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Lucas Rossi, en Tokio 2020: el “pintor” del kayak que se considera mal deportista y no recuerda sus mejores carreras
Viene de una familia de deportistas y participará en el canotaje slalom; “Tiene mucho de improvisación. Trazás un plan de la pista en la cabeza que rara vez ocurre”, describe
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Lucas Rossi se sincera: “Soy malo para los deportes, el bueno en la clase de gimnasia siempre era otro, yo nunca me saqué más de 8”, y parece sorprendido de cómo terminó formando parte de los Juegos de Tokio 2020. Casi que muestra culpa por no cumplir con el perfil esperado en la entrevista: “Pero es que sigo siendo malísimo en casi todo, al menos todo lo que sea con pelota. Y al fútbol, malísimo con M mayúscula”.
En un minuto y medio se lanza por la correntada de un río artificial, montado en un kayak que está diseñado para darse vueltas cabeza abajo sin mayor inconvenientes y debe pasar por unas 20 puertas a lo largo de 300 metros del recorrido; puede ser más, puede ser menos. Siendo estas puertas no las aberturas usuales de una casa, sino dos varillas que cuelgan de un cable separadas entre 1,2 y 4 metros. Pero... ¿de qué se trata el canotaje slalom?
“Es un deporte principalmente técnico, no somos muy musculosos porque la técnica es más importante que la fuerza”, explica Lucas, casi justificando su estilizado físico de 26 años. “Tiene mucho de improvisación. Trazás un plan de la pista en la cabeza que rara vez ocurre”, se ríe el nacido en Vicente López, en la provincia de Buenos Aires. Y detalla que hay que estar muy pendiente no solo de lo que sucede, sino de lo que va a pasar. “Si solo mirás la próxima puerta, para la siguiente quedás mal parado”. Resumiendo: “Las mejores carreras son las que, de lo que pasó, no recuerdo nada”.
Su vocación por el deporte no nació, como tantas veces, al seguir a un hermano mayor, al mirar los Juegos de Atlanta 2000 o por enamorarse de una chica que reme. Explica Lucas: “No hacía nada y me dijeron: ‘no podés no hacer nada”. Marcela, su madre, es arquera de hockey, y ahí fue Lucas a pegarle a la bocha con el palo. “No me gustó para nada”, confiesa: “Así que le tocó el turno a mí papá”.
Adrián Rossi, su padre, medallista panamericano en canotaje slalom, tenía bien claro cuál era el mejor deporte del mundo para sus hijos. “Los tres reman, creo que fueron contagiándose de mi pasión”, afirma orgulloso Adrián, y los tres son Sebastián, el mayor y olímpico en Londres 2012 y Río 2016; Carolina, la más chica, finalista en los Juegos Panamericanos de Lima 2019, y Lucas. A él lo describe su padre: “Es metódico, medido y a nivel deportivo es muy calculador y un gran estratega”. Su perfil continúa así: “Es curioso pero no inquieto, puede estar horas con un libro abierto y solo necesita su mate, agua caliente y yerba. Con un talento muy especial para la pintura”. Tal es así que llevó su arte a Tokio.
Sorprende mucho ver en un deportista a punto de debutar en unos Juegos, cuya imagen de perfil de WhatsApp no sean los anillos olímpicos, una foto remando o mostrando su medalla de plata panamericana (Lima 2019). En cambio, aparece la imagen de Lucas sonriente pero muy concentrado, con el brazo derecho en alto y la mirada enfocada en la mesa mientras pinta.
“Pero ojo que estoy pintando mi bote”, aclara quien clava con determinación su pala en aguas turbulentas y con suavidad su pincel en un lienzo calmo. También toca el piano, practica la jardinería y, si bien habla inglés y francés, ahora está estudiando japonés. También cursa en la UADE las carreras de abogacía y contaduría en simultáneo. “Es que con pocas materias más puedo tener los dos títulos”, simplifica, como si apenas estuviese remando en una pileta. En su perfil se agrega que practica escalada, surf y le gustan los juegos de mesa. “Lucas también disfruta de escuchar mi colección de elepés en el tocadiscos”, agrega su padre, que resume sus rasgos de personalidad en solo cuatro palabras: “Es un buen tipo”.
* * *
La pandemia que trastocó a todo el mundo tampoco perdonó al canotaje slalom en América. El preolímpico que se iba a realizar se tuvo que suspender y eso cortó las grandes chances que tenían de clasificarse, entre otros, su hermano Sebastián. Las plazas de Tokio se ocuparon por la posición en el ranking mundial y a Lucas lo favoreció. Más allá de la cuestión técnica, la situación en la que le llegó la noticia de su clasificación lo pinta como en uno de sus cuadros.
“Yo estaba amasando unas facturas”, retrata Lucas sobre el momento exacto. “Las extraño mucho, por eso me las cocino yo mismo”. Es que en Pau, Francia -la meca del canotaje slalom- donde estuvo semanas antes de los Juegos, saben mucho de alta cocina gourmet francesa, pero poco del potencial emocional de una buena docena de facturas argentinas. “Ese día amasé medialunas y vigilantes con crema pastelera”, y aclara: “Los vigilantes son para mí y las medialunas para los que no les gusta la crema pastelera. Hay de todo en este mundo”.
Con las manos literalmente en la masa, por fin le llegó al celular un mail con la noticia de su pasaje a Tokio. “Estaba solo en la casa, una alegría enorme ¡y no tenía a quién abrazar!”, se ríe Lucas refrescando la emoción del momento. Su estancia en esa casa en Pau (se pronuncia Po), tiene detrás una historia bastante curiosa. En 2008, la familia Baylacq había salido de Francia para recorrer el mundo en una casa rodante. Al pasar por Vicente López, Didier Baylacq le propuso a Adrián Rossi un trueque un tanto inusual: “Te enseño todo lo que sé del slalom a cambio de hospedaje”. Adrián no lo dudó un instante: “¡Por supuesto! Pueden quedarse en nuestra casa todo el tiempo que quieran”. Es lo más lógico del mundo: ¿Quién podría dejar pasar que el destino le brinde semejante oportunidad?
Tal fue la química entre los Rossi y los Baylacq que los franceses se terminaron quedando tres meses en la casa de los argentinos y suspendieron la vuelta al mundo. “Son una segunda familia para mí”, explica Lucas: “Sus hijos son casi mis hermanos”.
Y así como Lucas es hábil en la fabricación de facturas, su hermano Sebastián lo es en el manejo del mate. Un video suyo que se viralizó lo muestra en plena pandemia del 2020, con su kayak en una pileta, el mate en la derecha, de golpe da vuelta el bote y queda cabeza abajo sumergido en el agua. Con la mayor tranquilidad, su mano derecha le pasa el mate -apoyado sobre la base del kayak que ahora mira el cielo-, a su mano izquierda. Lo agarra con firmeza y Sebastián gira nuevamente saliendo del agua con elegancia. “Sí, mi hermano es mucho más hábil que yo en ese circo, yo soy más tradicional”, se disculpa divertido Lucas: “Pero si lo practico, quizás me sale”.
Su papá rema; su hermano y su hermana. también. Su mamá juega al hockey, pero fue a Tokio como jueza de slalom. “Pero la que es fanática, fanática mía dentro de la familia es la tía Sandra. No importa qué suba a Instagram o a Facebook, si es una foto mía pintando o de un chaleco nuevo para remar, siempre, siempre voy a contar con el like y el comentario de tía Sandra”.
Una familia que forjó un campeón, que acompañó al chico que se considera mal deportista hasta unos Juegos Olímpicos. Desde los viajes a Necochea para entrenarse hasta el cuidado de su hijo en la alimentación. “Me sentaban con el plato de lentejas y no las comía”, se ríe Lucas, transmite simpleza y se baja de cualquier pedestal. Que las medallas se las vengan a colgar los otros a él. “De chico era solo carne y pastas, ninguna verdura, excepto remolacha pero mezclada con huevo, sola no”.
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