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Nalbandian hizo todo bien
Marcelo Gantman cuenta qué les faltó a otros ídolos del tenis y por qué David era un crack
David Nalbandian hizo todo bien en su carrera. Todo lo bien que pudo siendo David Nalbandian y no un sujeto compuesto por partes de otros jugadores y en consecuencia por otras personalidades. Nalbandian fue lo que fue gracias a la perfección y la imperfección comprimidas en el mismo envoltorio. Como cualquier otro deportista de elite.
El retiro de Nalbandian se encontró con trazos periodísticos y referencias en redes sociales sobre el jugador real y el jugador deseado. Surgió de un modo veloz y espontáneo (y por eso hay que atender a esa expresión colectiva) la idea de que en el algún punto, David Nalbandian fue un proyecto deportivo trunco. Una versión buena y elogiada, pero mejorable, de un prototipo de tenista que conocía los rincones del campo rival como nadie y que transformaba su mente en un radar al que nada se le escapaba. Se ve que no todos quedaron satisfechos con eso.
Hay una dificultad grande para aceptar a las estrellas deportivas como son, o como fueron, en vez de comparar al modelo original con uno ideal. Como el imaginario no se puede contrastar con los hechos, entonces parece mejor. No lo es. Nunca lo fue porque nunca existió. David Nalbandian pudo ganar el Masters de Shangai en 2005 cuando tenía armado su bolso para ir a pescar con amigos. "Viajo solamente si me garantizan que juego..." fue su exigencia a la ATP. Le garantizaron el lugar y Nalbandian respondió con un triunfo sobre Roger Federer en la final. Solamente un tenista acostumbrado a poder pasar de la desconexión a la conexión en apenas un par de días puede sacar algo positivo de una situación inesperada. Es difícil imaginar a Rafael Nadal yendo hacia un objetivo de pronto, sin que forme parte de una programación meticulosa y respetada. Cuando Roger Federer, en un intento desesperado, alteró su calendario en 2013 luego de perder rápido en Wimbledon, no encontró más que una profundización de su crisis al aparecer en Gstaad y Hamburgo sin planificación. Improvisar no le cae bien a todo el mundo.
Nalbandian jugó, ganó y perdió sabiendo siempre dónde estaba la salida de emergencia para reciclarse y volver con ganas
A todos les falta algo siempre. Es el margen entre la perfección evidente y la imperfección que coquetea con el abismo. Lo que cambia es el espacio que ocupa ese terreno resbaladizo. Los "cracks" achican el margen de error hasta hacernos creer que no hay ninguno. ¿Qué falló en Pete Sampras para que no ganara nunca Roland Garros? ¿Cuánto más podría haber sido John McEnroe si no hubiera gastado tanta energía en discutir con jueces y en vez de comer más hamburguesas que pastas? ¿Y si Iván Lendl hubiera sido menos obsesivo con Wimbledon y lo hubiera tomado de un modo más relajado para poder ganarlo? Imposible saberlo. Porque si eso se daba, no hubieran sido ellos.
"Cada uno tiene su manera de hacer mejor las cosas y le sirve sólo a él. Nole tiene su manera, Rafa la suya y Federer la de él (...) Yo fui criticado por eso pero no soy de los que creen que puedo ser mejor tenista si cuando descanso me quedo en un sillón en vez de hacer bungee jumping u otra cosa que me guste...", comentaba Nalbandian en una entrevista que le hice para el libro Héroes Igual hace dos años.
Nalbandian tuvo una carrera que comenzó en 1998 y terminó en 2013. Previo a eso, como junior destacado, "ligó" todos los viajes habidos y por haber desde que tenía 14 años. Ya como profesional tuvo salidas voluntarias e involuntarias del circuito. Las elegidas fueron porque su manera de competir lo encontraba con la necesidad de volver a Unquillo para prender carbones y contar cómo le había ido. Las involuntarias tuvieron que ver con sus lesiones y operaciones. Esa manera de ser y competir, imperfecta seguramente, fue la que le permitió ser constante en su andar por el tenis profesional. Nalbandian no se "quemó" en el camino. No le estalló la cabeza cuando la saturación lo encontró agobiado en la clase business de un avión. Todos los tenistas se topan con ese momento.
Nalbandian jugó, ganó y perdió sabiendo siempre dónde estaba la salida de emergencia para reciclarse y volver con ganas. Esa fue su manera y por eso sobrevivió hasta que su hombro no le permitió sacar dignamente. Una paradoja, un Talón de Aquiles imprevisto, para un jugador con la mejor devolución de saque que hayamos visto por estos lugares.
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