La referí anuncia el final del partido y los periodistas invaden el campo de juego. Son apenas tres: un fotógrafo de este diario, uno del club y este cronista. Las chicas de Boca están contentas, le ganaron 6 a 0 a San Lorenzo y renuevan sus credenciales de candidatas al título. Desde las tribunas bajan aplausos y cánticos. Hay una facción de la hinchada que trajo bombos, trompetas y papel picado hasta el predio de Boca Juniors en Ezeiza. Pero de pronto, cuando todo parece un festejo, un botín de fútbol corta el aire y se estrella contra el banco de suplentes. Durante un segundo o dos la gente se detiene como si algo grave hubiera pasado. Y entonces, un segundo botín se estrella contra el mismo banco de suplentes. Es apenas una reacción, la bronca por la derrota, pero el estruendo que genera llama la atención de todos. En este caso, sin embargo, dura apenas unos segundos y siguen los festejos y los lamentos, todos en la misma cancha. Pero más allá, en el plano de la historia, el estruendo continúa. Baja como un río, es solo cuestión de ajustar los sentidos. ¿Se oye?
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Siempre voy a recordar el descampado frente a mi casa, en Marcos Juárez, Córdoba. Fue el mejor lugar donde jugué, la mejor canchita de mi infancia. Tenía 5 o 6 años y estaba siempre rodeada de varones, con primos, hermanos, amigos… Toda mi infancia fue de la misma manera, jugando con ellos. Hoy tengo 32 años. Me llamo Eliana Medina y soy la 10 de San Lorenzo.
Siempre supe que quería llegar a AFA, desde chica. Lo tenía como meta, llegar al fútbol de Primera. Cuando tenía 14 años me surgió la oportunidad de sumarme a un seleccionado de Córdoba, que iba a jugar un amistoso contra Independiente. Jugué el partido y la gente de Independiente me preguntó si quería jugar ahí. Así fue: en 2002 llegué al club, estuve dos años y después ya pasé a San Lorenzo. Estoy acá desde entonces, llevo como 15 años.
Siempre tuve que trabajar aparte de jugar. Es algo necesario para sobrevivir. Trabajo por la mañana en el club, en la sede de avenida La Plata, y por la tarde con las nenas de quinta y cuarta de Futsal, como entrenadora. También estuve unos años con la escuelita. Trabajar de lo que me gusta con las nenas, que van a ser el futuro del fútbol femenino en el club, es algo muy lindo para mí.
Estoy contenta con la profesionalización. No pensé que iba a vivir para verlo. Mucho menos que iba a estar en actividad cuando sucediera. Me toca en lo último de mi carrera, pero aunque sea poco tiempo lo voy a disfrutar. No solo por mí, sino también por mis compañeras más chicas, que son el futuro; hay que trabajar con ellas y para ellas. Son las que van a quedar y hacer grande el fútbol femenino en nuestro país.
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La imagen es la siguiente: Chiqui Tapia se sienta a la mesa y anuncia: "Entendemos que tenemos que llevar al fútbol femenino a la profesionalización".
Antes, invita a dos jugadoras a sentarse a la mesa con él y al resto de las presentes a acompañarlo en la tarima. Las hay de todos los clubes, formadas detrás de él para la foto. Más, menos, dice: "Es una profunda emoción y una alegría enorme anunciar que el próximo torneo de fútbol femenino será profesional". Y ahí está, de pronto, el momento en que la historia se quiebra. Sucede el sábado 16 de marzo de 2019 en el predio de la AFA en Ezeiza. El acuerdo lo rubrica la firma de Claudio "Chiqui" Tapia. Justo o no, será su nombre el que acompañe esta página de la historia. Pero en el suyo habitan cientos de nombres más. Con una diferencia: son todos nombres de mujer.
Según Ayelén Pujol , exfutbolista y autora del libro Campeonas, un siglo de fútbol femenino en la Argentina (que se publicará en junio por Paidós), esos nombres de mujer comienzan en 1920. "El proceso de profesionalización lo seguí de cerca. Cuando Chiqui Tapia lo anuncia en la conferencia de prensa, él se hace cargo un poco del logro como protagonista principal, pero si mirás el recorrido de la lucha de las mujeres futbolistas, te das cuenta de que se trata de una lucha colectiva no solo de las chicas de ahora, sino de las que juegan al fútbol desde la década del ‘20 y que vienen tratando de conquistar derechos en ese terreno. En el fútbol femenino hay una tradición de lucha, que es la que lleva a que suceda todo esto. La idea de mi libro es contar las historias subterráneas que estuvieron invisibilizadas durante tanto tiempo, contrarrestando un poco la idea instalada de que el fútbol femenino es una moda", dice.
¿Cómo será la profesionalización? Paulatina. Por lo pronto, se deberán registrar en los próximos dos meses entre ocho y once contratos por un monto acorde lo que recibe un jugador de la Primera C. La duración deberá ser de entre 1 y 5 años. La AFA aportará 120.000 pesos por mes a cada uno de los 16 clubes del torneo para financiar los contratos.
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Macarena Sánchez Jeanney me llamo. Tengo 27 años. La primera nota que hice fue el día en que hice pública la denuncia. Fue un lunes 21 de enero. Esa noche me llamaron de una radio. Al día siguiente estaban con cámaras en mi casa.
Surgió todo a partir de mi despido en mitad del torneo. Fue el 5 de enero y la denuncia la hice el 18. Presentamos una carta documento intimando a la UAI (Universidad Abierta Interamericana) a que regularice la relación laboral, como en cualquier trabajo, porque mi trabajo ahí era el de futbolista (para el equipo de UAI Urquiza).
Lo que sucedía conmigo sucede en varios clubes: te ponen a trabajar en alguna empresa que depende del club o en el club mismo (algunas chicas trabajan en los bufet, por ejemplo), y en ese lugar te registran como empleada. Pero en el trabajo real, que es el de futbolista, no. Yo trabajaba como administrativa de 8 a 2 de la tarde, y después entrenaba. Y un día me llamaron y me dijeron que no me iban a tener más en cuenta.
Entonces hago la denuncia y estalla todo. Se me acercó mucha gente. Matías Lammens, entre ellos. Quería saber qué necesitábamos y conocer la realidad del fútbol femenino más allá de San Lorenzo. Nos dio una mano para acercarle una propuesta de profesionalización a AFA. Y así fue, todo muy veloz. Desde la denuncia hasta que se anunció la profesionalización pasaron menos de dos meses. Pero es algo que se viene pidiendo hace rato.
Y aunque haya llegado en un momento en que no juego, lo vivo como si estuviese con club. Para mí es la misma emoción porque desde un principio esto fue una lucha colectiva. Fue más allá de mi caso. Si fuera solo por mí, no habría hecho nada, porque pasé por un montón de cosas que no se las deseo a nadie. Comí mucha mierda estos dos meses. Entonces, si me hubiera detenido a pensar en mi bienestar, no lo habría hecho.
¿Qué cosas? Por empezar, estoy con un botón antipánico porque recibí amenazas. Desde el momento en que hice la denuncia recibí un montón de hostigamientos en redes sociales. Gente x que me agredía. Puteadas... Y un día recibí una primera amenaza. Fue un sábado al mediodía. Yo estaba en San Lorenzo viendo un partido de fútbol femenino. Y cuando terminó el partido entro en mi Twitter y tenía un mensaje privado que decía que me iban a matar. El usuario tenía una foto de una pistola con sangre… Y me shockeó. Lo primero que hice fue mandárselo a mi hermana, que es mi abogada. Y decidimos iniciar una denuncia por la amenaza. Y después recibí otra más, también por Twitter, que decía que si seguía denunciando me iba a pasar algo por accidente. Así que lo notifiqué y me dieron el botón antipánico. Los primeros días no quería salir de mi casa, estaba reperseguida. Al día siguiente vino mi mamá, después mi hermana, después mi papá… Estuve siempre acompañada, pero tenía muchos nervios.
Pero valió la pena. La profesionalización estaba en mi mente como que lo iban a vivir las chicas más tarde, en algún momento. No pensé que lo iba a vivir yo. Pero a partir de las movilizaciones del último mes sí lo empecé a ver posible. Además, en el contexto feminista que vivimos hoy creo que todo es posible. No se puede escindir una cosa de la otra. Este es un reclamo que se viene haciendo hace muchísimos años. Las Pioneras perdieron puestos en la selección y en clubes por pedir estas cosas. Y en ese momento el contexto no acompañaba y la presión social no era lo que es hoy. Vi miles de mujeres que incluso odian el fútbol por ser de un ambiente machista que, sin embargo, se sumaron y reclamaron por nosotras como si fueran una jugadora más. Fue indispensable el movimiento feminista en todo esto.
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Sigue sonando el bombo y la trompeta en el predio de Boca Juniors. Los muchachos y las muchachas toman fernet con Coca. Cantan: "Señores dejo todo/ me voy a ver a Boca/ porque las jugadoras/ me van a demostrar/ que salen a ganar/ que quieren salir campeón/ que lo llevan adentro/ como lo llevo yo". Cada vez que repiten el estribillo la cabeza de este cronista se sorprende con la misma parte: porque las jugadoras. No debiera sorprender: las jugadoras son las que acaban de ganar 6 a 0 en un partido desparejo e intenso. Dicen que para que algo se haga hábito hay que repetirlo entre 21 y 66 días. La canción la escucho, a lo largo del partido, unas quince veces, y me iré repitiéndola, a ver si una vez agotada la sorpresa puedo adoptar la naturalidad. No hay apuro, de todas formas, 66 días llegan pronto.
Las chicas y los chicos que cantan son de la peña Los Xeneizes de La Plata. "Comenzamos a seguir a Las Gladiadoras (el equipo femenino de Boca) en 2017, cuando formamos dentro de la peña un área que se llama Secretaría de la Mujer. El objetivo era promover que participen más chicas y una de las cosas que se nos ocurrió fue seguir la campaña de las Gladiadoras para ampliar el concepto de qué es Boca, y que no se reduzca solamente al fútbol masculino", dice Florencia, una de las líderes de la barra deconstruida.
"Tenemos que empezar a aprender", agrega David, mientras desata una bandera. "Son cosas muy nuevas, por cómo lo vivíamos. Cuando crearon la Secretaría tuvimos que aprender a comportarnos porque había muchas cosas que estaban mal", dice.
La idea del fútbol como disparador de cambios sociales es recurrente en nuestro país. Hay infinidad de programas que buscan sacar a los chicos de la calle a través del deporte. También los hay que buscan rescatar a las chicas a través del fútbol, pero suelen ser menos conocidos. Moni Santino es exjugadora y actual DT de La Nuestra Fútbol Feminista de la Villa 31 de Retiro. Hace 12 años que trabaja en el barrio. Junto con un cuerpo técnico de mujeres exclusivamente coordina los entrenamientos del equipo y luego encabeza un taller en el que se conversan los conflictos que surgen en la cancha y van deconstruyendo la manera de ver el mundo de las chicas. "Para una piba en el barrio es correrse de las tareas domésticas, que son siempre asignadas a las mujeres, del cuidado de otros, y poder ejercer su derecho al juego y tener un rato de ocio", dice. Se entrenan dos veces por semana, dos horas cada día. Para ella, el fútbol es un camino hacia el empoderamiento. Sueña con crear un club, replicar el programa en otros barrios de la ciudad, y ver cómo alguna de sus dirigidas se convierte en DT. "Deseo que se empiece a hablar de fútbol femenino como un deporte en serio y ya no como una nota de color. Pero la conquista no se trata solo del deporte de alto rendimiento sino también del deporte social. Es importante que también se desarrolle eso", explica.
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Soy Camila Gómez Ares. Tengo 24 años y juego en Boca. Siempre admiré a Gago, pero mi ídola es Formiga, una jugadora brasileña que este año va a jugar su sexto mundial. Ese es mi sueño: jugar un mundial. Arranqué a jugar al fútbol a los 5 años, más o menos. Al principio jugaba con mi hermano, que es más grande que yo. Jugábamos en el club del barrio.
Me acuerdo de mi primer partido. No era por los puntos, yo iba a entrar apenas unos minutos para sentir que había debutado. Y cuando entré, el técnico del otro equipo retiró a los jugadores. Los sacó de la cancha porque entraba una nena… Yo tendría 6 años, me lo acuerdo apenas, la verdad, pero mi vieja me lo cuenta tal cual. Yo entré cuando quedaban cinco minutos nomás. Cinco minutos. Y cuando el técnico retira al equipo quedaron todos desconcertados, entonces volví a salir. Recién ahí volvieron a entrar los otros jugadores y siguió el partido. Fue el técnico el que lo hizo. Los chicos seguro no entendían nada.
Así tuve varias situaciones. Un año jugué en un torneo de fútbol infantil en Vicente López, organizado por la Municipalidad. No querían que jugara, pero mis viejos hicieron una campaña y juntaron firmas de entrenadores de clubes y miembros del torneo para que me dejaran jugar. Así que jugué, pero al año siguiente cambiaron el reglamento y pusieron que era solo para hombres para que yo no me pudiera presentar otra vez. Y yo no es que no sabía jugar, eh. Jugaba abajo. Era morruda y pegaba bastante. Me dicen todos que era de lo mejorcito del equipo. Era retitular, incluso, así que no era una cuestión de competitividad.
A mí no me gustaba juntarme con mis amigas de colegio a jugar con las Barbies. Quería ir con mis compañeros de fútbol a jugar un torneo. ‘Cosas de hombres’, digamos. Para mí no lo son, pero es lo que la sociedad te impone. Obvio que hubiera sido mejor jugar a la pelota con mis amigas, pero ellas no querían, y en el colegio en educación física no me dejaban hacer fútbol. Mi vieja dejó una autorización haciéndose cargo por si me pasaba algo o lo que fuera, pero no hubo caso.
A los 14 llegué a River. Fue otra cosa a partir de entonces. Cambió el régimen de entrenamiento, todo. Y ese mismo año me citaron para la Selección Sub 17. Fue todo muy rápido, no me llegué a dar cuenta de todo lo que me pasaba. Debuté en la Selección en 2010, en Brasil, en el Sudamericano. Tenía 15 años. Jugué de 5, mi posición, la misma que Gago y Formiga. Jugamos con Chile ese primer partido. Pagó todo la Conmebol. Y fueron mis viejos también, pero por su parte, porque querían verme. Me acuerdo de la emoción cuando vi la camiseta argentina con mi apellido estampado, me acuerdo de cuando escuché el himno… Fue increíble.
Con el tiempo cambié de club. Me fui a la UAI un tiempo, después volví a River y finalmente a Boca. Es el club del que soy hincha. Juego con la 8 en la espalda. Me pasa seguido de salir con amigas y cuando hablo con hombres y me preguntan qué hago les cuento que juego en Boca y no me creen. Nunca. Entonces tengo que abrir mis redes sociales y mostrarles. Ahora les muestro las fotos de la vez que jugué en La Bombonera. Y ahí se quedan con la boca abierta por la sorpresa. Todavía es algo que ven como una cosa extraña.
No trabajo porque vivo con mis viejos, pero la mayor parte de mis compañeras tiene que laburar. En Boca nos están pagando 5 mil pesos por ahora. Es en concepto de viáticos. Hay otras chicas de otros clubes que no cobran nada. No sé cuánto empezaremos a cobrar a partir de esto de la profesionalización. Es un re avance, pero no es que vamos a poder vivir de esto.
Tengo una amiga que jugaba en Boca y que quedó embarazada. Tuvo a su hijo y nunca volvió a jugar. Se le complicaba mucho. Siempre quiso volver, pero entre su laburo, la nena, el marido… El hombre no tiene que dejar de jugar, pero la mujer sí. Si una mujer vive del fútbol, como sucede en Estados Unidos, por ejemplo, podés ser madre y al tiempo volver, porque no es que además de entrenarte tenés que laburar. Acá sí, entonces no da el tiempo para todo.
Yo quiero ser madre también, pero cuando deje de jugar. Porque perdés un año y es difícil volver. Entonces quiero esperar a retirarme. Antes de eso todavía tengo cosas que cumplir, como jugar un mundial y después irme a jugar un tiempo afuera. Ahí sí voy a poder vivir del fútbol: solo te dedicás a jugar. Y está bueno probar eso: jugar y nada más. Jugar, y que jugar sea el trabajo.
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Comienza con detener la mirada en un lugar en el que no se hizo antes. Hay, ahí delante, toda un mundo. Lo habitual es negar su presencia en el pasado, atribuir ese nacimiento a la moda o a la superstición. Lo habitual, también, es descreer y tomarlo como un chiste. Pero mantenemos la mirada y la cosa, todo ese mundo, sigue ahí. Comienzan entonces las verdaderas preguntas. Se le empiezan a ver las dimensiones, el surco que dejó en el camino detrás suyo. Y casi como en un cuento de magos la conciencia se abre. Lleva tiempo para un hombre darse cuenta de sus errores y su tozudez. Darse cuenta de que ese mundo delante suyo es más grande que él.
Eso, digo, la deconstrucción.
Eso, digo, la postura de un cuerpo de hombre ante la avanzada de cientos de jugadoras de fútbol que patean la pelota de un modo que ese hombre no. Eso, digo, la transformación. El estruendo a través del denso aire de la historia.
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Mi nombre es Candela Bermejo. Tengo 20 años. Arranqué a jugar al fútbol más en serio a los 17 años en la UAI Urquiza. Hoy juego en Platense, soy central. Antes había jugado toda mi vida pero de manera recreativa, con mis hermanos, con mis amigos, mis compañeros… Siempre sufrí un poco el tema de la discriminación porque no estaba bien visto. En el colegio era la marimacho por jugar con los varones.
Me acuerdo de que en un momento empecé a meter goles, tirar caños, y los pibes ya no querían que jugara más con ellos. Mientras mejor jugaba más me discriminaban. Andá a jugar a la rayuela, andá a jugar a la soga, me decían… A las chicas que querían sumarse y no sabían les decían que no directamente, pero no las insultaban. A mí, en cambio, me bardeaban.
Me molesta no haber empezado a entrenarme en serio de más chica, porque veo el tiempo que perdí. Si hubiera arrancado a los 5 o 6 años como hace cualquier chico hoy por hoy, estaría mucho más preparada y sería mejor jugadora de lo que soy. Cabecearía mejor, sería más tiempista. Pero de más chica no me daba cuenta de esa falta. El espacio que tenía estaba bien y no reclamaba otro porque no conocía que existía.
Por suerte, las cosas están cambiando. Para mí, la profesionalización es el todo, el ideal. Pero aún luego del anuncio del Chiqui Tapia creo que falta un montón. Me encantaría poder decir que soy futbolista, pero sé que hoy en día no es la realidad. Aunque en mi cabeza y en mi agenda más del 50 por ciento lo ocupa el club. Lo tarde que vuelvo a mi casa por entrenar, las horas que paso en Platense, las ganas con las que espero el fin de semana a ver si estoy en la lista de las citadas, si voy al banco o si juego…
Mi viejo no puede creer lo que está pasando. Que se vaya a profesionalizar, que su hija vaya a cobrar por jugar al fútbol… No lo puede creer. Y ahora se ríe por cómo pensaba antes, porque mi viejo es re machista. Yo lo estoy deconstruyendo un poco. Es un proceso difícil. Cuando era chica él era de los primeros en decirme que la pelota es para los varones, y no me llevaba a la cancha por ser mujer. Llevaba a mis primos o a mi hermano, a quien nunca le interesó el fútbol, pero los llevaba por el simple hecho de ser hombres. Pero de a poco lo entendió y ahora sigue la campaña de Platense.
¿Mi sueño? Crecer como futbolista y achicar cada vez más la brecha con lo que es el masculino. Dedicarle más tiempo y más ganas y más todo a esto. Y si un día soy madre, saber que si mi hija elige jugar a la pelota, va a tener la posibilidad de vivir de eso si lo desea.
Por eso a una chica joven hoy le diría que se entrene. Que se entrene y que juegue, porque se le vienen cosas buenísimas por delante. Más cosas buenas que malas, sin lugar a dudas. Lo peor del fútbol femenino ya pasó. De acá en adelante no hay vuelta atrás.
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