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Luis Molina, el Forrest Gump de Lobos
Uno de los seis maratonistas argentinos en los Juegos Olímpicos de Río fue despedido anoche en el pueblo que lo adoptó y cobijó como a un hijo
(LOBOS, Buenos Aires).- Dice que en aquella maratón de Buenos Aires, la de 2014, pensó en dejarlo todo. Y también dice que en esta otra maratón de Buenos Aires, la de 2015, pensó que lo había logrado casi todo. Luis Molina lloró aquella vez, de tristeza, porque pensó que tanto esfuerzo no había servido para nada cuando llegó a la meta en 2h29m06s con más ganas de abandonar que otra cosa. Justo, en la carrera que terminó ganando su amigo Mariano Mastromarino, y también lloró esta vez, de alegría, porque sintió que todo valía la pena, cuando llegó detrás de los africanos pero logró la marca (2h15m23) que lo clasificó para los Juegos Olímpicos de Río.
Claro que valió la pena el esfuerzo, hasta el hecho de haber salido de noche una vez, una sola vez, en toda su vida.
"Y encima le quisieron robar", cuenta uno de sus amigos de la infancia y la adolescencia vivida en Chascomús, sentado a la mesa como otros dos centenares de personas en el salón La Fraternidad, allí en la calle Rivadavia del Empalme Lobos. "Pero Luis se escapó", agrega. Y lo hizo al mejor estilo Forrest Gump en su infancia. "Todavía lo están corriendo", precisa todavía más sobre aquella noche única, como esta, en la que su pueblo adoptivo lo despide.
Lobos despidió a su maratonista olímpico, @luis_molina88@nadiagesquivel@rio2016_espic.twitter.com/K69iSslTbr&— Daniel Arcucci (@daniarcucci) 10 de julio de 2016
Cuenta el marido de su mamá, que trasladó por trabajo a toda la familia a Lobos cuando Luis tenía 17 años, que él se aquerenció rápidamente al pueblo, como si hubiera nacido allí. Tal vez eso explica por qué el maratonista clasificado para Río 2016, el primer atleta olímpico de la ciudad, de 40.000 habitantes y a poco más de 100 kilómetros de Buenos Aires, recorre mesa por mesa para agradecer la presencia y el apoyo en esa comida de homenaje. Mesas largas, de tablones asentados sobre caballetes y mantel de papel blanco, con platos y cubiertos traídos desde casa porque así lo pedía la tarjeta y porque así se usa en los pueblos.
"¿Sabés qué?", pregunta y se pregunta. "Yo siempre soñé con dos cosas desde que empecé a correr, desde que empecé con el atletismo… Además de llegar a un Juego Olímpico, lo máximo, claro". De hecho, así dice en su perfil de Facebook ("Quiero ser Olímpico y es por eso que entrego toda mi vida a este deporte para intentar cumplir mi sueño!!!. Correr es mi forma de vida, es un poco difícil explicarlo, porque se tiene que sentir muy adentro de uno. Gracias a mi familia y a Cesar Roc") y así quedó eternizado en un tatuaje en su pierna derecha. Pero hay algo más, entonces: "Soñé con una despedida de mi pueblo, como esta, y soñé con un paseo en autobomba al volver, por las calles de Lobos".
A los 26 años, entonces, ya ha cumplido más de la mitad de sus sueños. Y el que resta, seguramente, llegará. Porque, como le dijeron todos los que lo vieron hasta cantar cumbia, otra de sus pasiones, en una noche de emociones sencillas, ya ganó. Pero buscará más, él, acostumbrado a ganarse a sí mismo. Enfermo hincha de Boca, tal vez le guste más el fútbol –que dejó a los 13 años– que el atletismo –que empezó a practicar en ese momento, para hacer un deporte en el que "pudiera valerme por mí mismo"–, pero seguro no le gusta más que entrenarse. "A mí me gusta entrenarme, me encanta… Me entreno en doble turno, acá en Lobos, o donde sea. En Cachi o en Paipa, en Colombia, donde me iré antes de partir a Río, previo paso, otra vez, por Lobos. Yo creo que el clima de Río, el calor, la humedad, nos puede ayudar a los argentinos", dice. Serán seis, en total. Tendrá compañía, aunque prefiere entrenarse solo. Tal vez le quedó de sus tiempos en la Escuela Media N°1 de Chascomús, cuando sus compañeros, más pendientes de salir que de hacer deportes, empezaron a sorprenderse con los éxitos del "chabón que corre".
Camina entre las mesas, casi ni toca las empanadas de entrada, los canelones caseros de plato principal y el flan de postre. Cada tanto, vuelve a la mesa central, donde está su familia, sus dos hermanos, su hermana, sus padres, su abuela. Se queda charlando con Nadia Esquivel, su gran compañera, y con Tero, uno de los tantos aficionados con pretensiones que ha abrazado el running, detrás de la huella que van dejando esos atletas de elite sin elitismo alguno. Fernando Negro conduce con maestría la noche y Luis se sube al escenario una, dos veces. Y aunque se reconoce tímido, no duda en cantar cumbia, cuando su amigo y colega Matías Schiel le descubre el hobbie ante todos. "Canto bien, ¿no?", dice, micrófono en mano, sin esperar respuesta y feliz como chico con juego nuevo. Que eso es, en definitiva, este Luis Molina que va cumpliendo sueños ganándose a sí mismo.
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