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Messi, una lengua en extinción
Como no hablaba, lo apodaron "El Mudo". Pero él no hablaba, simplemente, porque ya no había ningún otro que hablara su lengua. Ese aborigen, según contaba muchos años atrás el cineasta alemán Werner Herzog en plena filmación en Australia, era el último hablante de una de las tantas lenguas en extinción. Hay otros, en cambio, que siempre hablaron demasiado. Vendedores de humo. La expresión, en la Roma antigua, aludía a los que vendían leña verde por leña seca. Uno de ellos, cuentan los historiadores, fue condenado a morir tragando el humo de sus leños verdes. "Fumo periit, qui fumos vendidit" (al humo perezca quien humo vende), ordenó el emperador romano Alejandro Severo. Otros engañaban alegando falsas influencias. "Venditio fumi", los castigaba el derecho romano. Pero "vende humo", ya aceptada por la Real Academia Española, es una expresión bien futbolera. Leo Messi la toma. "Nosotros -dice Messi- no vendemos humo".
"Tal vez, haber escuchado esa idiotez de que no jugó contra Marruecos porque quería ir a un bautismo hizo que, como me dijo un amigo, golpeara la mesa y se enojara". Me lo dice Martín Souto, coautor junto con Pablo González de la gran entrevista en la que Messi, rey del silencio, le habló a calzón quitado a cuarenta millones de argentinos durante más de una hora para decirnos que él, el mejor jugador del mundo, lo lamentaba, pero que tendremos que seguir aguantándolo, porque quiere seguir intentando ganar algo con la selección. Y que, aún para quienes reducen todo a una palabra ("actitud"), él seguirá fiel a su estilo. Sin vender humo. "Seguir jugando para Argentina hoy son razones del corazón más que de la razón", me dice Florence Torchut, corresponsal de France Football en Barcelona. "¿Qué pide Messi?", se preguntó días atrás Rafael Bielsa en LA NACION. "Que lo aceptemos, y nosotros –dice Bielsa– no le damos este mínimo pago".
Dos días después de la entrevista inédita a la radio Club Octubre, Messi salió al Camp Nou para jugar el clásico ante Espanyol. Su primera acción, que dejó en el piso a un rival casi diez años menor que él, se viralizó en cuestión de minutos. Barcelona, como suele sucederle a la selección, ganó gracias a él. Y eso que lleva unos meses con una pubalgia que redujo acaso como nunca antes su ritmo de entrenamientos y de partidos. Y que ayer lo hizo entrar solo para la media hora final en el increíble empate 4-4 en cancha de Villarreal. Pero la tontera, sabemos, puede ser universal. Allí está el diario Marca, madrileño, que quiso retacearle un gol a Messi en su estadística para la Bota de Oro. Y fanáticos como los del Espanyol, que califican de "Judas" y "traidor" a un pibe de veinte años de su club porque cambió camiseta con Messi, terminado el clásico. Son pocos. Pero de ruido amplificado. Favorecido por la generosamente llamada "era de la información".
Jordi Evole, el periodista catalán que acaba de entrevistar al Papa por TV (y preguntarle, entre otras cosas, si era un sacrilegio asegurar que Messi es Dios), pegó carteles en 2008 en calles de Buenos Aires con Leo como número diez de la selección de España. "Fui mucho a misa y hoy sigo creyendo pero solo en Leo Messi", dijo Evole en una entrevista. En el diario Sport ironizaron días atrás que, sin chances de jugar por España y en problemas con Argentina, Messi bien podría jugar entonces para la selección de Cataluña. Barcelona lo propuso para que la Generalitat lo condecore el 8 de mayo con la Creu de Sant Jordi, que distingue históricamente a quienes "hayan prestado servicios destacados a Cataluña en la defensa de su identidad o, más generalmente, en el plano cívico y cultural". Barcelona, que no se cansa de hacer fichajes millonarios, tiene apenas una Champions en los últimos ocho años. No hay forma de reprocharle esa falta a Messi.
Los ídolos deportivos son multiuso. En el bien y en el mal. Messi puede ser entonces D10S. Y en esa exageración, la preparación del atleta, llámese selección de fútbol o Generación Dorada , es expuesta como un sacrificio humano épico. Y los insultos de una minoría al líder de una selección "culpable" de haber llegado a tres finales, son denunciados como el más injusto de los maltratos.
Es la crueldad de la alta competencia. Solo cuenta el resultado. La Generación Dorada también perdió alguna final. Sabiendo, eso sí, como dijo el gran Manu Ginóbili en su despedida, que "en cada cancha" eran un "puño cerrado. Que si ganábamos la íbamos a pasar muy bien, pero si perdíamos la íbamos a pasar mejor aún porque nos íbamos a decir cosas invalorables". Discurso precioso. Y, por las razones que fuere, difícil de escuchar en el mundo siempre más resultadista del fútbol. Ese mundo que tiene un lenguaje universal y otro en extinción. El que, conceda o no entrevistas, solo habla Leo Messi.
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