"No siento nada. Ambulancia". José Ignacio Araya , Pepe Araya, por entonces con 41 años, estaba tirado boca arriba en la cancha principal de polo de Coronel Suárez cuando alcanzó a balbucearle eso a su hermano Santiago, también polista y el primero que llegó a socorrerlo. Los peores pensamientos corrían por su mente a la velocidad de la luz. Había sufrido una caída durante una práctica y pegó de cabeza contra el piso. Sin pérdida de conocimiento. Como a los 20 minutos llegó la ambulancia. Lo pusieron sobre una camilla dura y le colocaron un cuello ortopédico.
En el traslado al hospital de Coronel Suárez, su hermano Santiago le pedía que se tranquilizara, que respirara. Minutos antes, apenas cayó sobre el césped, Pepe no sentía movilidad alguna, tenía dificultades para respirar y sintió que se moría. En ese trayecto al hospital ya había recuperado algunas sensaciones y pensaba más en positivo. "Saquenlé la cadenita", pidieron. En la cadenita llevaba una cruz, el anillo de casado y la medallita de la Virgen Milagrosa que 18 años antes, en plena Navidad, le había regalado la Madre Teresa, en Calcuta. "La medallita no está", escuchó. Pidió que la buscaran, pero no apareció. No hubo caso.
Le hicieron una tomografía. Cuando salió el radiólogo, le dijo: "Mirá, esto es un milagro. Tenés la primera y tercera vértebras cervicales fisuradas y la segunda rota en muchos pedazos. ¿Pero sabés que es lo bueno? Que ninguna de esas partes rotas rozó la médula. Vas a estar bien". Pepe sintió un alivio inexplicable al escuchar esas palabras. Pero había más.
"Y la medalla -le dijo el médico- que no encontrábamos, ya sé dónde está. Cuando te pusieron el cuello cervical en la cancha, quedó ahí, entre el cuello y tu piel. Está justo unos centímetros abajo de donde tenés todo roto. Si está ahí, es por algo. Creo que te está cuidando, protegiendo. Acá los riesgos no han terminado, hay que llevarte a Buenos Aires para nuevos estudios, pero la medallita de ahí no se mueve".
Pasaron algo más de seis años de aquel día. Y en el relato, Pepe Araya, hoy con 48, va dejando signos de emoción. Pero no se quiebra. Revive su historia con una fuerza que contagia. Y con lujo de detalles. Está en Londres, como manager y organizador de caballos de Monterosso, uno de los equipos que participa en la temporada británica de polo. Llegó a 7 goles de handicap en la Argentina y participó en varias ocasiones en el Abierto de Palermo , el torneo de polo más importante del mundo. Hijo de Horacio Araya, campeón argentino en 1983, y hermano de Inés, Benjamín, Santiago y Diego, José Araya está casado con Delfina Cossio y tienen 3 hijos: Pepe (20 años), Felicitas (14) y Pedro (12). Siente que aquel accidente le cambió la vida. Lo mismo que haber conocido a la Madre Teresa de Calcuta.
"Estábamos en Coronel Suárez. Era el 25 de enero de 2013. Mi hijo mayor cumplía 14 e hicimos un asado con los petiseros. A la tarde, lo clásico: una práctica en el club para probar caballos nuevos. Estaban mi papá, algunos hermanos y los petiseros. De pronto, mi yegua se clava de golpe y me voy de cabeza al piso. Y entonces...".
-Te diste un golpazo, pero no perdiste la conciencia.
-Por suerte. Quedé tirado en el piso mirando el cielo. Celeste pleno, un día lindísimo. Del cuello para abajo no sentía nada. Pero nada de nada. Quiero respirar y no puedo. Ahí la cabeza me empezó a andar a 2500 por hora. Lo primero que pensé fue: "Quedé cuadripléjico y no puedo respirar, me muero". Y me dije "Tengo que tratar, tengo que tratar". Empecé a sacar fuerzas no sé de donde y percibí un poquito de aire que entraba. Llega mi hermano Santiago y le alcanzo a decir con muy poquita fuerza: "No siento nada, ambulancia". Con eso, nadie me toca ni me mueve. Llaman a la ambulancia. La cabeza me seguía funcionando a 1000. Me decía: "¿Vale la pena seguir viviendo sin tener movilidad?". Después empiezo a mover el brazo. Y ahí reacciono: "Vamos, si muevo el brazo estoy bien, ya vale la pena, vamos para adelante". Empiezo a sentir las piernas. Llega la ambulancia. Me llevan a la clínica y encienden el tomógrafo, que estaba andando bastante mal en esa época, y ¡Anda el tomógrafo! La primera cosa recontrapositiva que pasó. Me sacan la cadena y la medallita no estaba...No la encontraban. ¡Y apareció en la imagen de la tomografía en un lugar clave!
-¿Cómo fue la historia de la medallita y tu encuentro con la Madre Teresa?
-Eran las fiestas de fin de año del 95. Estaba recién casado con Delfina y había ido a jugar al polo a la India. Nosotros somos cinco hermanos, una familia grande. Se acercaba la Navidad y teníamos en la cabeza todos los preparativos en Coronel Suárez. ¡Y los dos estábamos solos en Calcuta! Medio bajoneados, se lo comentamos a un amigo, que nos pregunta si somos católicos y nos tira: ¿"No les gustaría conocer a la Madre Teresa?". Imaginate el momento.
-¿Y entonces?
-Nos organizó para ir el 24 de diciembre al mediodía al convento. La conocimos. Estuvimos 5 minutos con ella. Nos preguntó de donde éramos, qué hacíamos. Y cuántos éramos en la familia. Ahí salió a buscar las medallitas de la Virgen Milagrosa y nos invitó para la noche, a la misa de Navidad y al pesebre viviente con las monjas. Fue una experiencia extraordinaria. Una Navidad que no me voy a olvidar nunca en la vida.
-¿Qué sentiste al estar con ella?
-Me pegó mucho verla muy mal fisicamente, chiquita, encorvada, descalza, con los pies deformados. Pero a la vez irradiaba una fuerza impresionante, caminaba de un lado a otro. Impactaba su energía. Eso es lo que más recuerdo. Y nunca más me separé de mi medalla. La llevo en la cadenita y tengo otra en el casco, cosida. Ahora mismo la tengo puesta. Y siempre la llevo cuando juego. Nos hemos aferrado a ella para que nos cuide y nos proteja.
-Me imagino lo que experimentaste cuando el médico te dijo dónde estaba la medalla extraviada.
-Y sí... ¡Fue increíble que estuviera justo en ese lugar! Y también fue clave estar consciente, para avisarles que no me movieran. Si no, por ahí las vértebras rotas hubiesen tocado la médula.
-¿Llegaste a preguntar que hubiera pasado en ese caso?
-Claro. Al ser la lesión tan arriba, eran altísimas las chances de muerte. Y si no, quedaba inmóvil del cuello para abajo. Así me lo explicaron, pero la verdad, no hacía falta: yo lo sentía.
-¿Y la recuperación? ¿Cuánto tiempo demandó?
-Me llevaron a Buenos Aires en un avión sanitario y de ahí al Fleni. Se debatió si operar o no. Se resolvió por el no. Y me pusieron el chaleco Halo Cervical, para tener inmóvil la zona por tres meses.
-¿La medallita seguía ahí?
-No, la sacaron a los 3 días para hacer una resonancia. Estaba intacta, como si nada hubiese pasado: ninguna marca. La tenía al lado hasta que me pude volver a poner la cadenita. Pero me acompañó en toda la recuperación. Que la hice en Coronel Suárez, apoyado por una familia increíble. Mi mujer no me dejó un día solo. Fueron tres meses de dormir sentado, en una cama ortopédica con el respaldo levantado y con almohadones atrás. Tomaba pastillas para poder dormirme en esa posición. Pero pensaba que todo eso tendría un beneficio a futuro: disfrutar de mi familia, volver a subirme a un caballo y jugar.
-¿Y que te pasaba en esos días de rehabilitación?
-Todas hermosas sensaciones. Lo sentí como algo muy positivo, lo encaré con una filosofía especial. Sentí tanto amor de mi familia y de gente que no conocía y me mandaban mensajes... Fue muy fuerte.
-Tus hijos vivieron también todo ese período. ¿Cómo lo llevaron ellos?
-El primer día estaban impresionados, pero después me apoyaron mucho y me dieron fuerzas. No podía hacer mucho pero podía caminar. Lo llevaba al más chiquito al colegio, a 2 cuadras de casa. Los amigos se impresionaron con el halo. Era gracioso caminar por el pueblo así, pero no me quedaba otra. Aproveché para recuperar el tiempo perdido con los amigos. Los viajes te sacan mucho de eso.
-¿Pasaron los tres meses y después qué?
-Otros dos meses de cuello cervical. Pero ya dormía mucho mejor, podía buscar posiciones. ¡Me podía bañar! No más esas experiencias de aseo precario con una manguerita en el jardín, todo cubierto de bolsas de plástico para que el chaleco no se mojara. El 3 de julio fui a un control médico. Me autorizó a sacarme el cuello y a los 5 días viajé con mi hijo Pepe a Inglaterra, a hacerle de coach al equipo de Emlor. Amigos que me dieron una mano: el patrón Spencer McCarthy y Nacho González, el jugador profesional de él.
-¿Cuánto tiempo transcurrió para que volvieras a montar?
-En noviembre de ese mismo año me subí a un caballo. En enero fue la primera práctica en el campo. Y el 25 de enero, al año justo de la caída, jugué la primera práctica en el club.
-¡Y otra vez en el cumpleaños de tu hijo! ¿Elegiste la fecha a propósito?
-No, fue casualidad.
-¿Y qué sentiste?
-Una alegría impresionante. Con miedos, pero bien. Ví reflejado el esfuerzo de tantos meses, entre sesiones de natación, gimnasia y kinesiología.
-¿Podías jugar, pero no muy fuerte?
-Podía jugar, pero la movilidad que tengo en el cuello no es total y jugando profesionalmente doy ventajas porque no puedo mirar para atrás como necesitaría. Intenté, pero me di cuenta de que no era posible. Fue la única secuela que me quedó. Puedo girar el cuello, pero en forma parcial.
-¿Y hoy qué pensás de lo que te pasó?
-Soy un agradecido de la vida, de lo que me ha tocado. De poder estar trabajando, tener familia. El accidente me ha servido para ver todo lo que tengo desde otro ángulo. Nos tienen que pasar estas cosas para darnos cuenta de lo chiquitos que somos y que en un segundo te puede cambiar todo. Me sirvió para valorar cada segundo de mi vida.
-¿Antes del accidente y la visita a la Madre Teresa eras muy creyente?
-Soy creyente, suelo rezar, pero no tan practicante.
-¿Qué harías si te volvieras a cruzar hoy con la Madre Teresa?
-Ufff. Le diría que además de todo lo que hizo en su vida, me salvó la mía. Le contaría mi historia y le agradecería muchísimo por lo que me ayudó y me hizo vivir.
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