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Rafa Nadal, el hombre que tritura con la mente
Desde el mismísimo inicio del camino en Manacor, Rafael Nadal Parera, el hijo mayor de Sebastián y Ana María, supo que la disciplina y la prudencia serían el motor de su carrera. Lo dejó en evidencia muy temprano Toni Nadal, tío, formador y entrenador de la fiera. Durante una celebración familiar después de que Rafa ganara uno de los primeros títulos nacionales en las categorías menores, Toni, en medio del jolgorio y los brindis, extrajo un papel del bolsillo de su pantalón y, con voz firme, empezó a recitar una larga lista de prometedores tenistas que habían precedido a su sobrino en el mismo premio. "¿Alguien sabe algo de ellos?", preguntó, mirando a su alrededor. La gran mayoría de los jugadores mencionados había quedado en el camino de la intrascendencia. Con ese espíritu, sin subestimar ninguna situación, por más cómoda que pareciera, creció el ganador de dieciocho trofeos de Grand Slam, doce de ellos de Roland Garros. "Respeto al deporte, al rival y a la competición, porque al final sales ahí y puedes ganar o puedes perder. A partir de esa aceptación, se encara todo de una manera más adecuada", manifestó el actual número 2 del mundo, en el diario El País de España, en una declaración de principios. Cuentan que Rafa es miedoso, que odia estar solo, que no le gustan los perros con apariencia brava ni la oscuridad. Sin embargo, el combate en los courts lo transforma en el competidor más granítico de la tierra. La mente de Nadal asfixia, somete, tritura; desploma hasta al más optimista. Tiene, además, la capacidad para plantarse frente a los errores. Los identifica pronto, los asume y los intenta corregir (mayormente, lo logra con velocidad).
El espíritu de Nadal no deja de impresionar, todavía hoy, a los 33 años y habiendo superado las situaciones más extremas. Atormentado por los trastornos físicos, el zurdo llegó a pensar en abandonar el tenis en varias oportunidades. Decenas de veces se aseveró que el límite de su carrera estaba a la vuelta de la esquina, ya que el esfuerzo al que sus rodillas estaban sometidas durante el juego le colocaba una fecha de vencimiento temprana. Sin embargo, ahí sigue, arriba, dominante. Para derrotarlo hay que hacer casi el mismo esfuerzo que para escalar el Kilimanjaro. Su optimismo, humilla. "Rafa tiene algo, eso de ganar partidos jugando mal, que es impresionante. Él cuando está en el vestuario abre la bolsa y ve lo que tiene ese día. ‘A ver qué hay por aquí. Coño, hoy tengo una granada de mano y una pistola pequeña, y me voy a la guerra contra tíos que tienen tanques, bazocas, lanzacohetes. Y yo solo tengo estas cositas, pero voy a luchar hasta el final y a sacar el máximo rendimiento’. Administra muy bien sus armas", ilustra Francis Roig, uno de los entrenadores del exnúmero 1, en el libro De Rafael a Nadal, el camino hacia la leyenda (Editorial Corner; 2015), escrito por los periodistas Ángel García Muñiz y Javier Méndez Vega. Toni Nadal talló la cabeza más fuerte del circuito con una filosofía muy severa, sin otorgarle privilegios pese al parentesco familiar. Hace unos años, en EL PAÍS, el entrenador desmenuzó un ejemplo para referirse a la estrategia que utilizó: "¿Por qué la gente reacciona en las guerras de una manera determinada? Porque no le queda más remedio. Si tú vives de una manera desahogada, sin preocupaciones ni demasiado esfuerzo, es más difícil educar. Yo no empleo técnicas estrafalarias. ¿Por qué el conejo es tan hábil en el campo? Porque tiene que sortear las piedras, a posibles cazadores y reúne habilidad. Es lo mismo: si el niño es el centro de atención, si cuando tiene un pequeño problema se lo solucionas, tendrá una realidad diferente".
"Las famosas rutinas, numerosas, repetidas, indisociables de su presencia en la cancha, están vinculadas a la búsqueda de seguridad (...) Las botellas alineadas, con las etiquetas en idéntica dirección, el pantalón acomodado como movimiento previo a la ejecución del servicio, el tacto sobre los hombros de la camiseta. Nadal se mueve con una secuencia muy concreta a partir de la cual busca atención y estabilidad. Es un mensaje neutro frente al adversario, que difícilmente va a obtener datos de lo que ronda por su bien amueblada cabeza", escribe Javier Martínez, periodista del diario español El Mundo, en la obra Rafael Nadal. Retrato de un mito (La Esfera de los Libros; 2015). Diego Schwartzman, la 23a raqueta del ranking, es, muy probablemente, uno de los jugadores argentinos que más escarban en el "método Nadal" con el objetivo de aprender y nutrirse. El Peque, que no logró vencer a Rafa en los siete enfrentamientos que tuvieron, tiene un muy buen vínculo con el Matador, goza del acceso al mundo-Nadal y hasta utilizó la academia de Rafa en Mallorca en algunos períodos de preparación para el polvo de ladrillo. Lo que Martínez subraya en las páginas de su obra, Schwartzman lo ratifica con la experiencia en primera persona, dentro del court. "Es el mejor competidor de la historia –le dice a LA NACION–. Por ejemplo, en la final del domingo en Roland Garros, pierde el segundo set con Thiem, pero no hace un gesto, no te da nada desde adentro de la cancha, no te da una señal de si está bien, de si está mal, de si está lesionado, de si está frustrado. Nada. Lo único que todo el tiempo te muestra es que te quiere pasar por encima, en el buen sentido de la palabra, de buen competidor que es. Contra Thiem se le podría haber complicado el partido después de perder el segundo set, pero arrancó el tercero con doble quiebre y ahí es donde decís ‘La pucha, ¿cómo hace?’. Es muy difícil lo que logra adentro de la cancha".
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El "cerebro" de Nadal recuerda al de los monjes que meditan, opina el neurocientífico Marco Iacoboni. Su nivel de conciencia lo lleva a dominar el instinto del rival. Rafa siempre sale corriendo de su silla después de la pausa que se produce cada dos games (ganando o perdiendo) y ello, para el contrincante, actúa como un mazazo. Eduardo Anitua, científico que desarrolla el plasma rico en factores de crecimiento que el español se infiltró en las rodillas, expone: "El desgaste psíquico que supone vivir de final en final es enorme. Es un sobreesfuerzo que, de no tener una mente entrenada y estructurada, lo llevaría al agotamiento". Lejos de fatigarse, Nadal sigue adelante. Asfixiando, sometiendo, triturando.
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