías, a pesar de la negativa de dos de sus hijos, que no veían con buenos ojos que su madre se sumerja en lagos, mares y ríos a menos de cinco grados. “Entendí su preocupación, pero yo hago lo que me apasiona y creo que cada uno tiene que vivir su propia vida”, sostiene Luna Olmos, que terminó torciendo la voluntad de sus hijos. La mayor, que es cardióloga, hoy se encarga de extender los certificados de aptitud física que debe presentar en las competencias. “Mamá, no se te ocurra morirte en el agua”, le repite cada vez que firma uno.
“Tengo un amigo que dice que somos nadadores de paisajes. A diferencia de una pileta, en la que vas por tu andarivel y ves poco y nada, solo ruido alrededor y gente cuando salís del agua, en la naturaleza tenemos la oportunidad de sentir el lugar en donde estamos. Eso es impagable”, afirma, mientras detalla la lista de los lugares exóticos que visitó como nadadora.
Las aguas frías fueron su nuevo mundo y en 2018 viajó a las Islas Malvinas, en un viaje coordinado por el ex campeón mundial de aguas abiertas, Claudio Plit: “Fue una experiencia hermosa, y a la vez muy movilizante. Cada día nadamos en una playa diferente, en los lugares donde se combatió. El último día se organizó un homenaje a los caídos durante la Guerra y coincidimos con un grupo de excombatientes correntinos que volvieron en un viaje de reconciliación y nos vinieron a acompañar. Al salir del agua ellos estaban esperándonos, fue una emoción muy grande”.
La revancha que nunca se imaginó
El recorrido maratónico de Celia se detuvo con la pandemia y recién en 2022 pudo volver a las aguas. Regresó con ganas de recuperar el tiempo perdido, y empujada por un amigo se inscribió en el Campeonato Mundial de Invierno que tenía fecha de inicio el 22 de marzo en Petrozavodsk, Rusia. Por la invasión a Ucrania se suspendió la competición y Celia pensó que la posibilidad de participar en un Mundial de aguas frías se le escurría, pero llegó la Copa del Mundo de Invierno en El Calafate. “Fue una gran alegría y una enorme expectativa, porque nadar frente al Perito Moreno es algo que no estaba en mis planes. Una competencia de estas características en Argentina era un sueño que parecía difícil que se dé, pero la vida me sigue sorprendiendo”, afirma.
En un campeonato que la tuvo cargada de emoción, porque por primera vez en 25 años nadando alrededor del mundo, toda su familia estuvo presente. “El fin de semana anterior competí en Puerto Madryn y desde allí viajamos cinco en auto hasta El Calafate”, cuenta Celia recordando el momento. “Cuando llegamos, paramos en una estación de servicio a tomar un café, y en el instante que estoy enviando un mensaje para avisar, escucho una voz familiar”. Era su hija Jazmín, su eterna cómplice, que organizó el viaje al sur en silencio y sumó al resto de la familia: sus tres hijos, sus dos nietas, su nuera y el padre de sus hijos.
El clan la acompañó durante toda la competencia, que la tuvo como ganadora en su categoría y se emocionaron al ver como su mamá nadaba en el Lago Argentino frente al imponente Glaciar Perito Moreno.
“Al salir del agua es necesario abrigarse rápido, tomar bebidas calientes y dejar que el cuerpo vuelva a la normalidad. Como el cronograma de carreras se modificó, tuve que correr varias en un mismo día, y cuando recuperaba temperatura ya tenía que volver al agua. Fue duro, pero lo disfruté muchísimo”, cuenta Celia, que se llevó una de las mayores ovaciones por ser la nadadora de mayor edad de la competencia.
Luna Olmos, que está acostumbrada a nadar contra corrientes de agua fría, no duda en vivir la vida a su manera y a los 70 años piensa en el futuro sin preocuparse demasiado por la mirada de los demás. La vida le propuso un cambio en un momento en que ella creía que estaba casi todo dicho. “Descubrí que nunca es tarde, que siempre se puede intentar, y que a veces, somos mucho más de lo que nosotros mismos nos imaginamos”, afirma mientras empieza a planificar su próxima travesía.
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