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LE CANNET, Francia (Especial).- Esa imagen final, antes de que se leyeran las tarjetas de los jurados, encontró al chubutense Omar Narváez subido a los hombros de uno de sus colaboradores, con los brazos en alto. Todavía faltaba la confirmación, pero él ya se sentía ganador y dentro de la historia grande del boxeo nacional. Minutos después, llegó el estallido, con el veredicto definitivo: Narváez venció por puntos en fallo unánime al francés Brahim Asloum, en una pelea de 12 rounds, y alcanzó la 10a defensa exitosa de su título mundial mosca de la OMB, una marca récord entre los argentinos que compitieron en esa categoría, que supera a las de Pascual Pérez y Santos Laciar (ver aparte).
Ni los miles de espectadores que se acercaron al estadio La Palestre de esta ciudad, ni el hecho de ser visitante hicieron dudar a los jueces de la pelea, el norteamericano Ricky Young, el mexicano Víctor Salomón y el francés Noël Monnet, que vieron ganador al argentino por 118-109, 117-110 y 116-111.
No lo perjudicó el ambiente; tampoco, las adversidades propias. Narváez, de 31 años, puso el corazón para lograr un nuevo éxito para mantener esa corona, que consiguió el 13 de julio de 2002, en el Luna Park, tras derrotar al nicaragüense Adonis Rivas por puntos. Con actitud, el chubutense supo disimular los dolores por sus fracturas en la mano izquierda por aquel accidente en su moto en 2005 y por un golpe en su 9a defensa ante el colombiano Walberto Ramos, en octubre del año último en el mismo escenario que vio nacer al campeón.
Con desventajas físicas, Narváez no sintió el golpe, tras dejar al entrenador de toda su carrera, Carlos Tello, y al confiar en su hermano Marcelo Gutiérrez como su DT, un hombre que no tenía experiencia en peleas internacionales.
Nada ni nadie lo detuvo, y así fue el claro dominador de la pelea. "El orgullo vale más que todo", les dijo Narváez a sus hermanos Marcelo y Daniel, y a su manager, Osvaldo Rivero, cuando ya se encaminaba a un éxito seguro. Y aunque el match fue de bajo nivel técnico, el argentino sacó a relucir toda su experiencia ante un rival débil.
Narváez, que alcanzó la 24a victoria de su carrera y sigue invicto (15 KO y 2 empates), subió al ring enfundado en un poncho con la bandera argentina y con la camiseta de Belgrano de Córdoba, abajo. Apenas comenzó la pelea, el chubutense salió confiado a cumplir con su objetivo. Decidió atacar desde el principio del match y aprovechar las fallas defensivas de Asloum, de 28 años. Así, dominó el centro del ring y con variedad de golpes acorraló a su rival. Fue tanta la diferencia en el comienzo, que el retador francés cayó a la lona en el primer round. Aunque pareció un resbalón, el árbitro puertorriqueño, Roberto Ramírez, consideró ese traspié e inició el conteo.
Narváez no detuvo el ritmo del comienzo y sólo se vio amenazado por Asloum en el 3er round, cuando el argentino tuvo una leve caída y, en los últimos 30 segundos del 4o, en el momento en el que recibió dos fuertes golpes de zurda de su rival.
Luego, todo fue del argentino, que se movió bien por el ring. Quizá si la mano izquierda, la más hábil, hubiera estado en buenas condiciones, Narváez podría haber noqueado al francés en el 7o round, cuando su retador caminaba por la senda del abismo. Sin embargo, su zurda no era profunda.
A partir del 8o round, Asloum salió a remontar la diferencia clara en favor de Narváez, aunque poco pudo hacer. El chubutense desplegó toda su experiencia y empezó a caminar el ring con suficiencia. El francés hizo el último intento en el round final, pero ya era demasiado tarde. Salió a buscar a Narváez, casi desesperado por la derrota inminente, y otra vez el argentino demostró ser un verdadero campeón. Por eso, cuando se oyó la campanada final, a las 21.57 en esta ciudad (las 17.57 en la Argentina), el Huracán , como le dicen, corrió hacia su sector y festejó.
Narváez, con el rostro serio que siempre lo caracteriza, pidió aplausos para su oponente, que sufrió el segundo traspié de su carrera (21 triunfos, 8 por KO), y esperó muy confiado las tarjetas de los jueces. Con la decisión final, el hombre levantó los brazos y se puso de nuevo ese cinturón, del cual es dueño hace 1698 días. Elevó su mirada y agradeció, como si apuntara al cielo. Festejó sin excesos, pero consciente de que había entrado en la historia.
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