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Murió Marcos Uranga, el argentino que cambió el mapa mundial del polo
Estuvo al frente de la Asociación Argentina de Polo (1983-1987) y era un apasionado del deporte
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Ya había pasado su ciclo de cuatro años al frente de la Asociación Argentina de Polo (1983-1987), pero en aquel noviembre de 1988, debajo de la cancha 1 de Palermo, Marcos Uranga mostró un costado de su pasión por el deporte. “Vení, tomemos algo. Contame de Seúl. No del doping de Ben Johnson. Hablame del espíritu olímpico”, fue su frase. Hablamos hora y media fácil, con muchos saludos de allegados de por medio: siempre fue muy querido. Al concluir, una frase marcó su sentir: “Almorcemos otro día. Quiero saber más. Ya organizamos un Mundial. Pero mi gran sueño es que el polo vuelva a ser olímpico”.
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Si algo identificó a Marcos Uranga toda su vida fue su rol emprendedor. Amigo, anfitrión por naturaleza, familiero, consejero de quien lo necesitara, comprensivo, todo junto en la misma persona, sí, pero emprendedor nato. Le gustaban los deportes. Arrancó por el rugby: lo apasionaba. Y hasta hace un par de años solía juntarse con sus viejos compañeros del Belgrano Athletic, club donde llegó a integrar el plantel superior desempeñándose como medio scrum. Después llegó su vínculo con el polo. Y las mil historias del hombre que cambió el mapa internacional de este deporte.
Nacido en Buenos Aires, contador público, dedicado a todo lo concerniente con el mundo agropecuario e hijo de Carlos Uranga (destacado jugador y dirigente, que marcó el primer gol en las canchas de Palermo, en la inauguración en 1928), Marcos se ocupó de los campos de la familia en Villa María (Córdoba) y en la localidad de Uranga, pegada a Rosario. Cuentan que los fines de semana viajaba desde el campo cordobés en sulky los sábados, para jugar los domingos y emprender la vuelta. Eran tiempos románticos, sin autos para movilizarse. Pero nada lo iba a frenar.
El polo le dio amistades múltiples. E ideas. Difícil era que un pensamiento suyo no fluyera a modo de iniciativa. “¿Y si hacemos tal cosa?”, “¿Y si generamos una competencia que reúna esto y aquello?”, soltaba en rueda de íntimos. Invariablemente, la idea mutaba en realidad. Así, el polo comenzó explorar nuevos caminos. Como en aquel 1978...
Se iba a jugar el Mundial de fútbol en la Argentina, con el equipo dirigido por César Luis Menotti que lograría el primer título para nuestro país. Tiempos difíciles por cierto. ¿Qué pensó Uranga? “Es el año del Mundial, ¡hagamos también un Mundialito de polo!”. Fue en el Jockey Club, de San Isidro, entidad en la fue ocupó el puesto de Capitán de Polo. Junto con el entonces presidente, Roberto Vázquez Mansilla, fomentaron el crecimiento y hasta propiciaron la creación de las canchas dentro del Hipódromo. Jugaron 24 equipos, 12 con polistas argentinos y otros 12 con extranjeros. Ganó el Jockey Club, el equipo de Uranga, junto con su cuñado, Rodrigo Rueda, Juan Pedro Pierrou Gassiebayle y Juan Lalor. Torneo que fue un clásico de otoño y hasta le sumó, años más tarde, el Mundialazo.
Su entusiasmo y su capacidad lo llevaron a meterse en el ruedo político del polo. Primero como vicepresidente (de Cristian Zimmermann), y luego, al frente de la AAP, entre 1983 y 1987. Le tocaron un par de bravas. Una epizootia equina interrumpió el Abierto de Palermo en 1985. ¿Se canceló? No, gestionó y en abril-mayo de 1986 se jugaron semifinales y final de Hurlingham y de Palermo. “Con buena voluntad, todo se puede”, razonó. En otra ocasión, las lluvias retrasaban los torneos de la Triple Corona. “¿Qué pasa si sigue lloviendo, Marcos? Los jugadores se van a Estados Unidos en enero”, le preguntamos. “Mirá, mientras jueguen antes de fin de año, no hay problemas. Será una final de Palermo con sidra y pan dulce”, respondió fiel a su filosofía de vida.
Pero el Uranga dirigente no se quedó ahí: antes de conducir la AAP fundó, en 1982, la Federación Internacional de Polo (FIP), entidad que hoy aglutina a 81 naciones. Y pensando siempre en los Juegos Olímpicos, un día imaginó: “Si no podemos jugar porque los demás no tienen los cracks que tenemos nosotros, hagamos una competencia con handicap más accesible”. Ahí nació el Mundial de Bajo Handicap, hasta 14 goles. El primero se realizó en Buenos Aires, en 1987.
“¿Cómo lo hacemos Marcos? Nadie puede venir con sus caballos porque no hay plata para pagarles el traslado”, lo desafiaron. “¿Cuántos son, 120, 150 caballos? Los conseguimos todos nosotros y los sorteamos entre los equipos por categoría. Vamos, empecemos con la convocatoria a los criadores. Hagamos que todos se sientan parte de este gran proyecto”. El Mundial se disputó con esa modalidad en lotes de caballos, con el sistema a la americana (todos contra todos, entre cinco países) y la Argentina se coronó con un empate agónico (14-14) frente a México, con un penal del lugar marcado por Esteban Panelo. El festejo fue total. Un conjunto que tuvo, en varios partidos, a un joven con proyección: Bautista Heguy (17 años) y como coach al mítico Alberto Pedro Heguy, una de las glorias de Coronel Suárez. Integraban ese plantel Diego Dodero, Martín Vidou y Martín Sirvent. En total, la Argentina ganó cinco veces el Mundial: 1987, 1992, 1998, 2011 y 2017.
El Mundial y la FIP derivaron en otros emprendimientos que Uranga concibió como “satélites” para desplegar sus dotes de anfitrión y agrandar “la familia del polo”. Así nacieron la Copa de los Embajadores y luego la Copa Bodegueros, dos torneos en los que reinaba la confraternidad, la amistad. Tiempo más tarde, pensó en la familia, en algo novedoso. “Padres e hijos, eso es. Vamos para adelante”, y se empezó a desarrollar una competencia muy especial. Porque si bien hay muchos casos de padres jugando con hijos, no todos tienen la posibilidad de disputar certámenes de mediano y alto handicap bajo esa modalidad. Marcos les abrió las puertas a una experiencia fascinante a quienes no tenían esa chance.
Familia, una palabra sagrada para Marcos Uranga. Que en 1969 se casó con Silvia Rueda, integrante de un grupo de once hermanos. Juntos tuvieron 7 hijos: Valeria, Marcos (h.), Delfín, Diego, Mariano, Paula y Juan. Y ya más de 20 nietos. Delfín, integrante del plantel que ganó el tercer Mundial de Bajo Handicap en 1992 en Santiago, de Chile, será el mes próximo el nuevo presidente de la Asociación Argentina de Polo (AAP), siguiendo los pasos del padre.
De profunda creencia cristiana y motorizador de encuentros religiosos dentro del ambiente polístico, Marcos Uranga mostró de qué estaba hecho en aquel 1966, cuando fue a disputar la temporada británica. Justo en el momento en el que los ingleses estaban algo exaltados por el gesto de Antonio Rattín en el partido del Mundial de fútbol, donde el capitán argentino fue expulsado y salió apretando al paso uno de los banderines del córner con los colores de ese país, generando el griterío de todo Wembley: “¡Animals, animals!”. Días más tarde, Uranga organizó un encuentro especial: polo en bicicleta. Argentinos e ingleses. Entre los invitados estaba el príncipe Felipe de Edimburgo. Se divirtieron mucho. Disfrutaron todos. El “¡Animals!” había quedado en algo anecdótico. Finalmente, el destino quiso que ambos, amigos fallecieran con 24 horas de diferencia.
Marcos Uranga tenía 84 años y su alma se apagó para siempre. “Un gran tipo, por encima de todo. Y con lo que hizo en su vida, imaginate lo que eso significa”, lo describen quienes lo conocieron más. Alberto Pedro Heguy, 17 veces campeón del Abierto de Palermo, lo recuerda especialmente desde su campo en La Pampa...
“Siempre recuerdo lo que una vez dijo mi hermano Horacio: ‘Marcos Uranga es la persona que más hizo históricamente por el polo mundial’. Y fue así nomás. Lo conocía mucho antes de ser familia, de cuando jugábamos en el intercolegial. Me impresionaba que vivía imaginando el futuro. Siempre, incluso hasta estos años, cuando venía a La Pampa y me visitaba. Fue un dirigente que estaba lejos de promover litigios. Cuando asumió en la Asociación, nos juntó a los jugadores del Abierto y cuando salimos le comenté a Horacio: ‘Es impresionante todo lo que quiere hacer. Preparate porque nos va a hacer jugar al polo en la Plaza de Mayo’. Y lo que se propuso, lo hizo”, enfatizó Alberto Pedro, que terminó siendo consuegro de Marcos a partir del casamiento de su hijo, Pepe Heguy, con Paula Uranga.
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“¿Es cierto entonces que los atletas de un equipo van a alentar a los de otro deporte, que comen juntos, juegan a las cartas y hasta les piden autógrafos a los cracks de otros países?”, preguntó Marcos con los ojos bien abiertos y una media sonrisa de asombro aquella tarde de 1988 en Palermo. La Argentina había ganado las medallas doradas en París 1924 y Berlín 1936, año a partir del cual se excluyó al polo del programa. “¿Ves? El polo no puede estar ajeno a eso, tiene que volver ahí, al mundo olímpico, ser parte”, fue su convicción. Acaso su gran sueño pendiente y por el que, seguramente, seguirá haciendo gestiones desde dónde esté. Imposible imaginarlo de otra manera.
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