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Menotti, Bilardo y la casualidad, pero mejor no tentar a los demonios
Javier Mascherano construyó su carrera desde la repulsión por la condescendencia. Su inconformismo brotó después de golear a Haití, un ensayo tan insustancial que nunca engañaría a alguien que justo acababa de adueñarse del récord de presencias en la historia de la selección argentina. "Tenemos que conocernos todavía, hay muchachos con los que prácticamente no hemos jugado", analizaba. Es cierto. Armani y Ansaldi no suman ni un minuto en el ciclo de Jorge Sampaoli. Lanzini y Messi coincidieron por primera vez en el amistoso contra los caribeños. Como Lo Celso y Mascherano. Mercado y Otamendi nunca fueron la zaga central de la selección. A Salvio no le sobra oficio como lateral. Pavón e Higuaín aún ni se cruzaron en un partido. Se atropellan los ejemplos. Como Messi y Dybala, a los que le faltan horas de rodaje y complicidades en un campo.
Por eso estallan inconvenientes tantas horas libres. No por desconfianza, sino por las urgencias de una selección en construcción. La Argentina necesita abrazar una idea para que se afirme un equipo. Solo los entrenamientos, y ese insondable que es la convivencia, son los únicos atajos reconocibles. Especialmente cuando desde el cuerpo técnico se subrayó el perjuicio de adelantar un día el viaje a Jerusalén y se boicoteó la visita al papa Francisco en el Vaticano. Los argumentos, y los lamentos, siempre apuntaron en la misma dirección: se perdería tiempo de trabajo. Esa contradicción no la disimula ninguna sobrecarga muscular.
¿Encerrar a los futbolistas asegura la victoria? Claro que no. Las horas libres no son la discusión, sino las prioridades. Que en un equipo que todavía persigue un estilo sea más trascendente la distracción que robustecer la partitura y fortalecer su espíritu de cuerpo parece extraño. A veces el camino a una Copa del Mundo no lo explica todo. Si lo sabrán Marcelo Bielsa y los favoritismos en 2002. Hasta los campeones del mundo encontraron respuestas casi de casualidad. Para México 86 se sumaron a último momento jugadores que no habían pertenecido al ciclo de Bilardo, como Enrique, Tapia, Zelada, Almirón..., muy poco Bochini, y quedaron afuera soldados como Russo, Gareca, Trossero y Ponce. Esa selección comenzó con línea de 4 (Clausen, Brown, Ruggeri y Garré), y durante el torneo aparecieron Cuciuffo, Olarticoechea y Enrique para redefinir un esquema con líbero, stoppers y carrileros. Rumbo al primer título mundial, Carrascosa fue titular y capitán hasta el último amistoso de 1977, y en abril de 1978 todavía jugaba Maradona en el equipo de Menotti. Los descuidos hicieron estragos de Suecia 58 a México 70 y esas selecciones lo pagaron. Pero también el equipo de Basile llegó a entrenarse en una plaza antes del Mundial 94 y luego brilló hasta el efedrina gate. Por eso no hay fórmulas ni manual. Sí, se presentan como ventajosas sostenidas dosis de trabajo para acorralar al azar y no tentar a los demonios.
La Argentina irá a Rusia con ocho mundialistas. Son 12 los jugadores que tienen diez o menos partidos en su curriculum de selección. Con un promedio de edad de 28,78 años será el segundo plantel más viejo de la Copa. Quizá falte experiencia en las grandes citas y sobre veteranía para jugar cada cuatro o cinco días. Nada es determinante, nada garantiza el éxito ni adhiere al fracaso. Revolver encontrará biblioteca para las dos corrientes. Pero nadie puede discutir que la Argentina arrastra un déficit de funcionamiento. Con Ecuador, la noche de la angustiante clasificación en Quito, la selección se defendió con Mascherano en una línea de 3, Enzo Pérez resultó clave, el N°9 fue Benedetto, y su suplente, Mauro Icardi. Ni asomaban por el ciclo ‘Willy’ Caballero, Tagliafico, Armani, Lo Celso, Pavón, Ansaldi, Meza... Ocurrió hace ocho meses, nada más.
No es culpa de Sampaoli haber asumido en emergencia, sin margen para probar y volver a probar. Sí es su obligación rentabilizar mejor el tiempo. Y no se trata de sospechar de los futbolistas ni clausurar con llave las habitaciones del Hotel Princesa Sofía, en Barcelona. Sino de sumar conocimiento, empatía, química. Sociedades. No es necesario correr todo el tiempo ni a toda velocidad para afinar la sintonía. Es preferible un sistema en el que todos crean, antes que el esquema perfecto. Pero el arte de la persuasión solo se ejerce ante un auditorio presente. Para convencer a un jugador no es trascendente hacerlo transpirar.
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