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Marcela Rizzotto, la nadadora paralímpica que ganó dos medallas de oro y ahora tiende una mano como voluntaria en los Juegos Sudamericanos de la Juventud Rosario 2022
Fue reconocida como Maestra del Deporte Argentino y durante la cita rosarina profundizó el contacto con los jóvenes para generar una experiencia nueva
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Antes de tirarse a nadar pensó en el tiempo que había hecho dos años atrás. “Si yo hago la misma marca que hice en los Panamericanos de Brasil, salgo tercera”, se dijo Marcela Rizzotto. Ella imaginaba que no iba a ganar, pero al menos pretendía llegar al podio. Por delante le esperaba la prueba de pecho de 50 metros. La nadadora argentina nunca había ganado una medalla de oro en Juegos Paralímpicos y ésta era su segunda participación.
Corría el año 1980, la cita era en Arnhem, Holanda, sede oficial de los Juegos ya que la Unión Soviética no había accedido a acogerlos en ninguna ciudad rusa. Rizzotto ya había ganado una medalla de plata en los 25 metros de mariposa, pero se sentía débil por un fuerte resfrío que la aquejaba desde el inicio de las competencias.
La deportista que nació en Rosario el 21 de abril de 1948 y fue reconocida como Maestra del Deporte Argentino por el Congreso Nacional, recuerda los minutos previos de su hazaña mientras está el Parque Independencia de su ciudad natal junto a un grupo de voluntarios de los Juegos Suramericanos de la Juventud Rosario 2022. “Acá estamos como voluntarios para la atención de los deportistas, pero sabiendo lo que ellos sienten en estas instancias. Una usa toda la experiencia que tuvo y en el contacto con los jóvenes se genera una experiencia nueva”, dice Rizzotto.
En total son 870 voluntarios que realizan roles técnicos relacionados con la competencia: marketing, servicios médicos, prensa, educación y visitas guiadas. El programa de voluntariado contó con más de 5 mil inscriptos. Desde la organización sostienen que se hizo una apuesta a la capacitación de los jóvenes que participan en el evento internacional. Y Marcela se mezcla como una más. “Vuelvo a recordar mi primera medalla y me emociono como aquel día”, dice mientras un grupo de voluntarios escuchan con atención el relato.
La historia del primer oro
“Yo estaba tensionada, nerviosa. Ese resfrío me tenía mal. Ni siquiera fui a la ceremonia inaugural, me tenía que cuidar. Porque lo más importante es la competencia. Vas para eso, ¿no? En enfermería me decían: ‘Te tenés que quedar en cama’. Y yo les contestaba: ‘Yo vine a competir’”, recuerda. Horas previas a la prueba de pecho, Marcela López, también integrante de la delegación, le hizo masajes en todo el cuerpo y eso la alivió bastante. Entonces volvió a aparecer el recuerdo de Brasil 1978: “Tengo que hacer esa marca, la puedo hacer, sé que la puedo repetir”, se dijo.
“Y me tiré con todo. Nadé sin respirar hasta la mitad de la pileta. Cuando llegué a la meta miré el reloj y me dije: ‘Ese reloj no anda’”. Miles de pensamientos en milésimas de segundos. Así funciona la mente de un deportista de alto rendimiento. Marcela miró a su alrededor y advirtió que estaba sola, que había llegado primera. No había nadie más. Lloró en la intimidad de la meta.
Atrás llegaron Nella McPherson, de Jamaica, y Monika Lundborg, de Suecia. Así Rizzotto ganó su primera presea dorada. Como deportista es una de las máximas medallistas paralímpicas de toda la historia nacional. Participó en los Juegos Paralímpicos de Toronto 1976 y Arnhem 1980. En total ganó seis medallas en natación –dos de oro- y una de bronce en básquetbol en silla de ruedas.
—¿Qué punto de contacto hay entre ese pasado como deportista y este rol como voluntaria?
—Es el gusto por el deporte que tiene esa adrenalina que te lleva siempre en ir más adelante. En el deporte te rompés el alma entrenándote, pero qué satisfacción tenés cuando jugás un partido, corres una carrera o compartís con tus compañeros de equipo. Y el voluntariado tiene algo de eso. Aquí estamos compartiendo.
El equipo de voluntarias
Junto a Marcela están sus amigas Mónica Miras y Andrea Fainberg, también deportistas. “Ser voluntaria es ver el deporte desde otro lugar. Yo fui deportista toda mi vida y lo seguiré siendo. Compito a través de los que están compitiendo”, dice Mónica, quien no quiere aferrarse al recuerdo de lo que fue. “Me gustaría que todo el mundo sea voluntario alguna vez, porque aquí no se discrimina a nadie y cualquiera puede serlo”, agrega.
En tanto, Andrea, cree que participar en este megaevento donde hay miles de personas interactuando “es increíble”. Brindar contención y alegría a los jóvenes que llegan desde todo el continente es una de las premisas que tiene Fainberg en su rol de voluntaria. “Si llegaron hasta acá quiere decir que no son unos improvisados, pero siempre podemos guiarlos con la poca experiencia que tienen en su trayecto de vida”, remarca.
Fainberg tuvo un accidente muy grave en el 2001. Fue un vehículo que se adelantó a un colectivo en la ruta. Ella viajaba en moto, el auto la atropelló y el conductor huyó. Luego afrontó 23 cirugías y estuvo cuatro años postrada. “Pude salvar mi pierna, que no me la amputen, pero la salvé ‘rígida’”, recuerda. En 2008 empezó a entrenarse en aguas abiertas y desde ese momento “tengo una calidad de vida que nunca soñé”. “Las limitaciones que tengo son las que puede tener cualquier ser humano. Algunos pueden hacer algunas cosas y otras, no. Yo trato de poder hacer lo que quiero”, agrega Andrea.
En tanto, Mónica, quien tuvo secuelas de poliomielitis desde los nueves meses de vida y se moviliza en silla de ruedas, remarca que eso no la imposibilitó a llegar y conocer el deporte. “El deporte para personas con discapacidad comenzó a partir de las secuelas que dejó la poliomielitis. “Siempre me entrené en Newell´s Old Boys que nos abrió las puertas y allí aprendí que el deporte es inclusivo. Llegué a participar a mis 16 años en el Panamericano de Perú y obtuve nueve medallas”.
Deportistas de alta competencia
“Años atrás, cuando llegábamos de un torneo, teníamos que golpear las puertas de las radios y de los diarios y no nos daban bolilla. Pero ahora, los paralímpicos son de los eventos más vistos”, dice Rizzotto, quien cree que la sociedad ha evolucionado en torno a la inclusión. “Ya no nos ven como ‘pobrecitos, los renguitos’, nosotros somos deportistas de alto rendimiento”, agrega.
Rizzotto se formó deportivamente en el Club Rosarino de Lisiados. “Una vez me vieron en la calle y me convocaron del club. En mis comienzos hacía de todo: carrera en silla, básquet, bala, jabalina, tenis de mesa. Mi hermana Martha era nadadora, ella me enseñó a nadar. Empecé a nadar a los 24 años, ya me había recibido como bioquímica y como sentí que me iba muy bien me propuse competir”.
A metros del área de prensa, Marcela, Andrea y Mónica están rodeadas por un grupo de voluntarios. Ya se preparan para seguir recibiendo a los deportistas y recorrer los ocho clústeres a través del Corredor Suramericano del bulevar Oroño.
Ellas son símbolos del deporte y un puente con los jóvenes. “Yo he hecho deporte, tuve la suerte de ir a dos paralímpicos, un largo camino en el deporte adaptado. Esta es una buena forma de estar presente”, remata Rizzotto, quien participó hasta el Panamericano de México 1999. Veintiséis años de trayectoria que se condensan en cada gesto, en cada encuentro, en cada contacto con estos jóvenes que llegaron hasta Rosario a buscar algo más que una medalla.
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