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Mil novecientos treinta y nueve, el año en el que Roland Garros fue cárcel
Eran más de quinientos prisioneros. Dormían sobre el cemento, acostados en “una fina capa de paja”, húmeda, porque había goteras. Acomodaban la cabeza entre los pies de otros dos presos. “Sistema sardina”. No había ventanas y el techo estaba inclinado en cuarenta y cinco grados. Ese techo era una tribuna del estadio de Roland Garros. Sólo tres meses antes, miles de aficionados habían aplaudido allí la primera final masculina enteramente estadounidense del Abierto de Francia de tenis. Las mismas tribunas donde hace veinte años Gastón Gaudio le ganó a Guillermo Coria la final argentina de París. Donde el domingo se definirá el segundo torneo de Grand Slam de 2024. Y donde hace ochenta y cinco años cientos de prisioneros, con mayoría de judíos antifascistas, avisaban allí hacinados que el nazismo se acercaba a París.
“Vimos la pequeña valla de alambre de púas alrededor del lugar que iba a ser nuestro campo de concentración”. Así describió su llegada a la prisión de Roland Garros, 2 de septiembre de 1939, Arthur Koestler en el libro Escoria de la tierra, que publicó dos años después en Londres. El periodista y escritor húngaro fue destinado al sector denominado “Segunda División”. También había una Primera y Tercera divisiones. Todos se juntaban para hacer ejercicios en la cancha número 3 (separada estaba la “División Francesa”, unos setenta delincuentes comunes que protagonizaron motines que fueron reprimidos a fuerza de bayoneta).
Koestler, entonces corresponsal de prensa, ya periodista de firma, era uno de los tantos “extranjeros indeseables”, casi todos judíos europeos que se habían refugiado en París huyendo del nazismo, pero que en 1939 fueron presos en cárceles improvisadas. Era la Francia que en esos días declaraba la guerra a Alemania tras la invasión a Polonia, pero que al año siguiente sufría la ocupación nazi. La Francia de Vichy, estado títere instaurado en 1940 por el mariscal Philippe Petain en plena Segunda Guerra Mundial, hasta la liberación de 1944. La cárcel de Roland Garros, una semana con soldados amables y comida aceptable, fue casi un paraíso para Koestler, comparado con las penurias que vivió luego en el campo de Le Vernet De’Ariege, hasta que Gran Bretaña logró su libertad.
En junio de 1939, apenas antes de convertirse en una prisión, Roland Garros celebraba el triunfo en damas de la local Simone Mathieu y en caballeros del estadounidense de 21 años William “Don” McNeill, teniente de marina en la Segunda Guerra, campeón luego en Argentina. Le ganó la final a su compatriota y favorito Bobby Riggs, que pocas semanas después logró tres títulos en Wimbledon (single, dobles masculinos y dobles mixtos). Eran tiempos de tenis amateur y Riggs embolsó cien mil dólares apostando por su triple victoria. Es el mismo Bobby Riggs que en 1973, con 55 años, después de vencer fácilmente a Margaret Court, que era la número uno del mundo, perdió contra Billie Jean King en la célebre “Batalla de los Sexos”. Años después, un documental reveló sospechas de que esa derrota le permitió pagar unas deudas de juego con la mafia.
En aquella realización de 1939, McNeill también ganó la final de dobles masculino, contra Jean Borotra, uno de “Los 4 Mosqueteros”, notable generación del tenis francés que ganó seis veces la Copa Davis y numerosos títulos de Grand Slam. Borotra fue designado por el régimen de Vichy como principal funcionario a cargo del deporte nacional. Pero el tenista terminó siendo encarcelado por la Gestapo, que lo acusó de “subversivo” y lo confinó primeramente en el campo de concentración de Sachsenhausen y luego en el Castillo de Itter, del que escapó en una huida cinematográfica. El Roland Garros de 1939 no contó en cambio con el alemán Gottfried Von Cramm, que había ganado el trofeo en 1934 y 1936. Casado con una banquera de familia judía, crítico del nazismo, Von Cramm, impedido de jugar el singles de París en 1937, fue arrestado un año después por la Gestapo, acusado de haber violado un artículo que prohibía la homosexualidad.
Un relato oficial niega la historia incómoda de que Roland Garros haya servido de cárcel. Sin embargo, entre otros documentos, allí está el libro de Koestler. Su cautiverio junto a disidentes políticos, comunistas, antifascistas, trotskistas, sociólogos, cineastas, sindicalistas españoles, checos liberales, socialistas italianos y alemanes, un chino, un senegalés, una familia georgiana, rusos peleados y periodistas, como él mismo, que además tenía pasado reciente de espía comunista. Koestler, que luego denunció las purgas estalinistas, estuvo cerca de morir ejecutado en la Guerra Civil española, fue sionista y abogó más tarde por un estado palestino, en contra de la pena de muerte y en favor de la eutanasia, hasta su suicidio en 1983, enfermo de Parkinson y leucemia.
“Nos llamábamos «los habitantes de la cueva»”, escribió en su libro de 1941, sobre aquella cárcel de Roland Garros. En una de las canchas, un cartel recordaba que allí había jugado Borotra. Koestler compartió prisión con hombres que fueron acogidos en París como “defensores del antifascismo”. Y que, de pronto, pasaron a ser “escoria de la tierra”.
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