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La historia del lustrabotas de Luján que le da su nombre a la cancha
Primero hay que lavarlos con agua, detergente y algo de cloro. Uno por uno y a mano, incluso los cordones. Los anaranjados, los blancos, los amarillos… Esto es lo más difícil porque hay que acordarse de qué botín es cada uno. Tardo dos horas y media más o menos en limpiarlos todos. Después, los dejo un día entero para que se sequen y ahí empiezo a trabajarlos con pomada incolora, porque ahora son de colores diferentes. No es como antes que eran todos negros o marroncitos”. Horacio Ferrari, 78 años de edad, sabe muy bien de lo que habla. Lleva casi medio siglo en la utilería del Club Luján (Primera C) y apenas un poco menos como lustrador oficial de los botines que el plantel de Primera usa cada fin de semana para salir a la cancha.
Todo comenzó de casualidad, como suelen ocurrir estas cosas. “Yo iba con la hinchada desde el 63, cuando ascendimos por primera vez a la C, y unos años después unos señores que conocía del barrio me dijeron que necesitaban un ayudante en la utilería porque ellos iban a dejarla para poner una parrilla. Vine a ver cómo era y cuando terminó ese campeonato, sería el 67 o el 68, un directivo me planteó si quería quedarme. ‘Vas a ser empleado del club, ¿te animás? Mirá que tenés que ir a todos lados, eh, así que avisale a tu mujer’, me dijo. Y aunque a ella no le gustó nada me quedé”.
Ferrari, el Mudo para el pequeño universo lujanense, se fue convirtiendo entonces en un personaje. Subido a su vieja bicicleta inglesa su figura se fue haciendo conocida en su diario ida y vuelta del entrenamiento a su casa, a seis kilómetros de distancia: “Sólo vengo en remise cuando llueve o si el camino está muy embarrado, pero son 120 pesos entre ida y vuelta, demasiada plata”.
Es ahí, en la tranquilidad del hogar, donde realiza la tarea de dejar relucientes las principales herramientas de trabajo de las estrellas del equipo. Ad honorem, como lo fue desde el primer día: “Ahora que ya estoy jubilado el club me da una propina, pero siempre me gané la vida como metalúrgico. El 2 de mayo del 54 entré en la fábrica de herramientas Inafor. Salía de trabajar y me venía a los entrenamientos, llegaba a la noche a mi casa. Mi mujer se enojaba, ‘¿Por qué no te llevás el colchón al club y te quedás ahí?’, me decía”.
Desde su posición, que quizás sea exagerado tildar de privilegiada, el viejo Horacio pudo vivir bien de cerca la evolución del calzado deportivo: “Ahora todo es más fácil. Los botines cambiaron mucho. Los de antes cuando se mojaban se endurecían como una suela. Había que pasarles grasa o manteca para ablandarlos. Los tapones eran fijos, no se podían cambiar, y cuando se gastaban había que llevárselos a un zapatero para que les hiciera los tapones nuevos en las crucetas de cuero”. Hoy, lo más complicado de su trabajo es conseguir la pomada incolora.
Ser hincha de clubes modestos como Luján acarrea más sufrimiento que alegrías. Por eso, las mayores satisfacciones que atesora Ferrari no tienen relación con ascensos o vueltas olímpicas. “Me gusta cuando los que fueron jugadores del club me ven y me saludan. ¡Algunos ya son abuelos!”, dice el Mudo, pero se emociona de verdad cuando rememora el día que le pusieron su nombre a la cancha. “No sabía qué hacer, si llorar o festejar”, cuenta.
Algo parecido le ocurrió cuando hace poco se inauguró el vestuario nuevo y le otorgaron el honor de cortar la cinta y abrir la puerta: “Nunca escuché que otros lados hicieran esto con un utilero”, afirma con orgullo, antes de volver a acomodar en la bolsa su carga de botines multicolores y como un Papá Noel suburbano perderse pedaleando por las calles de Luján
Un xeneize en tierra extraña
La camiseta de Luján, blanca con la banda roja, impide cualquier secreto: el primer nombre del club fue River Plate, y durante muchos años esos colores gobernaron el club. Hasta que llegó Ferrari. “Cuando entré”, recuerda, “un directivo me preguntó: ‘Diga la verdad, ¿usted es de Boca o de River? Porque nosotros somos todos de River’. Yo siempre fui de Boca así que le dije si me tenía que ir. Y por suerte me contestó que no”.
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