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Maradona y la selección argentina: así comenzó la historia de amor hace 40 años
Se cumplen hoy cuatro décadas de la primera vez de Diego con la camiseta albiceleste; fue en un 5–1 a Hungría, en la Bombonera
Faltaban instantes para las 19.30 del domingo 27 de febrero de 1977. Fue entonces cuando, apenas 13 días después del Día de los Enamorados, comenzó una historia de amor: la de Diego Armando Maradona y la camiseta de la selección argentina.
“¡Maradona! ¡Maradona! ¡Venga!”. Dos veces debió llamar César Luis Menotti a Diego, que precalentaba junto a sus compañeros a un costado de la línea de cal de la Bombonera. La selección argentina ya goleaba 5 a 1 a Hungría y el entrenador decidió que era el momento indicado para hacer debutar al pibe de 16 años y 4 meses, que apenas 130 días antes había tenido su estreno en la primera de Argentinos Juniors. Sin saberlo, estaba escribiendo un capítulo fundamental de la historia del fútbol.
“Prepárese que va a entrar”. Con esa breve frase, el Flaco logró estremecer al chico. Se sentía confiado, pero cuando escuchó el primer “Maradoooooo” desde las tribunas, sus piernas se tambalearon y la emoción lo desbordó. Algo similar había sentido días antes, cuando el DT lo había citado al hotel “Los Dos Chinos”, donde concentraba el seleccionado mayor, y le había dicho que si el partido contra los húngaros lo permitía, lo iba a poner unos minutos.
“Va a entrar por Luque. Haga lo que sabe, esté tranquilo y muévase por toda la cancha”, fue la última indicación que recibió antes de ingresar a los 20 minutos del segundo tiempo.
“Lo que sabe” fue precisamente lo que hizo Pelusa, aún a años luz de ser rebautizado como El Diego o D10S. En ese puñado de minutos frente a los húngaros y en todo lo que le siguió después, en los 91 partidos que le tocó defender esos colores, con los que celebró 34 goles. Siempre hizo “lo que sabe”.
Su primer contacto con el balón fue casi instantáneo: Hugo Gatti sacó desde el arco, Américo Gallego la recibió y se la pasó. El pibe, con una melena enrulada negra que le tapaba la frente, habilitó a René Houseman. No fue gol, pero a Diego le sirvió para quitarse la ansiedad. Con el Nº 19 en la espalda recibió la primera gran ovación.
“Entonces, me serené del todo. Me alentaba Villa, me cuidaba el Tolo y Carrascosa me decía ¡Buena! ¡Buena!, aunque no la hiciera bien”, recuerda Maradona en su libro Yo soy el Diego.
Jorge Carrascosa , capitán del equipo argentino en el amistoso frente a los húngaros y durante buena parte de la era Menotti, recuerda aquel momento en diálogo con LA NACIÓN: “Se caía de maduro que era un distinto. Era muy evidente, más allá de su corta edad, que tenía unas condiciones bárbaras. Diego era un adolescente, pero aún sin saber de fútbol lo veías y te dabas cuenta de que era un elegido. Es lo mismo que pasa cuando ves esos videos de Messi cuando era chiquito, con la camiseta de Newell’s, en los que esquiva a todos los rivales y hace goles de todo tipo. No hace falta entender mucho para darse cuenta cuando se está en presencia de un futbolista diferente.”
Eran épocas fundacionales para la selección argentina. Tras años de desprolijidades se había convertido en “prioridad Nº 1” para la AFA. Desde su asunción tras el Mundial de 1974, Menotti había desplegado un plan de trabajo que abarcaba a todo el país, y tener un calendario internacional que jerarquizara y potenciara a los integrantes del equipo nacional. “Considerar a los futbolistas del interior, armar una columna vertebral y poder jugar frente a las potencias era fundamental. Todo eso lo fue construyendo César”, contextualiza Carrascosa.
En cada intervención justificó su inclusión en el plantel del seleccionado argentino. Pese a su juventud, tocó atinadamente la pelota y con buien criterior colocó precisos pases en profundidad.
Los seleccionados europeos solían jugar esporádicamente en la Argentina. La serie internacional de 1977, llevada adelante íntegramente en la Bombonera (mientras el Monumental y el Amalfitani se remodelaban para la Copa del Mundo de 1978), arrancó con el amistoso ante los húngaros y contó luego con las presencias de Polonia (3-1), Alemania Federal (1-3), Inglaterra (1-1), Escocia (1-1), Francia (0-0), Yugoslavia (1-0) y Alemania Democrática (2-0).
Tiempo después, con esos mismos colores sobre el pecho, Diego se frustró por quedar excluido del plantel que ganó el Mundial 78; se fue expulsado por un tremendo planchazo al brasileño Batista en España 82; voló al infinito y más allá para ganarle con la Mano de Dios el salto a Peter Shilton para el 1 a 0 y se disfrazó de Mozart, Beethoven, Picasso, Dalí o todos ellos juntos para construir ante los ingleses el gol más bello de la historia de los Mundiales; alzó la Copa en México 86; lloró de impotencia tras perder la final de Italia 90; le gritó a la cámara y a todo el planeta que estaba más vivo que nunca tras su golazo a Grecia en Estados Unidos 94 y, en su último partido oficial con la casaca argentina, sonrió de la mano de una rubia enfermera poco antes de que le cortaran las piernas en Boston.
Como en cualquier otro romance, el camino de rosas también tuvo sus espinas. Pero nada ni nadie podrá romper esa relación. Porque los grandes amores duran para toda la vida.
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