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Medio siglo en Brasil
Alemania gana 7-1 y el ídolo David Luiz se desploma arrodillado. Le reza a Jesucristo. Postal inolvidable del año que hoy termina. Dilma Rousseff, insultada en los estadios mundialistas, y tres meses después reelegida presidenta, promete cambios drásticos en el deporte de Brasil. Las "novedades" llegan en diciembre: los clubes, centro de debate en plena crisis del 7-1 por el descontrol de sus cuentas, son autorizados por el Congreso a refinanciar deudas. Pagos de 240 meses y quitas de hasta un setenta por ciento. Un nuevo salvavidas. Sin pedir nada a cambio. La segunda novedad se concretará mañana, cuando Dilma inicie su segundo gobierno con nuevo e inesperado ministro de Deportes: George Hilton, evangélico como David Luiz, pastor de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) y expulsado en 2005 del extinto Partido del Frente Liberal (PFL) tras ser detenido en el aeropuerto de Belo Horizonte con unos 600.000 reales, supuesta contribución de los fieles. La ironía, en medio de críticas y decepción, la leí en las redes sociales: "¿Acaso les cobrarán un diezmo a los atletas de los Juegos Olímpicos de Río 2016?".
El deporte, afirman los críticos, no aparece en los 48 proyectos ni en los 93 discursos de Hilton como diputado. Pero su nuevo partido, PRB (Partido Republicano Brasileño, bien cercano a IURD) aporta 21 diputados y un senador, valiosos para el segundo difícil mandato de Rousseff. Tras el Mundial, los 12 estadios de la Copa, construidos a precios obscenos, albergaron 218 partidos con una media de 18.300 personas, además de conciertos de Paul McCartney, Beyoncé, casamientos masivos y celebraciones evangélicas. Están lejos las protestas masivas de los días previos al Mundial. La última protesta política de diciembre incluyó a ciudadanos furiosos por la reelección de Dilma. Pedían la vuelta de los militares que derrocaron en 1964 al presidente Joao Goulart y permanecieron 21 años en el poder. Medio siglo más tarde, en el mismo año del Mundial y de las elecciones, los crímenes de la dictadura brasileña (1964-85) tuvieron por fin dictamen oficial. Y el fútbol, dicen los documentos de la Comisión Nacional de la Verdad (CNV), tampoco quedó a salvo.
La escritora Eliane Brum cuenta el horror a través de los testimonios de los que entonces eran niños. De Ernesto Carlos Dias do Nascimento, dos años y tres meses, a quien simulaban torturarlo para hacer hablar a su padre, que estaba a metros de él, colgado de una barra de hierro, cabeza abajo, sufriendo golpes y descargas eléctricas. De Angela Telma de Oliveira, tres años y medio, que todavía recuerda hasta cómo estaba vestido su padre cuando lo ejecutaron delante de ella. O de Joao Carlos Schmidt de Almeida Grabois y Carlos Alexandre Acevedo, nacidos en cautiverio, en medio de torturas y amenazas, suicidados ambos en 2013. Brum se pregunta cómo puede ser que haya brasileños que reclamen la vuelta de los militares. Son nostálgicos de las famosas "Marchas de la Familia con Dios y por la Libertad" que pidieron el golpe de 1964 invocando "la amenaza comunista", y que fueron apoyadas por empresarios, Sociedad Rural e Iglesia Católica. Y también por la prensa. "Es un recuerdo incómodo, pero que no puede refutarse", se disculpó el diario O Globo en 2013. Derrocado Goulart, volvieron a desfilar bajo el nombre de "Marcha de la Victoria". Le dicen a Brum que el 6 de diciembre pasado, por la Avenida Paulista, de San Pablo, sólo marcharon cuatrocientas personas. "Ciudadanos de bien", acaso como los que insultaban a Dilma llenos de ira en el Morumbí el día que comenzó el Mundial. "Me dicen que son pocos -escribe Brum-, yo digo que uno ya es mucho."
La Corte Interamericana de Derechos Humanos advirtió que el dictamen de la CNV es un paso, pero incumple la obligatoriedad de condenar penalmente a los 377 responsables de la muerte de 434 personas. Algunas de ellas, dicen los documentos, fueron torturadas en el estadio Caio Martins, de Niteroi, a cinco kilómetros de Río. Esa ex cancha de Botafogo fue cárcel de unas 1200 personas. Antonio Carneiro da Silva, líder sindical, llegó allí porque la patota que irrumpió en su casa en 1964 vio una Biblia de tapa roja. Comunista. Todos los presos fueron liberados cinco meses después. Y en agosto el estadio volvió a albergar partidos de fútbol. Otros 108 brasileños, estableció la CNV, fueron torturados por militares brasileños en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, casa de terror de Pinochet.
La dictadura vigiló a la selección tricampeona mundial de México 70, quizás el equipo más bello en la historia del fútbol. Echado el DT comunista Joao Saldanha ("Joao sin miedo") apenas antes del Mundial, quedaron el preparador físico Admildo Chirol, auxiliado por Claudio Coutinho y Carlos Alberto Parreira, todos formados en la Escuela de Educación Física del Ejército, igual que el teniente Raúl Carleso, preparador de arqueros, y que el capitán José Bonetti, supervisor. Jefe de la delegación fue el mayor brigadier Jerónimo Bastos, y jefe de seguridad, el mayor Roberto Ipiranga Guaranys, torturador del régimen. La Confederación Brasileña de Deportes (CBD) era presidida por Joao Havelange, que en 1974 asumió en la FIFA y fue reemplazado por el almirante Heleno Nunes. Quedó fuera de la selección Edú Antunes Coimbra, acaso el mejor defensor de Brasil en 1969, pero cuyo hermano Nando, futbolista y estudiante de Filosofía, cayó preso y fue torturado apenas después del Mundial. El hermano menor, el más famoso, se llama Zico. A Tostao le prohibieron que siguiera hablando de política. Y Pelé fue títere del dictador Emilio Garrastazu Medici. "Acepte señor presidente mis sinceros agradecimientos por elegir a este humilde brasileño" para "la honrosa misión de representar a su ilustre gobierno", escribe una carta Pelé a Medici, al inaugurar la Plaza Brasil, en Guadalajara, apenas meses después del Mundial. "No hay dictadura en Brasil, somos un pueblo libre. Nuestros dirigentes nos gobiernan con tolerancia y patriotismo." Pelé, que dijo estas palabras en 1972, contó décadas después que se negó a jugar el Mundial 74 "porque ya estaba infeliz con la dictadura".
El clima "Prá Frente Brasil" de México 70 y el llamado "Milagro económico", empujaron a Medici, que iba a las canchas con radio pegada al oído, a crear en 1971 el Campeonato Brasileño, uniendo por fin a casi todos los estados. Los 20 equipos iniciales subieron al doble tres años después, a 54 en 1976, a 74 en 1978 y al récord de 94 en 1979. Arena, el partido militar, precisaba votos en las elecciones controladas y el lema era "Donde a Arena le va mal, un equipo más al Nacional". La dictadura financió viajes de los equipos, perdonó impuestos y facilitó dinero para la construcción de 52 estadios, dos de ellos con el nombre de Medici y muchos otros con el de gobernadores eternos, socios civiles del dictador. Hubo sorpresas. Más de cien mil hinchas que colmaron el Beira-Río, de Porto Alegre, silbaron en 1972 durante los 90 minutos a la selección tricampeona mundial, en un amistoso que fue parte de la fiesta por los 150 años de la independencia de Brasil. No fue un acto de resistencia, sino de protesta porque el DT Zagallo había excluido del equipo a Everaldo, único jugador de Rio Grande do Sul que jugó en México. Otra vez en Porto Alegre, la policía reprimió en 1976 a los hinchas de Inter que hacían un minuto de silencio por la muerte de Goulart, presidente depuesto e hincha del equipo.
También hubo jugadores rebeldes. "Usaba mi tribuna porque yo quería vivir en democracia", dijo Reinaldo a la página web Trivela (Tres dedos), en un gran informe sobre fútbol y dictadura. El crack del Atlético Mineiro fue excluido de la selección después de que, en pleno Mundial 78, celebró un gol con el gesto de las Panteras Negras. Hubo más casos, pero el símbolo mayor, claro, fue la célebre "Democracia Corintiana". "Amnistía amplia, general e irrestricta", reclamaba ya en 1979 un cartel de Gavioes da Fiel, hinchada de Corinthians, contra Santos, ante más de cien mil personas en el Morumbí. Sócrates comandó al plantel que comenzó a salir a la cancha exigiendo elecciones libres, finalmente concretadas en 1985. En 1964, Corinthians tenía como presidente a Wadih Helu, colaborador del golpe. A su lado, pidiendo luego investigaciones contra "periodistas subversivos", estaba José María Marín. Es el hombre que aún hoy, último día de 2014, sigue siendo presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF).
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