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Mundialito
Joao Havelange mira a la cámara y responde: “Yo no hago política. Hago deporte”. En Mundialito, un documental recientemente estrenado por el cine uruguayo, desfilan sin embargo botas, votos y goles. “Los que afirman que el deporte no tiene nada que ver con la política o realmente no saben nada o es que saben demasiado”, me dice Gerardo Caetano. Historiador y analista político, Caetano, delantero de Defensor y futbolista en pleno Mundialito uruguayo de 1981, es un narrador clave del documental. Mundialito evoca el plebiscito que la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985) convocó para seguir controlando la política. Y habla del Mundialito que serviría para festejar un triunfo político que el poder daba por descontado. Pero el pueblo uruguayo les dijo No a los militares. Cuarenta días después, la celeste ganó el Mundialito. Y la gente –me dice Sebastián Bednarik, director del documental– celebró cantando por primera vez en las calles: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.
En The 16th Man, otro documental “deportivo” exhibido en el Festival de Cine Sudafricano que se celebró la semana pasada en Buenos Aires, François Pienaar, capitán de los Springboks campeones del Mundial de 1995 en la Sudáfrica posapartheid, acepta sin problemas que ese triunfo fue “mucho más que rugby”. The 16th Man, premiado como mejor documental de 2010 en un reciente festival sudafricano, repite la historia de Invictus, el film de Clint Eastwood, sólo que no es Morgan Freeman ante extras quien viste el gorro de los Springboks. Es Mandela en persona. Y no lo hace ante extras de Hollywood. Lo hace en pleno mitin del Congreso Nacional Africano (CNA). La cámara muestra caras de estupor, porque Mandela pide a su gente que hinche por el opresor blanco.
También son reales las lágrimas de James Small, wing de los Springboks, cuando recuerda su visita, en pleno Mundial del 95, a la prisión miserable de Robben Island en la que Mandela pasó 18 de sus 27 años encarcelado. Son dos de los momentos más notables del documental producido y narrado por Freeman y difundido por ESPN. Justice Bekebeke, un luchador negro que se resiste al pedido de Mandela de alentar a los Springboks, sale a la calle en plena final y se da cuenta de que no hay nadie más que él, porque todos, negros y blancos, miraban el choque contra los All Blacks neozelandeses. “Mi odio –dice Bekebeke– me estaba dejando solo.” La pelota vuela hacia los palos. La imagen es de hace quince años, pero Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, sufre como si fuese hoy. Gesticula y sugiere que ese drop-goal decisivo de Joel Stransky en la final evitó una guerra civil.
El documental, como el libro de John Carlin (Playing with the enemy, El factor humano en español), da mayor contexto que Invictus al horror del apartheid. Los Springboks y el rugby, dice The 16th Man, fueron sabiamente utilizados por Mandela como herramienta política. Mundialito muestra que también la dictadura cívico-militar de Uruguay quiso utilizar a la “celeste” y al fútbol. “En Uruguay –me dice Caetano– hay dos momentos en los que el 95 por ciento de la sociedad se detiene: el día de elecciones y cuando juega la celeste.” El plebiscito convocado por los militares paralizó a Uruguay el 30 de noviembre de 1980. Los grandes diarios apoyaron el sí a la reforma constitucional de la dictadura. Gallup pronosticó el triunfo. El 57,2 por ciento (casi un millón de uruguayos) votó, sin embargo, por el no. Se festejó como se pudo: con limpiaparabrisas encendidos y sonrisas cómplices en las calles, y cientos de “cumpleaños” que sirvieron de excusa para el brindis. Primera vez que una dictadura convoca a un plebiscito y lo pierde, dijo la prensa internacional.
El 30 de diciembre, un mes más tarde, comenzó el Mundialito. La fiesta en el Centenario tenía un doble objetivo: consuelo del “trauma” de no haber siquiera clasificado al Mundial de Argentina 78 y celebrar el cincuentenario de la conquista del Mundial de 1930. La FIFA apoyó la idea. “Yo respeto al gobierno que está. Si es bueno o es malo no es mi decisión”, dice Havelange, uno de los tantos personajes que aparecen entrevistados en Mundialito.
El torneo, cuenta a su vez el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, fue posible porque apareció “un tal Silvio Berlusconi” con dinero fresco a cambio de los derechos de TV. Uruguay, Italia y Holanda (que reemplazó a Inglaterra, único campeón mundial ausente) formaron el más accesible Grupo A. La Argentina, con Diego Maradona; Brasil, con Sócrates, y Alemania quedaron en el B. Uruguay y Brasil ganaron sus grupos y jugaron la final el 10 de enero de 1981. Brasil prometió revancha del “Maracanazo” de 1950. Ganó Uruguay 2-1.
El arquero y capitán de la selección campeona, Rodolfo Rodríguez, dice que jamás hubo homenajes por el título. Su compañero Fernando Alvez, acaso más cínico, cuenta que, una vez advertidos de la importancia del Mundialito y de su condición de “payasos de lujo”, el plantel exigió un automóvil como premio extra. La dictadura, que primero miró con desconfianza al Mundialito, se terminó apropiando del torneo. Un capitán de navío (Yamandú Flangini) fue elegido por los clubes para asumir como presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF). Y las comisiones organizadoras del Mundialito tenían más de un setenta por ciento de marinos. En la de Tesorería y Finanzas estaba Tabaré Vázquez, en su calidad de presidente del club Progreso. Vázquez, presidente uruguayo de 2005 a 2010, se negó a ser entrevistado. Y su gobierno negó a Mundialito el carácter de “interés nacional” que Bednarik sí había logrado para sus dos películas anteriores (La Matinée y Cachila).
“Hay gente a la que no le gusta la música y entonces silba”, me cuenta un periodista amigo uruguayo que atinó a responder el vicealmirante Hugo León Márquez cuando un corresponsal le preguntó por los silbidos que se habían escuchado a la banda de la música de la armada el día de la inauguración. La leyenda popular atribuye a Márquez otra frase más célebre: “Estábamos al borde del abismo, pero dimos un paso adelante”.
El día de la final, cuenta el periodista Jorge Crosa en el documental, la gente en el Centenario sintonizó la transmisión de Víctor Hugo Morales en Radio Oriental. “Eleven el volumen y escuchemos la canción”, pidió Crosa. En lugar del himno oficial aprobado por los militares, se escuchó una versión más rebelde. “Uruguay/ te queremos/ te queremos ver campeón…”. Con el triunfo, “el penal estalló, fue la única vez en trece años de cárcel en la que celebraron presos y soldados”, cuenta Marcelo Estefanell, ex militante tupamaro. “Fue una fiesta compensatoria”, añade José “Pepe” Mujica, actual presidente uruguayo, también él preso, y en condiciones infrahumanas, en pleno Mundialito. Había pasado un mes del plebiscito. La fiesta ahora era pública. El Mundialito, imaginado como un Mundial 78, terminó siendo un bumerán. La dictadura se endureció del 82 al 84 y se fue recién en el 85, tras su secuela de despidos, tortura, exilio y muerte.
El amigo Robert Kempe me avisa desde Alemania que del 25 al 30 de marzo organizará en Berlín el octavo Festival Internacional de Cine de Fútbol. Suelen verse allí trabajos como Mundialito. “Nuestro fútbol, a diferencia de nuestra política, que es más democrática, es el espacio épico de nuestra sociedad. De construcción de mitos, de historias fabuladas. La historia de nuestros países –me dice Caetano– no puede omitir el fútbol.” Hace treinta años, en las concentraciones de Defensor, para no ser marcado como un “bicho raro”, estudiaba historia a escondidas. Pero “ser futbolista –me cuenta Caetano– me ayudó enormemente a interrogar a la sociedad”.
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