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Los malos arbitrajes: un caso exitoso del fútbol argentino
"¿Viste cómo respetan los fallos de los árbitros...? Hemos escuchado muchos comentarios de este estilo en los días iniciales del Mundial de Rugby. Esa visión del juego, la sorpresa que nos provocó como espectadores advertir que los jugadores no "copan la parada" ante una decisión arbitral, nos dice mucho sobre la manera en que nos paramos frente al fútbol. Que reconozcamos como extraño que se respeten las reglas y a quien las lleva adelante, implica que nos hemos acostumbrado a creer que competir es hacer lo posible por no cumplir las instrucciones que vienen en el lado interior de la caja.
Por eso, el escandaloso arbitraje de la final de la Copa Argentina no debería generar más confusiones que las ya producidas: se trata de un caso de éxito, no de fracaso. El fútbol argentino construyó este sistema en el que los damnificados de hoy serán los beneficiados de mañana. Los arbitrajes circulan por un sistema de ventilación en el que todo el tiempo se recicla el mismo aire viciado. Esa tómbola reglamentaria implica que nadie termina de ganar ni de perder.
Los procedimientos turbios, esta vez, no contemplaron que había un escenario diferente. Se trató de una final a partido único (hecho singular dado solamente en la Copa Argentina), en un estadio neutral, con fanáticos de los dos equipos y un espectáculo integral previo que hasta relajó la tensión que suele haber en una cancha. Se dio por única vez la mejor situación de equilibrio posible para afrontar un partido decisivo. El manejo arbitral ( la designación de la terna, el desempeño luego en la cancha) fue hecho con el desdén propio de un partido más. Se lo tomó como una noche cualquiera. El fútbol argentino ya contó historias como estas, pero pocas veces se advirtieron tantos errores como en los noventa minutos de Boca y Rosario Central. Fue demasiado para un solo partido.
La situación propone atajos y salidas definitivas. El camino más corto lleva al sano intento de depositar la solución en la tecnología . Los árbitros ya la utilizan. Están conectados entre ellos de modo inalámbrico. Lo que no tienen es una mirada externa que use al video como soporte. O a otro árbitro como fuente de consulta. El uso de los sistemas tecnológicos, además, requiere de un compromiso superior del árbitro para seguir las acciones. Durante la última final del US Open de tenis, la griega Eva Asderaki-Moore se hizo célebre por intervenir con firmeza en piques dudosos antes que los marcaran los jueces de línea. Lo hizo en cinco oportunidades durante el cruce entre Novak Djokovic y Roger Federer. Los jugadores pidieron la reiteración con el Ojo de Halcón y la animación demostró, cada vez, que la jueza no cometió errores. Lejos de ser un instrumento para desentenderse del conflicto, la tecnología estuvo detrás de las decisiones humanas.
El otro camino es más largo y trabajoso. El fútbol podría tomar los ejemplos del rugby, aplicar el TMO y valerse de una mirada exterior, menos tensa y que contribuya a mantener el equilibrio de un choque deportivo. Porque para eso existen los reglamentos. Pero eso significa que el fútbol debería reformularse como deporte. Dejar de suponer que las polémicas sirven para "salpimentar" el día después de los partidos y empezar a contemplar que son muchos los que suponen que detrás de las designaciones y los errores de los árbitros pueden existir otro tipo de prácticas.
El fútbol argentino está abrazado a este formato. Inclusive hasta lo replica en la Conmebol cuando algún que otro club logra mover sus influencias. La tecnología no ayudará demasiado si no se cambia la matriz principal: decidir que la transparencia preceda al partido en sí. Estos arbitrajes no son una falla en el sistema. Por el contrario, son un logro de ese esquema. El mayor éxito del fútbol argentino es producir sin fisuras escenas lamentables como la final de la Copa Argentina. Sólo que esta vez la dosis fue demasiado alta.
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