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Mirá el trompito
Entre los muchísimos chistes de Mafalda que recuerdo, hay uno protagonizado por Manolito y por Guille, el hermanito de Mafalda, que me gusta mucho. En el primer cuadro, Guille le extiende a Manolito un hermoso juguete (probablemente un colectivo, creo recordar), para que le haga el favor de darle cuerda. Manolito acepta el desafío. Como aplica excesivo vigor a la tarea lo que consigue es que el juguete estalle en mil pedazos, ante la mirada atónita de Guille. Al hijo del almacenero se le ocurre una idea salvífica. Exhibe la manivela de la cuerda, la hace girar sobre su eje, y le dice a Guille: "Mirá el trompito, Guille. Qué lindo el trompito, ¿no?". El nene inicia un llanto desconsolado y la conclusión de Manolito ante Mafalda es definitiva: "Si este chico no aprende a valorar las pequeñas ganancias de las grandes pérdidas, va a sufrir mucho".
Como tantas cosas escritas por Quino, además de causarme gracia, la historia me deja pensando cada vez que la evoco. Cuántas veces, en la vida, nos vemos obligados a decidir si estamos ante un hermoso ómnibus destrozado o ante un trompo cromado listo para estrenar.
Mi balance del partido que la Argentina le ganó a Irán con el zurdazo agónico de Messi me pone en la situación de Guille: ¿Con qué me quedo? ¿Con el desastre o con el hallazgo?
Si quiero caminar un poco por el lado optimista de la vida, me tranquilizo diciéndome que los iraníes jugaron el partido de su vida. Son cosas que pasan. El rival te agiganta. Jugaron tal vez el partido de su vida y lo jugaron limpio. No se dedicaron a surtir patadas a diestra y siniestra, ni pretendieron hacer de chicle los tiempos muertos. Se pararon bien ordenaditos atrás y lanzaron algunas contras cuando pudieron. Y si alguien me dice que "Así no se puede jugar" les recuerdo que parar dos líneas de cinco no está prohibido ni por el reglamento del fútbol ni por la Convención de Ginebra. Y al Barcelona, sin ir más lejos, los rivales se le pararon así durante tres o cuatro temporadas de Liga y de Champions y algún partido que otro ganaron, esos muchachos, de modo que no jorobemos.
Si quiero seguir por la senda luminosa de la vida, puedo congratularme de que Lionel Messi hizo aquello que los argentinos le vienen pidiendo más o menos desde Alemania 2006: que extraiga un conejo de la galera y saque las papas del fuego cuando dichos tubérculos están a punto de incendiarse. Eso que le vimos hacer cien veces jugando para su club. Eso mismo. Bueno, el pibe lo hizo, después de noventa minutos en los que no le salía ni la tabla del uno. Mejor todavía, para la edificación de esta épica de pasar del infierno a la gloria. Luego de un buen rato de estar con el cuadernito y el lápiz anotando "Argentina 4 puntos, Nigeria hay que ver, luna en cuarto menguante con ascendente en Piscis", pudimos revolear el lápiz y el poncho al grito de "Estamos en octavos, canejo" y cosas por el estilo.
En otras palabras: el trompito. Lindo juguete. Clásico. Horas de diversión para generaciones y generaciones de niños.
Claro que la otra opción es la de Guille. Dejar los ojos fijos en las piezas descuajeringadas del flamante ómnibus de nuestros sueños, y llorar en consecuencia. Y en esa senda, pensar que con los iraníes cualquier diferencia menor a cinco goles puede considerarse un fracaso, tomando en cuenta no sólo su currículum futbolístico general sino también el partido horripilante que habían jugado en su debut contra Nigeria, sumado a su capacidad para irse afuera con pelota y todo cuando intentaban hacer tres pases seguidos en el mediocampo.
Y sin embargo, con lo espantosos que son con la pelota en los pies, se las ingeniaron para meter unos cuantos contraataques furibundos que desnudaron -otra vez- que defensivamente a veces somos lo que se dice un cottolengo, vea. Y ya que estamos en la vertiente pesimista de la catarsis, agregar que si el árbitro no se compadece de Zabaleta en particular y de la Argentina en general, tendría que haber cobrado penal en ese balón que cierra sobre Dejagah. Porque seamos claros: ¿Zabaleta toca la pelota? Sí, la toca. ¿Despeja con el cruce? No, porque le pifia y la deja ahí nomás. ¿Se la lleva el iraní? No, no se la lleva, porque el argentino se lo lleva puesto a él después de impactarle en catorce lugares distintos y simultáneos del cuerpo. Es decir, penal grande como una casa, pero casa grande, con jardín y dependencias.
Como me estoy angustiando de puro pesimista, vuelvo a cruzarme de vereda, hacia donde calienta el sol. Y en uno de esos razonamientos enroscados que los futboleros utilizamos para encontrar paz donde no la hay, me digo: mejor que estas cosas pasen ahora, y no después. Porque seamos sinceros, desde diciembre a la fecha, cuando supimos qué países integraban la zona, ni se nos ha pasado por la cabeza que la clasificación a octavos podía complicarse. Es cierto, no lo pensamos nunca salvo el sábado, tipo dos y media de la tarde, cuando en cinco minutitos los iraníes lo pusieron a Romero a lucirse volando para todos lados. Entonces, como decía, podemos encontrar cierto sosiego pensando "Mejor jugar horrible contra Irán" y empezar a crecer después, ir "de menor a mayor" y todo eso. Cosa que es verdad como principio o como deseo, pero depende de que efectivamente los "cuatro fantásticos", o los "seis magníficos", o los "siete genios", o los "nueve maravillosos", o los "veintitrés intrépidos" (usemos el número que usemos y el adjetivo que queramos), en algún momento se pongan a jugar como saben y como se necesita, porque de lo contrario se nos prende fuego el rancho.
Una ventaja del partido desastroso que se jugó el sábado es que enterró el debate teológico-filosófico-pitagórico del 5-3-2 y el 4-3-3 que campeó a lo largo de toda la semana pasada, tan ocupados que estuvimos marcando el 9-1-1 pero no como disposición táctico-espacial del equipo sino para que el comando radioeléctrico enviase un patrullero a detener a esos muchachos vestidos de rojo que corrían a su antojo en las inmediaciones del arco de Romero con aviesas intenciones, Dios nos libre y guarde.
Ojo: si hay margen para mi duda metafísica de mirar el camión o el trompito, es porque Messi inventó un poema en cinco segundos y lo ganamos. Que si esa pelota pega en el palo y sale, hoy estaríamos dependiendo de no perder con Nigeria y de que Irán y Bosnia empaten y primores de ese tipo. Y el debate futbolero nacional sería de un salvajismo tal que, como diría mi madre, no queda títere con cabeza.
Lo único que espero es que los jugadores argentinos, que son en su mayoría excelentes, no opten por tapar el astro rey con la manito y comiencen a verter frases al estilo de "Tuvimos un partido bárbaro" o "Merecimos ganar por varios goles". No porque tema que nos convenzan a pura fuerza de dialéctica, sino porque prefiero que asuman que jugaron horrible, que pueden jugar diez, veinte veces mejor, y que empezarán a probarlo desde el miércoles.
Trompito o colectivo destrozado. Cada cual elige dónde se ubica. Ojalá que la selección, de ahora en adelante, nos evite semejante disyuntiva.
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